La historia de los refranes: «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda»

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Telam SE

Aunque la mona se vista de seda, mona se queda

“Aunque la mona se vista de seda, la mona, mona se queda. El refrán lo dice así; yo también lo diré aquí, y con eso lo verán, en fábula y en refrán”, comienza Tomás de Iriarte su fábula verseada del siglo XVIII. Admitiendo de entrada que se sirvió del refrán y lo intervino. No obstante esa evidencia, muchos se lo atribuyen. Bien pudo haber sido el fabulista griego Esopo su autor, siete siglos antes de Cristo… ¡Y sí! El tiempo pasa, los refranes quedan…

Contaba Esopo que un faraón egipcio ordenó que varias monas aprendieran a bailar. Su maestro de baile les enseñó a dar varios pasos, y cuando ya estuvieron listas las presentaron en público. Todas muy elegantes, vestidas de seda. Al principio muy bien, las monas bailaban al compás de la música. Sin embargo, uno del público tuvo la ocurrencia de tirarles unas nueces…

Al ver el alimento, los animales rompieron la formación y se fueron tras ellas… ¡Y sí! Entonces el público comenzó también a tirarles más nueces y todo acabó en un gran desastre: las monas ya no bailaron, lo que les importaba era alimentarse. Y termina moralejeando Esopo: “aunque la mona se vista de seda, ¡en simple mona se queda!…

El refrán alude a la característica imitadora de los monos para indicar la banalidad de disfrazar la naturaleza de las personas ya que, a la corta o a la larga, se descubre… También se aplica a los que tras mejorar en su condición humana, incluso ascender económica o socialmente, no por ello pueden ocultar sus defectos o sus orígenes humildes…

¡Así es nomás! La condición de cada uno, su esencia -sea mona o mono, hombre o mujer- es la que es, no puede encubrirse ni cambiar con mejoras meramente externas. Así estemos hablando de la cirugía estética más perfecta, ¿no es cierto, Nat King Cole?

 

«Mona Lisa» (Nat King Cole)

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