La Generación Z se ha topado de frente con la pesadilla de encontrar trabajo, pero aunque no lo parezca, la IA no tiene la culpa de ello

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En los últimos meses se ha hecho patente una crisis laboral silente para la Generación Z en Estados Unidos que va más allá del miedo habitual a que la inteligencia artificial les quite oportunidades de empleo.

El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, junto a economistas de Goldman Sachs, UBS y otros, han coincidido en señalar que el verdadero problema no es (por ahora) que la IA sustituya a los trabajadores de nivel inicial, sino la altísima tasa de egresados universitarios frente a la escasa creación de puestos, un mercado «low-fire, low-hire», es decir, pocas contrataciones nuevas y pocos despidos, lo que apenas deja espacio para quienes intentan entrar al ámbito laboral.

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Este desequilibrio está mostrando sus efectos en las estadísticas: los jóvenes, especialmente aquellos que salen de la universidad, están tardando más en conseguir empleo, y varios especialistas advierten que los empleos que sí se ofrecen exigen más experiencia de la que alguien recién graduado puede tener. Las empresas, por miedo a la incertidumbre económica y a los costes asociados a nuevas contrataciones, están siendo extremadamente cautas cuando de sumar nuevo personal se refiere.

Lo que hasta ahora era una hipótesis popular (que la IA provocaría despidos masivos o eliminaría puestos de entrada) no se corresponde con lo que los datos apuntan para este momento. Powell ha sido claro en afirmar que la baja tasa de creación de empleo para jóvenes no se debe principalmente a la automatización, sino a otros factores estructurales: poca rotación laboral, pocas vacantes nuevas y excesiva competencia por los puestos que sí se abren.

Uno de esos factores estructurales tiene que ver directamente con la sobreoferta de titulados: en las últimas décadas ha crecido de forma muy notable el número de jóvenes con título universitario, y eso crea una presión creciente sobre el mercado laboral. Cuando no hay suficientes puestos especializados, lo que ocurre es que muchos de estos titulados acaban compitiendo por trabajos que no requieren ese nivel, lo que puede devaluar los salarios.

Además, las consecuencias no son sólo inmediatas con tiempos largos de búsqueda de empleo, aceptación de puestos mal pagados o fuera del campo de estudio, sino que pueden tener un impacto duradero: menores ingresos acumulados a lo largo de la vida laboral, dificultad para acceder a vivienda, retraso en independencia económica y menor capacidad de acumular patrimonio. 

En este caso, lo más urgente sería replantearse ciertas expectativas sociales y políticas acerca de la educación superior y la inserción laboral. Si bien la universidad sigue siendo valiosa, estos datos sugieren que invertir todo en el título sin garantizar una demanda acorde puede dejar a muchos en el limbo. Sólo así la Generación Z podrá esquivar la pesadilla del paro persistente y aprovechar su preparación en lugar de que esta sea una desventaja.

Foto de Himal Rana en Unsplash | Foto de Brey en Unsplash

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