Hace
cinco
años
en
los
que
estaba
a
punto
de
cambiarnos
muchísimo
la
vida.
Yo,
personalmente,
lo
recuerdo
como
si
fuera
ayer
mientras
que,
al
mismo
tiempo,
han
pasado
muchísimas
cosas
desde
entonces
en
mi
vida
y
en
el
mundo.
Soy
asturiana
y
por
aquellos
meses
anteriores
al
confinamiento
estaba
viviendo
en
mi
tierra,
pero
un
13
de
marzo
(día
en
que
arranco
a
escribir
este
reportaje),
estaba
en
Barcelona
visitando
a
una
amiga
y
a
punto
de
volar
a
la
otra
punta
de
Europa.
Los
días
previos
al
confinamiento
fueron
de
muchísima
incertidumbre
en
general
para
todo
el
mundo.
A
mí
me
pilló
justo
cuando
acababa
de
dejar
a
varios
clientes
laborales
(en
ese
momento
era
freelance,
online,
y
escribía
contenidos
para
varias
empresas)
porque
estaba
a
punto
de
irme
a
hacer
un
proyecto
internacional
durante
unos
meses.
solicitar
el
CERTIFICADO
DIGITAL
de
PERSONA
FÍSICA
de
la
FNMT
Creo
que
muy
pocas
personas
nos
podemos
olvidar
de
aquellos
días:
incertidumbre,
bombardeo
de
noticias,
informaciones
de
casos
de
Covid
que
iban
aumentando
y
aumentando
sin
que
se
supiera
cómo
se
contagiaba
ese
virus,
la
tristeza
de
ver
a
gente
sufrir
y
morir,
incluso
anécdotas
de
gente
que
de
repente
se
iba
a
su
casa
de
la
playa
pensando,
las
quejas
de
los
que
veían
a
la
gente
movilizarse
saliendo
de
los
lugares
de
España
con
más
casos
de
Covid…
No
sabíamos
que
las
mascarillas
se
convertirían
en
una
parte
esencial
de
nuestra
vestimenta
y
que
las
PCR
serían
el
objeto
más
necesario
unos
días
después.
Nos
cierran
la
frontera
un
día
antes
de
mi
vuelo
Yo
estaba
en
Barcelona
visitando
a
una
amiga,
como
tránsito
en
mi
viaje.
Había
conseguido,
unos
meses
atrás,
una
financiación
de
una
fundación
europea
para
un
proyecto
de
investigación
periodística
que
recorría
varios
países
desde
Turquía
hasta
Croacia.
Lo
que
había
llevado
mucho
trabajo.
Esos
días
en
Barcelona,
la
semana
entre
el
9
y
el
12
de
marzo,
la
pareja
de
mi
amiga
nos
advertía
de
que
nos
llegaba
un
encierro
y
él
compraba
enseres
útiles
para
la
casa
mientras
nosotras
estábamos
escépticas:
cómo
van
a
cerrar
a
los
españoles
en
casa
con
lo
que
nos
gusta
una
terracita
en
primavera,
con
la
necesidad
de
ir
a
trabajar
cada
día,
con
esta
economía
nuestra
que
se
sustenta
en
los
servicios
y
el
turismo…
Un
día
antes
de
mi
vuelo
a
Bulgaria
(era
más
barato
ir
de
Barcelona
a
Sofía
y
de
ahí
yo
me
iba
a
Turquía
por
tierra,
como
tenía
organizado),
Turquía
anunció
que
cerraba
fronteras
con
España
y
otros
pocos
países
del
oeste
de
Europa
con
más
casos
registrados
(este,
junto
con
Italia
era
uno
de
los
países
que
más
casos
de
Covid
iba
registrando
en
ese
momento).
No
lo
tomé.
Aunque
mi
vuelo
era
a
Bulgaria,
que
sí
aceptaba
viajeros
de
España
en
ese
momento,
probablemente
Turquía
no
me
iba
a
dejar
entrar
desde
Bulgaria
con
mi
pasaporte.
Y
viajar
tampoco
era
una
opción
que
pareciera
responsable
ni
apetecible
en
aquel
momento.
Dónde
me
confino:
primer
paso
El
día
13
de
marzo,
Pedro
Sánchez,
presidente
del
Gobierno,
anunció
el
estado
de
alarma.
Lo
mirábamos
alucinadas,
prestando
muchísima
atención
a
todo,
como
casi
todo
el
país
estaba
haciendo.
Entendimos
que
era
un
momento
muy
extraño
y
nuestra
reacción
fue
de
hay
que
acatar
y
ser
responsables.
Pero
yo
estaba
de
visita
en
una
ciudad
que
casi
no
conozco,
donde
solo
he
ido
unas
pocas
veces
a
visitar
a
mis
amistades
o
de
paso
por
tomar
allí
vuelos.
Y
estaba
casi
sin
trabajo.
Tenía
que
buscarme
la
vida.
Y
ahí
llegó
mi
primer
reto:
encontrar
dónde
pasar
el
encierro
que
nos
llegaba,
de
dos
semanas
(que
era
el
plan
inicial).
Ir
a
mi
proyecto
internacional
no
era
una
opción,
volver
a
mi
tierra
tampoco
(sobre
todo
porque
a
mi
madre
le
daba
pánico
que
yo
me
metiera
en
un
transporte
público
y
no
era
plan
de
hacerle
pasar
ese
momento
con
más
angustia
que
el
que
ella
ya
tenía)
y
la
casa
de
mi
amiga
era
algo
pequeña
para
tener
a
tres
personas
encerradas.
Son
gente
a
la
que
quiero
mucho,
muy
hospitalaria,
pero
nos
pareció
lo
más
coherente
que
yo
sí
buscase
algo
alternativo.
Como
siempre
dice
una
de
mis
mejores
amiga: «Bárbara
tiene
amigos
hasta
en
el
infierno»
y,
sí,
afortunadamente
tengo
a
muchas
amistades
en
la
capital
catalana
por
diversos
motivos
y
son
gente
muy
maja.
Contacté
con
unas
pocas
y
una
amiga
tenía
un
cuarto
libre
en
su
casa
porque
la
moradora
de
ese
espacio
estaba
en
ese
momento
en
otro
país,
por
trabajo,
y
no
le
era
viable
tampoco
volver,
así
que
yo
podía
alquilar
ese
cuarto
y
el
precio
estaba
bien.
También
miré
Airbnb.
Con
la
que
se
venía
encima
con
el
cierre
de
fronteras,
desde
el
primer
momento
los
precios
de
los
alojamiento
cayeron
en
picado
y
un
apartamento
para
una
persona
en
Barcelona
podía
costar
menos
de
400
euros
para
una
persona
un
mes.
Estaban
muy
bien
ubicados,
pero
en
ese
momento
a
nadie
le
importaba.
íbamos
a
estar
en
casa.
He
dejado
mi
trabajo:
qué
hago
ahora.
Segundo
paso
Y
ahora
llegaba
otro
problemilla.
Yo
había
dejado
a
varios
de
mis
clientes
porque
iba
a
estar
muy
ocupada
entre
tres
y
cuatro
meses.
Mantuve
a
un
par
de
mis
clientes
(uno
que
era
de
gran
confianza
y
otro
que
pagaba
muy
bien
el
contenido)
aunque
eran
ingresos
escasos
para
cubrir
la
cuota
de
autónomos,
el
alquiler
del
cuarto
de
mi
confinamiento
(asequible
para
ser
Barcelona,
pero
era
dinero)
y
poder
ingresar
algo.
Mi
plan
previo
era
el
de
volar
a
Turquía
y
pasar
allí
unos
días
a
la
espera
de
un
fotógrafo
compañero
de
proyecto
antes
de
arrancar
el
trabajo
y
por
eso
no
había
dejado
todos
los
clientes
que
tenía
y
había
mantenido
un
par,
para
ingresar
algo
mientras
tanto.
Seguía
pagando
autónomos
normal
(en
aquel
momento
no
había
rangos
como
ahora
y
el
pago
de
autónomos
era
un
mínimo
bastante
alto),
por
estos
dos
mini
trabajos
y
porque
recibiría
un
ingreso
por
mi
proyecto
de
investigación
(una
parte
al
arrancar
y
otra
al
concluirlo
y
publicar
los
resultados),
lo
que
obliga
a
pagar
estos
impuestos.
Pero,
con
los
cambios,
ese
dinero
del
proyecto
llegaría
más
adelante
(o
no,
con
tanta
incertidumbre
ya
no
sabíamos
nada
de
lo
que
podría
pasar).
Así
que
me
puse
a
buscar
nuevos
clientes
para
los
que
escribir
porque
necesitaba
vivir
y
pagar
mis
impuestos.
Me
salvaron
dos
cosas:
el
teletrabajo
(llevohaciéndolo
muchísimos
años,
como
ya
os
conté)
y
el
hecho
de
que
millones
de
personas
estuvieran
encerradas
en
casa
consumiendo
contenidos
online,
y
es
que
las
empresas
necesitaban
más
creadores
de
contenidos
varios
que
nunca
antes.
Me
salva
el
teletrabajo
Profesionalmente
me
salvó
algo
que
no
solo
vivieron
las
grandes
tecnológicas
y
es
que
tener
a
tantísimas
personas
en
todo
el
mundo
encerradas
en
casa
consumiendo
contenidos
de
internet
hacía
necesaria
la
mano
de
obra
para
crear
esos
contenidos.
Entonces,
aunque
había
dejado
algunos
de
mis
clientes,
conseguí
nuevos.
De
hecho
me
contactaban
y
hasta
pude
elegir.
Tenía
un
perfil
en
Upwork
y
mi
cuenta
en
LinkedIn.
Había
pasado
dos
años
atrás,
una
temporada
sin
trabajar,
viviendo
de
ahorros
y
como
voluntaria
en
un
proyecto
que
me
encantaba
en
otro
país,
así
que
no
podía
permitirme
volver
a
estar
sin
recibir
ingresos
en
esos
momentos.
Y
tuve
qué
decidir
dónde
trabajar:
lo
que
estaba
pasando
en
el
mundo
ya
era
duro:
las
noticias
de
personas
muriendo,
la
falta
de
espacio
en
los
hospitales,
personas
encerradas
en
casas
muy
precarias,
lo
que
vivían
las
personas
más
vulnerables
en
los
sitios
donde
yo
había
sido
voluntaria,
la
soledad
que
mucha
gente
no
llevaba
bien…
todo
eso
sumado
a
que
yo
hacía
voluntariado
online
muchas
horas
llevando
las
redes
sociales
y
comunicación
de
una
organización
denunciando
los
ataques
a
los
derechos
humanos
a
un
colectivo
de
personas
(que
era
algo
constante
y
que
se
incrementó
en
esas
fechas)…
elegí
los
proyectos
laborales
que
me
ofrecieron
que
fueran
más
laxos
y
bonitos
o
entretenidos
para
no
morir
de
tristeza
frente
a
un
PC.
Por
ejemplo,
me
tocó
analizar
webs
de
citas,
su
funcionamiento
y
fiabilidad.
Tuve
que
meterme
en
diversas
aplicaciones
de
citas
para
poder
conocer
bien
cómo
trataban
la
privacidad,
investigar
si
eran
reales
o
solo
buscaban
engañar
a
los
usuarios
desesperados
por
encontrar
el
amor
o
algún
tipo
de
contacto
sexual
(no
os
preocupéis
que
no
me
tocó
a
mí
engañar
a
nadie,
solo
analizar
y
preguntar
abiertamente)…
escribí
de
economía
y
de
naturaleza
y
agricultura.
Y
así
mantuve
unos
ingresos
estables
durante
todo
el
encierro.
El
confinamiento
también
me
salvó

Vermú
en
el
suelo
del
balcón
los
domingos
para
simular
normalidad
Aunque
el
motivo
del
confinamiento
es
algo
muy
triste,
porque
necesitábamos
aislarnos
unas
personas
de
otras
para
que
un
virus
dejara
de
matar
a
personas
y
ese
virus
mataba
a
gente
sin
que
supiéramos
mucho
más,
personalmente
necesitaba
un
descanso
de
mis
proyectos
internacionales
a
zonas
de
mucha
violencia,
donde
llevaba
unos
años
de
voluntaria
y
reportando
la
situación
y
donde
iba
a
volver
con
mi
proyecto.
En
ese
momento
no
era
consciente
de
ello
y
de
que
no
paraba
un
segundo
entre
el
trabajo
y
la
vida
social
que
tenía.
Me
vino
bien
el
respiro
de
visitar
zonas
y
de
tener
obligaciones
de
ver
a
gente
o
asistir
a
eventos
de
amistades
cuando
a
veces
solo
necesitaba
estar
en
casa.
Adoro
a
mis
amigos
y
disfrutar
de
cumpleaños
y
momentos
felices
pero
aprendí
que
a
veces
una
necesita
simplemente
estar
en
casa.
Por
otro
lado,
en
la
organización
donde
yo
era
voluntaria
también
llegaron
muchas
donaciones.
Con
tantísima
gente
encerrada,
compartiendo
información
y,
de
algún
modo,
siendo
conscientes
de
lo
duro
que
puede
ser
el
sufrimiento,
más
gente
apoyó
el
proyecto
y,
con
el
apoyo
de
gente
local
en
los
lugares
donde
estaba
la
organización
pudimos
enviar
más
ayuda.
Incluso
comencé
a
recibir
un
pequeño
salario
ahí
porque
una
organización
que
quiso
apoyar
desde
el
Reino
Unido,
consideró
importante
que
quienes
pasábamos
muchas
horas
al
día
en
ese
trabajo,
tuviéramos
un
ingreso
para
hacerlo
sostenible
en
el
tiempo.
No
era
mucho,
pero
daba
menos
antes
cuando
no
recibía
nada.
Cuando
por
fin
pudimos
comenzar
a
pasear
con
las
precauciones
que
se
necesitaban,
el
cuarto
que
alquilaba
no
estaba
lejos
del
Parc
Güell
y
pude
visitar
ese
sitio
sin
gente.
Pasear
las
calles
de
Barcelona
y
ese
parque
casi
vacío
fue
algo
impresionante.
Dudo
que
volvamos
a
ver
Barcelona
casi
vacía
en
las
próximas
décadas.
Por
otro
lado,
en
verano
se
levantaron
ciertas
restricciones
y
pude
ir
a
hacer
el
proyecto
de
investigación
que
la
fundación
belga
había
subvencionado.
Con
muchísimas
precauciones,
claro
está.
Porque
además
pasaba
por
entrevistar
y
hablar
con
personas
en
situaciones
vulnerables
de
acceso
a
sistemas
médicos.
Afortunadamente
ya
había
mascarillas,
PCR
y
hasta
unas
pantallas
plásticas
y
mucho
más
conocimiento
de
la
propagación
del
virus
que
permitían
llevar
a
cabo
las
precauciones.
Además,
algunos
lugares
que
visitamos
son
muy
turísticos
en
lugares
como
Grecia.
Por
lo
que,
mientras
que,
de
normal,
nos
habría
costado
mucho
dinero
un
sitio
donde
alojarnos,
como
casi
no
había
turismo,
tuvimos
menos
preocupaciones
en
cuanto
al
gasto
porque
los
alojamientos
tenían
precios
accesibles.
Fue
duro
todo
el
proceso.
Personalmente
también
sufrí
muchos
problemas
tanto
personales
como
la
angustia
de
ver
la
tristeza
de
todo
lo
que
estaba
pasando
sin
poder
hacer
nada
más
que
estar
en
casa
para
mantener
distancia
social.
Afortunadamente,
la
amiga
con
la
que
me
confiné
fue
(y
es)
maravillosa
(no
tanto
otra
gente
en
ese
piso),
pero
al
menos
recordar
lo
bueno
puede
ser
nostalgia
de
ciertos
aspectos….
y
también
ceñirse
a
lo
que
cubre
Genbeta:
el
teletrabajo,
por
mucho
que
se
empeñen
las
empresas
en
volver
a
las
oficinas
a
la
fuerza,
pudo
sacar
adelante
a
muchas
empresas
y
a
muchos
trabajadores
en
momentos
drásticos
de
cambios
y
de
incertidumbre,
Y
yo
comencé
a
apreciar
la
naturaleza
como
nunca
antes
y
acabé
mudándome
a
mi
pueblo
tras
muchísimos
años
viajando.
Imágenes
|
Bárbara
Bécares