‘Greenland: El último refugio’: cine de catástrofes con sabor a déjà vu, pero sorprendentemente estimulante

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Después de haber disfrutado joyas del Kaiju-eiga como la ‘Godzilla’ de 1954 y sus sucesoras, de propuestas más intimistas y sobrias como ‘Contagio’, de clásicos setenteros al estilo ‘Terremoto’, y de las múltiples sinfonías de la destrucción de Roland Emmerich, parece que, más allá de idear nuevas formas para acabar con el mundo de la forma más creativa posible, poco o nada queda que innovar en el cine de catástrofes.

Bajo este escenario, y a falta de propuestas rompedoras que aporten un soplo de aire fresco, lo mejor que puede hacerse a la hora de abordar un producto de este estilo es introducir en una coctelera todos los elementos a nuestra disposición e intentar ofrecer al respetable un largometraje lo más estimulante posible; y esto, contra todo pronóstico, es lo que ha logrado ‘Greenland: El último refugio’.

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Después de dar varios bandazos en su proceso de preproducción, —originalmente iba a estar protagonizada por Chris Evans bajo las órdenes de Neil Blomkamp—, el proyecto terminó cayendo en manos del realizador Ric Roman Waugh, quien se reuniría de nuevo con el actor Gerard Butler tras su colaboración en ‘Objetivo: Washington D.C.’ para brindarnos una disaster movie que no inventa la rueda pero que ofrece una buena dosis de escapismo fílmico de lo más recomendable.

Reciclando con cabeza

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Yendo con la verdad siempre por delante, hay que reconocer que en ‘Greenland: El último refugio’ no vamos a encontrar nada que no hayamos visto antes una y mil veces. Un apocalipsis inminente —esta vez tocan asteroides—, una familia disfuncional pasándolas canutas para sobrevivir, un entorno en el que la humanidad saca lo peor y, a su vez, lo mejor de sí misma… una colección de lugares comunes de los que, sorprendentemente, Waugh y su equipo extraen puede que no oro, pero, sin duda, plata de una calidad más que decente.

Reciclando esta ristra de tópicos del subgénero, ‘Greenland’ opta por dejar en un segundo término la pornografía destructiva propia de títulos como ‘San Andrés’ o ‘2012’ para centrar sus esfuerzos en desarrollar a sus personajes y reforzar su punto de vista. Esto, además de enriquecer al filme, implica hacer sacrificios como alargar su duración total hasta uno 120 minutos que, una vez superado su abultado primer acto, circulan a toda velocidad en pantalla.

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Además de su tratamiento sobre el papel —también cincelado a golpe de cliché, pero no por ello menos efectivo—, estos protagonistas despuntan gracias a las entregadas interpretaciones de Butler, Morena Baccarin y Roger Dale Floyd, que aportan algo de corazón a la manida historia y salpimentan con luces y sombras —especialmente el personaje del escocés— el habitual maniqueísmo de este tipo de relatos.

Pero si algo convierte ‘Greenland’ en un entretenimiento que reivindicar, ese es su impecable sentido del ritmo. Con un segundo acto electrizante dividido en dos mitades bien diferenciadas, poseedoras de un conflicto en constante crescendo y narradas con el suficiente nervio —la primera gran setpiece es agotadora— y sentido del suspense como para mantener al patio de butacas en tensión hasta que los títulos de crédito finales circulen en pantalla.

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Si a esto le sumamos una justa ración de devastación audiovisual, inesperada efectiva si tenemos en cuenta el modesto presupuesto de la producción —estimado en unos 35 millones de dólares—, ‘Greenland: El último refugio’ acaba transformándose en una cinta que se sobrepone a su condición de déjà vu por méritos propios. Y es que a nadie le amarga un dulce, aunque su sabor sea un tanto genérico y traiga una extinción planetaria en camino.