Desde el estreno de ‘Midsommar‘ (2018) suena cada vez más la etiqueta «Folk Horror» para definir ciertas películas de terror que no acaban de entrar en un cajón particular y han acabado agregados en una especie de magma informe en el que no acaban de estar claros los requisitos para su definición más allá de que tratan temas ancestrales y vestigios de creencias precristianas.
La editorial Dilatando Mentes ha dado en el clavo acotando las características del término en el título de su libro ‘Terror y paganismo‘, segundo volumen de la colección ‘El Ocultismo en el cine‘ tras el dedicado al vudú hace unos meses. En sus páginas invitan al lector a visitar lugares donde existen credos mucho más antiguos que el cristianismo y donde se adora a dioses que se creían olvidados, a perderse por parajes idílicos en apariencia pero que esconden terribles secretos y habitantes que participan en los más oscuros rituales.
El libro es un exhaustivo viaje por las películas que dan forma a un subgénero que goza de una nueva popularidad gracias a ‘Midsommar‘, incluyendo una necesaria sección sobre los clásicos de la televisión que le dieron forma y aproximaciones a la traducción del mismo a distintas geografías del planeta que muestran su propia versión. El equipo de El Pájaro Burlón (Dani Morell, Víctor Castillo, José Ángel de Dios, Xavi Torrents, Óscar Sueiro) es coordinado por Javier J. Valencia, que ha sido tan amable de charlar con nosotros para diseccionar los inconvenientes la propia etiqueta.
El origen del concepto
Uno de los primeros escollos que supone la etiqueta folk horror es su origen y lo que realmente es y no es folk horror, ya que es un término reciente que aparece por primera vez en 2004 cuando el director Piers Haggard da una entrevista retrospectiva a MJ Simpson sobre su película ‘La garra de Satán‘ (The Blood on Satan’s Claw, 1971) para la revista Fangoria. Haggard señalaba cómo su película era diferente a la tradición del terror gótico que popularizó la Hammer y el cambio de escenarios de los castillos a el campo, las personas sujetas a supersticiones sobre la vida en el bosque «quise hacer una película folk-horror, no una camp«.
Sin embargo, el término no fue popularizado hasta seis años más tarde, cuando el escritor y actor Mark Gatiss lo rescató de nuevo en el episodio 2 de su serie documental de la BBC ‘A History of Horror‘ (2010) en la que cita la de Haggard como una de las tres películas británicas que, según él, conforman el tridente esencial del subgénero. La primera de las tres pioneras sería ‘Cuando las brujas arden‘ (1968), quizá la más difícil de catalogar ya que trata sobre el mundo de los cazadores de brujas en la Inglaterra puritana.
Por supuesto, aparece la superstición rural y el ambiente de la campiña inglesa pero en cuanto a temática, la persecución y tortura de brujas carece de esa sensación de peligro oculto y terrores asociados precisamente al paganismo y no a la fuerza represora de la Iglesia, que pertenece más bien al subgénero de la inquisición y la brujería real. Lo que sí nos da es un contexto esencial para entender el término. Es algo asociado a Reino Unido y su geografía. Para J. Valencia:
«Es verdad que quizá ahora, teniendo en cuenta cómo ha ido fluyendo el río del “folk horror” en la última década, sea ‘Cuando arden las brujas’ la que ahora más cojea, pero no porque no tenga los elementos necesarios para ser un referente, sino (creo yo) debido a que las películas que han ido surgiendo en los últimos años y que ya eran más o menos conscientes de la etiqueta han mirado mucho más a las otras dos o incluso a otras cintas menos conocidas, como hizo ‘La bruja’ con ‘Ojos de fuego’ (Eyes of Fire, 1983) o la influencia de las TV Movies británicas en la obra de Ben Wheatley».
Los pilares esenciales
La primera película que amalgama todos los fundamento básicos del horror «folclórico» es ‘La garra de Satán‘, ya que aparece un culto religioso que ejemplifica la lucha entre el cristianismo y las prácticas de oposición, ya sean satánicas o pre-cristianas. En la película de Haggard no acaba de estar demasiado claro ese elemento, pero vuelve a asociarse con los paisajes naturales, destacando la conexión entre el paganismo y la naturaleza. Pero lo más importante es que en el trasfondo hay una respuesta al clima de la época con la contracultura hippie en pleno apogeo, e ideas revolucionarias. Su guionista Robert Wynne-Simmons incluso admitió que se inspiró en parte en la familia Manson. J. Valencia añade:
«Es curioso es que no hace tanto tiempo, en el 2014, cuando se celebró la conferencia ‘A Fiend in the Furrows’ en Belfast, ya se debatió si las tres películas que conforman la “trilogía maldita” deberían formar parte de ella. Y sorprendentemente no solo había objetores de ‘Witchfinder’ (por su sensibilidad más cercana quizá a lo que sería un “british western” más que una película de terror al uso), sino también de ‘La garra de Satán’ porque había quién pensaba que su contenido sobrenatural no la hacía merecedora del puesto».
Puede que la película que mejor defina lo que entendemos hoy como folk horror sea ‘El hombre de mimbre’ (The Wicker Man, 1973) que tomaba ese elemento de política, sexualidad o espiritualidad alternativa. El miedo a la nueva juventud e ideas que hacen tambalear los cimientos de un mundo que no sabe cómo renovarse, implementaba a los otros elementos conocidos como los entornos naturales, recónditos y poco explorados sumados a un terror de lo gregario asociado a lo antiguo e inexplicable en un mundo controlado por el orden y las jerarquías que nos sirven de brújula.
La trama sigue a un oficial de policía británico muy católico y recto, que viaja a una isla frente a la costa de Escocia, para investigar la desaparición de un niño local y encuentra una próspera comunidad pagana llena de gente que parece sospechosamente feliz, siempre sonriendo o cantando. Cuando el protagonista se da cuenta de que le están persiguiendo, ya es demasiado tarde. Robin Hardy también reflejó en ella los movimientos sociales de su época, haciendo una sátira de la contracultura hippie, que despertó un renovado interés en el neopaganismo, ridiculizando al mismo tiempo el puritanismo imperante. J. Valencia puntualiza que incluso a esta se le ponen pegas:
«Aunque ahora nos suene a risa, también se ha cuestionado ‘The Wicker Man’, por su ubicación contemporánea, ya que había una escuela de opinión que señalaba que todas las películas del subgénero debían ser de época».
Los otros precedentes
Si bien ‘El hombre de mimbre’ es el ejemplo más fácilmente reconocible, puede que en la trilogía básica del género habría que introducir un paciente cero con más consistencia que la obra de Michael Reeves con Vincent Price. ‘Ojo del diablo‘ (Eye of the Devil, 1966), ignorada por algunas bibliografías especializadas por confundirla con una entrada acorde al cine satánico, es una historia con prácticamente todos los elementos en común con la obra de Hardy asociados al Folk Horror, además adapta una novela aparecida en 1964, tres años antes de ‘Ritual’ de David Pinner, que inspiró ‘The Wicker Man’. Para J. Valencia:
«Sin duda ‘Ojo del diablo’ sería una opción muy interesante, aunque lo que me gusta de la “trinidad impía” tal y como está es que son películas muy diferentes entre sí, a pesar de tener ciertas pautas comunes, y ‘Ojo’ se parece quizá mucho en su desarrollo a ‘The Wicker Man’, son dos películas con la mirada puesta en los rituales descritos en “La rama dorada”. Quizá, por vincular directamente el folk horror con el universo de M. R. James y por una manera de presentar un mundo de cercanía con lo desconocido si alguien es capaz de utilizar los medios adecuados (un conocimiento arcaico y presuntamente perdido), que tan relacionado está con el enfoque de Nigel Kneale en varios de sus trabajos, escogería ‘La noche del demonio’.
Otra película tradicionalmente asociada al satanismo de forma errónea es ‘Las Brujas‘ (1966), acaso por su título e incluso porque su estructura es un precedente claro de ‘La semilla del diablo‘ (1968), pero la brujería que refiere el título, aunque también tenga magia negra, tiene más que ver con la africana, que aparece en el medio rural a modo de secta con mirada a lo ancestral, de otro continente, y por lo demás se desarrolla como un folk horror clásico, con la paranoia, los secretos e incluso el atuendo de huesos animales en el ritual de sacrificio fina. No es de extrañar que el guion sea de Nigel Kneale, un nombre que veremos mucho más adelante.
Pero, entonces ¿Qué es el folk horror?
La discusión alrededor del término folk horror ha descubierto nuevas dudas cuando la expansión del uso de la etiqueta se ha consolidado, llevando a estirarla más allá de sus posibilidades o reescribiendo estas. De una serie de parámetros más o menos limitados a las películas anteriores se ha ampliado a terror en el medio rural tenga elementos sobrenaturales o no, eliminando las que tienen a demonios de tradición cristiana pero sin desechar los cuentos populares, las brujas y terribles criaturas o deidades paganas que pueden redefinir o recontextualizar otros subgéneros.
Surge el dilema de acotar restrictivamente a lo que deja ver ‘El hombre de mimbre’ a una película de sectas en el campo o tener en cuenta otras características culturales y que acaben entrando hasta el cine de brujas de toda la vida. En el libro de J. Valencia se utiliza la definición corta más flexible de terror rural y paganismo, pero claro, teniendo en cuenta que también podríamos llamar a ‘La matanza de Texas‘ «terror rural» se difuminan los límites de dónde empieza el folklore y acaba lo rural o viceversa.
«Hay muchas obras que tienen una relación no directa pero sí cierto parentesco, que no son folk horror propiamente dicho, pero siguen ciertos patrones, o tienen los suficientes puntos en común para detenerse a hablar sobre ellas. Uno de los capítulos del libro de hecho empieza tratando de marcar una diferencia entre el folk horror y el rural rorror (Made In USA), que tuvo una presencia bastante importante en el cine de terror estadounidense principalmente en la segunda mitad de los 70. El conflicto dramático podría ser semejante de entrada entre un tipo de (sub)género y el otro, el choque entre el sujeto proveniente de la gran urbe, presuntamente civilizado y racional, y el habitante de las profundidades de su nación».
«Pero en el terror rural norteamericano de esa época no le interesa tanto mostrar un cisma entre creencias o religiones: si usamos precisamente ‘La matanza de Texas’ como ejemplo, no nos interesa precisamente qué religión profesan los miembros de la familia Sawyer, sino sus hábitos alimenticios o su “creatividad” gastronómica. Además ese terror rural suele ser muy físico, menos reflexivo, más violento y generalmente más vinculado al “natural horror”, cuando la naturaleza suele participar en la pesadilla de los protagonistas dificultando su supervivencia.
Lo pagano y lo divino
Discutido el elemento agreste del concepto, habría que establecer el papel de lo pagano y la presencia de una religión o su ausencia como ingrediente imprescindible para definir el folk horror, lo que nos lleva a un nuevo callejón sin salida en el que se puede cuestionar si acaso todo «no cristiano» se convierte automáticamente en folk horror o si solamente lo es si surge como memoria en un nuevo status quo por donde ha pasado previamente la iglesia tratando de borrar los cultos no sacros. Estamos hablando de que la escena del Vellocino de oro podría ser folk horror. J. Valencia explica:
«No considero lo pagano 100% imprescindible, en cuanto a que el folk horror actualmente sigue “en construcción” como subgénero, y se va volviendo más y más flexible y más intuitivo. Especialistas en el tema como el escritor Adam Scovell (autor del célebre estudio ‘Folk Horror: Hours Dreadful and Things Strange’, el libro que podríamos decir “instauró” la cadena del folk horror) actualmente prosigue escribiendo sobre el tema con una mentalidad inusitadamente abierta (ha llegado a incluir como parte del género en diferentes artículos web películas como ‘Assault – Pánico en el bosque’, de Sid Hayers, y otras que igualmente tienen una relación pero que muy tangencial con el tema al menos como yo lo interpreto).
«Sin duda el ingrediente pagano lo vuelve inmediatamente reconocible, el choque de creencias está en los grandes clásicos del género. El cristianismo es un ancla al que aferrarse fácilmente para llegar al mayor público posible. Pero puede haber excepciones. Comparemos por ejemplo ‘Eyes of Fire’ (Avery Crouse, 1983) con ‘The Stone Tape’ (Peter Sasdy, 1972). Ambas tienen un fuerte contenido sobrenatural y tienen en común que presentan a una forma de vida, un ser, que existe desde antes que el ser humano. No suele discutirse a la primera como película de folk horror”, sucede en el siglo XIX en espacios abiertos –bosques poco transitados dónde habita lo desconocido- y uno de sus personajes principales es un reverendo caído en desgracia que ayuda a que la perspectiva de muchos de los protagonistas esté marcada por la religión.
«El enfoque de ‘The Stone Tape’ es totalmente diferente, cambia la religión por la ciencia, los espacios abiertos por un castillo cerrado y claustrofóbico: pero el motivo por el cual se incluye también a ésta con frecuencia en el canon del Folk Horror es debido a la presencia de lo ancestral, de aquello a lo que se ha despertado y que existe desde tiempos inmemoriales, un poco al estilo de M. R. James, motivado por la ambición o la arrogancia. Y, al menos por mí parte, tiene lugar en el género debido a que la ciencia ocupa en ese relato “moderno” casi el mismo espacio que la relación lo hacía en el otro, en el basado en la antigüedad. Casi podríamos decir que ejerce el papel de sustituto».
La importancia del ritual
Si el subgénero tuviera unos requisitos rígidos, conforme se han ido construyendo a partir de los representantes más reconocidos, no podría hablarse de una obra que no transcurriera en un paraje remoto o, por lo menos una comunidad aislada, con lo que dentro de ese lugar debe darse la presencia de algún tipo de culto o sociedad secreta, (al menos secreta para los que la visitan) y en esa sociedad debe existir algún tipo de prácticas paganas, o completamente ajenas a los contratos sociales establecidos, que normalmente podemos identificar como rituales.
Ir desnudos, bailes máscaras de animal, suicidios programados y celebrados después de una opípara comida o, claro, sacrificios humanos… Elementos tradicionales con algún tipo de detalle chocante que lo convierte en terrorífico para los visitantes. Están en casi todas las películas que consideramos folk horror pero, ¿Son estos rituales imprescindibles para entrar en la categoría? J. Valencia explica:
«Ya en un primer momento no se lo consideró totalmente imprescindible, pero es obvio que es una pauta recurrente. Además de que un ritual no tiene por qué tener siempre una forma fácilmente reconocible, como pueda ser un grupo de gente danzando alrededor de una hoguera mientras reza a su dios. Pueden ser una serie de acciones mucho más sutiles, que incluso pueden parecer meras casualidades pero que en realidad formen parte de una compleja mascarada».
La expansión hechicera
Las cosas se ponen resbaladizas cuando entramos en nuevos títulos que acaban siendo incluidos en el mismo cajón, puesto que en el mismo origen del subgénero hay películas que aún flirtean con la brujería y el satanismo vistos como némesis del propio cristianismo, que incluye esa noción del mal como «antidios». Sin embargo, otras adscripciones al género más modernas, por ejemplo ‘La bruja‘ (The Witch, 2015) de Robert Eggers tiene una bruja en su concepto de puritano, con su magia, posesiones y amistad con Satán.
Entonces, ¿ahora la brujería necesita una nueva etiqueta, o pueden convivir dos denominaciones sin pegarse? En la colección El ocultismo en el cine del que forma parte ‘Terror rural y paganismo en el cine’ tendrá un título dedicado a la brujería, por lo que J. Valencia matiza esta nueva expansión:
«Yo creo que el motivo por el cual unas películas con elementos de brujería entran en la categoría del folk horror y otras no es porque las que lo hacen usan elementos que forman parte de la “cadena”. El poder del paisaje en ‘Eyes of Fire’ o los elementos rituales en ‘La bruja’ las acercan del género (y el hecho en el que aparezcan los característicos sombreros de peregrino, ¡casi un elemento estético que otorga “credibilidad” al folk horror USA!)».
«Del mismo modo, también se acercan al subgénero las comunidades cerradas y las celebraciones satánicas de películas sobre brujería como ‘City of the Dead’, que quizá no sean adhesiónes puras al canon pero sí tienen los suficientes elementos en común para ser consideradas como antecesoras. Luego hay muchas películas sobre brujería que no tienen esos elementos y yo creo que es por ello que no son tenidas en cuenta como folk horror; aunque sí sean “terror pagano”.
El folk horror televisivo
Menos reivindicado y a priori mucho menos confuso es el terror televisivo de cadenas como la BBC, cuyos ejemplos, como ‘Robin Redbreast’ son tan importantes para la consolidación de un movimiento como ‘El hombre de mimbre’, y una de las aportaciones más refrescantes en el libro es tocar por fin las historias de terror para Navidad de M.R. James o los trabajos menos conocidos de Nigel Kneale en forma de episodios para series como ‘Against the Crowd‘, ignorados por otras bibliografías.
Aunque las aportaciones sobrenaturales o de ciencia ficción con las que flirtean algunos de estos trabajos pueden, de nuevo, resultar algo ajenas a las consideraciones del género más estrictas, en realidad suponen una ampliación esencial del concepto. Según J. Valencia:
«M. R. James y Nigel Kneale introducen en sus trabajos la presencia de lo ancestral enfrentado al pensamiento racional, en despertar algo incomprensible para el ser humano que procede de un pasado tan remoto que ni siquiera somos capaces de comenzar a entenderlo. En lo que a los patrones que sigue el folk horror en su versión más inflexible, sería aplicar el concepto de “maldición” en la actividad pagana en lugar del ritual. Porque el ritual está diseñado por humanos que siguen unas directrices quizá ancestrales, pero comprensibles al fin y al cabo. Pero las maldiciones se alejan de la comprensión».
«Nigel Kneale creo que en más de un sentido puede ser considerado el equivalente moderno de M.R. James, ya que aplicó esta línea de pensamiento en muchos de sus guiones de género fantástico, y no me refiero solo al terror: en ‘Quatermass Conclusion’ la actividad extraterrestre es totalmente incompresible para todos los habitantes de la Tierra, lo que provoca un caos generalizado, y sin embargo están conectados con nuestro planeta desde un pasado inmemorial, a tenor de como utilizan los megalitos tipo Stonehenge que aparecen en el film (o la mini-serie, según que versión vean).
«Dedico un apartado del libro a hablar de la que podría ser considerada la propia “trilogía maldita” de Kneale en lo que respecta al folk horror catódico, hablando de sus tres tv movies más importantes vinculadas sobre el tema (‘The Stone Tape’, ‘Baby’, procedente de la serie ‘Beasts’ y ‘Murrain’) y trato de buscar una serie de elementos y patrones que puedan definir su propia visión del sub-genero: la incomprensión ante los vestigios de un mundo olvidado, la maldición que conlleva repetir una serie de secuencias eternamente y el no considerar que hay un poder mayor ahí fuera, mayor a la religión o a la ciencia. Disfruté como un niño pequeño escribiendo el capítulo dedicado a la televisión de los 70».
Más allá de la campiña
Quizá el gran problema del término folk horror es que se ha creado por británicos para el territorio británico, por ello la exportación del término puede generar cortocircuitos inesperados porque, quizá lo que en las islas denominan folk aquí lo llamamos folclore con una acepción mucho menos glamurosa, aunque lo que podemos ver en una película como ‘Flor de santidad‘ (1973), de Adolfo Marsillach, no difiere mucho a lo que proponía Robin Hardy ese mismo año, aunque transcurra en lo profundo de Galicia, donde no son extraños por otra parte los grandes hombres de paja en las fiestas de algunos pueblos.
La expansión geográfica del subgénero es más bien una ilusión, puesto que en realidad, el folk horror es algo que sucede al mismo tiempo en diferentes lugares, con lo que el misterio insular de la coreana ‘Iodo‘ (1977) no tiene nada que ver con la obra de Hardy, pese a que parezcan dos películas emparentadas y siendo esta última puro horror de tradiciones sin asociar al cristianismo. Esto genera una nueva cuestión, si el ingrediente ancestral es universal para el subgénero o debería exigir que hablemos de distintas etiquetas fuera del Reino Unido. J. Valencia explica:
«Es la eterna pregunta sin respuesta clara. En el grupo de facebook ‘Folk Horror Revival’ (creado por Andy Paciorek), que ha sido uno de los grandes “culpables” de la actual popularidad del sub-género, hay un eterno debate (cuando no directamente tremendas peloteras) entre que películas deberían ser consideradas dentro o no. A mí me gusta la visión que tiene Paciorek, mucho más simple (relato con ingredientes folklóricos que estén integrados en el género de terror) y mucho más abierta. Es cierto que la “cadena del folk horror” es eminentemente británica, y sin duda ha de ser tenida en cuenta como el pistoletazo de salida del subgénero tal y como lo hemos conocido, pero no se puede aplicar esa visión a todos los lugares del mundo, porque en muchos casos se percibe de manera diferente, lo que provoca a su vez un sinfín de variantes».
«En un capítulo intentamos coger diferentes visiones de alrededor del mundo para tener una muestra de las posibles variantes. Respecto al tema de lo ancestral, posiblemente sea el vínculo más recurrente. Incluso en una cinta tan aparentemente alejada como ‘El bosque del lobo’ de Pedro Olea (que también puede verse desde la perspectiva de la crónica de sucesos) los crímenes están inevitablemente asociados a la figura del licántropo en el imaginario popular, instalada en el inconsciente colectivo desde un pasado muy lejano».
Visiones laterales del folk horror
Esta diversidad geográfica también se expande a otras visiones históricas, como por ejemplo los filmes sobre torturas de la inquisición más similares a ‘Cuando las brujas arden’, que pueden llegar a la locura gore de ‘Fonda sangrienta’, J. Valencia trata de encontrar un cierto hilo para englobar estos títulos que no pueden ser de ninguna manera catalogados con ‘El hombre de mimbre’:
«Hay un capítulo del libro no tan relacionado con el folk horror al menos de manera directa, aunque hay un parentesco y todas y cada una de las películas seleccionadas para establecer una muestra de la relación entre cine y paganismo. La idea es que fuera lo más variado posible, no limitarnos a una visión clásica del tema que ofreciera una colección de títulos donde el cristianismo pasara como una apisonadora por encima del paganismo; aunque es obvio que debe ser una parte importante del capítulo y ahí está reflejado desde diferentes ópticas, desde un cine más íntimo como puede ser ‘The Mute’ hasta el puro y duro cine de explotación como ‘Las torturas de la inquisición’.
«También ofrecemos visiones de como tradiciones paganas de mezclan con actividades (presuntamente) modernas (véase la interesante ‘The Wild Hunt’, sobre como una partida de rol en vivo se desmadra cuando el concepto pagano de la “caza salvaje” se adueñe del espíritu de los participantes, o la visión del despertar en el mundo de los adultos el protagonista de un clásico televisivo como es ‘Penda’s Fen’, vinculada al suelo que pisa y su pasado ancestral».
«Incluso nos permitimos alguna “boutade”, como introducir alguna locura psicotrónica como ‘Blood Diner’, que es una excusa para vincular el paganismo incluso con la comedia gore de serie B. Además de intentar ofrecer visiones “variadas”, también intenté escoger títulos que oscilaran un poco entre lo popular y lo ignoto, que por otra parte es algo que se repite en todos los capítulos del libro».
De la fábula embrujada al nuevo folk
Otro grupo de películas que parecen expandir la etiqueta Folk Horror hacia el infinito es el que conecta lo ancestral con todo lo que tiene que ver con los cuentos de hadas y las viejas leyendas, donde pueden entrar desde ‘Macario‘ (1960) o ‘El reno blanco‘ (1952) a adaptaciones de Gogol como ‘El Viy‘ (1967) o de Pío Baroja como ‘La Sima’, de la serie ‘Cuentos y Leyendas’, que podrían entrar casi como precedentes de ciertas tradiciones rurales vistas a través de la superstición convertida en relato. Según J. Valencia
«Esa otra variante geográfica del folk horror a la que hacía referencia Paciorek, se puede vincular también a los mitos, a las leyendas, a los relatos orales, a los poemas que han generado sus propios relatos. Hay muchos títulos diferentes entre sí con una gran cantidad de disparidad geográfica y cronológica».
El nuevo folk horror y los herederos del hombre de mimbre en el siglo XXI toman forma en una cantidad ingente de títulos de sectas, cultos de todo tipo, rituales y pueblos cabreados que han ido surgiendo desde el año 2000. Sin embargo, parece que solo se empieza a hablar de un revival de folk horror como tal hasta ‘Midsommar’, hay además un batiburrillo en el que películas como ‘El Ritual‘ (2017) o ‘Apostle‘ (2018) se mezclan con el cine de sectas con rituales más próximos al horror gótico como ‘La cura del bienestar’, canibalismo o algún otro elemento tabú en la sociedad que surge en un presente ajeno. J, Valencia arroja algo de luz:
‘Midsommar’ fue una película, creo yo, muy consciente lo que estaba haciendo y de que referentes tenía, y se benefició de qué el “fenómeno” relativo al folk horror ya estaba asentado, con varias publicaciones dedicadas al tema circulando ya por ahí y siendo un término ya usado frecuentemente en los círculos cinéfilos. En realidad ya había varias películas que habían mirado a clásicos del sub-género con anterioridad, algunas añadiendo algunos cambios».
«Ya teníamos ‘Darklands’ (1996) de Julian Richards o ‘Left Bank’ de Pieter Van Hees, que intentaban trasladar las pautas del folk horror sacándolo de un entorno natural y llevándolo a la ciudad, algo que ahora se está catalogando como “Urban Wyrd” y podría llegar a convertirse en un subgénero propio, y que tendría a ‘Kill List’ de Ben Wheatley como punta de lanza, la cual también fue curiosamente una de las cintas más importantes de la “nueva ola” del Folk Horror. Y otras directamente parecían construidas a base de “pedazos” de sus referentes, como ‘Wake Wood’ de David Keating.