El 23 de septiembre de 1999, tras cinco años de desarrollo y nueve meses y medio de viaje, la ‘Mars Climate Orbiter’ se estrelló contra la atmósfera de Marte. Durante días nadie encontraba el fallo que había detrás de accidente. La explicación fue tan sencilla como increíble: alguien había olvidado convertir pasar los datos del sistema imperial al sistema métrico decimal; es decir, al sistema internacional de unidades. 125 millones de dólares tirados a la basura.
El de la ‘Mars Climate’ es uno de los ejemplos clásicos de todos aquellos que consideran la estandarización métrica «uno de los proyectos sociales e intelectuales más complejos que han existido jamás». Y sí, me estoy refiriendo a gente como yo. Sin embargo, en los últimos años he empezado a darle vueltas a los argumentos de ciertos expertos que señalan que muchas unidades de medida que nos parecen raras y desfasadas tienen buenos argumentos detrás… ¿Y si los fanboys del SIU estuviéramos equivocados? Hablemos de la temperatura.
Kelvin, Celsius, Fahrenheit y viceversa
Ni el grado Fahrenheit, ni el grado Celsius son ‘unidades básicas’ del Sistema Internacional de Unidades. Éste último, sí aparece como «unidad derivada»; pero la unidad clave de la temperatura termodinámica es el Kelvin. Esta unidad fue creada en 1848 por William Thomson, primer barón de Kelvin, sobre la base del grado centígrado, pero tomando como referencia el cero absoluto (−273,15 °C) en lugar del punto de congelación del agua.
No es que eso quiera decir demasiado para la mayor parte del mundo, claro. Mientras el Kelvin gobierna los documentos técnicos, la mayor parte del mundo se las apaña con los grados Celsius sin mucho problema. Los ‘Fahrenheit’ son, por decirlo de alguna manera, una rareza casi exclusivamente norteamericana. Creados por Daniel Gabriel Fahrenheit en 1724 para encontrar una manera estandarizable con la que usar el termómetro que acaba de diseñar, estos grados son ciertamente arbitrarios.
Hay varias teorías sobre cómo surgieron estos grados, pero habitualmente se cuenta que, obsesionado por eliminar los grados negativos de la escala de Rømer, tomó como temperatura cero la más fría que pudo encontrar y tomó como unidad el crecimiento de un 0,0001% del volumen de mercurio de su termómetro. Entre otras cosas y según laas revistas divulgativas de la Sociedad Americana de Física, haría que la escala Fahrenheit sea más intuitiva en la vida cotidiana.
Hay todo un rosario de argumentos que van desde los problemas de los seres humanos con los números decimales (Sinnot et al., 2013; ) (y cómo la mayor sensibilidad de los grados Fahrenheit nos permitiría usar menos decimales al hablar de la temperatura) hasta su adecuación para mejorar la comunicación de los problemas del cambio climático. Todo son argumentos más que discutibles.
No obstante, tienen uno sugestivo. Y es que aunque el punto de congelación y el de ebullición son relevantes en el mundo científico (y en cocina), en la vida cotidiana no nos dicen demasiado sobre las temperaturas en las que viven las personas. SI nos fijamos en las temperaturas medias de la ciudad de Vancouver, vemos que los histogramas de temperaturas diarias abarcan el rango de -17 a 27 °C frente a los 18 a 80 °F. Teóricamente, este último rango sería mucho más manejable. Teóricamente, siempre según la APS, los fahrenheits serían más manejables.
Objetividad vs utilidad
Personalmente, el argumento tampoco acaba de convencerme. Sin embargo, plantea algo interesante. Antes de la Revolución de 1789, sólo en Francia había 250.000 de unidades de medida diferentes. Era algo que ocurría en todas partes. En España, como cuenta José Manuel Blanco, una libra pesaba 351 gramos en Huesca, 575 en Coruña o 372 en Pamplona. El proceso de creación de un sistema que evitara el fraude y la estafa se centró más en construir medidas que pudiéramos objetivar fácilmente que en medidas que fueran útiles.
Hemos buscado ‘objetividad’ por encima de la ‘utilidad’. Como en el viejo chiste, durante cientos de años hemos sido como el borracho que busca las llaves cerca de una farola aunque las perdió en otro sitio por el simple hecho que cerca de la farola es donde está la luz. Ahora que prácticamente hemos culminado el gran proyecto de construir las unidades con las que medir el mundo, quizás sería momento de utilizar las «unidades derivadas» para construir ese mundo a escala humana. No estoy seguro de que nos lleve algún lugar interesante, pero merece la pena explorarlo.
Imagen | Jaroslaw Kwoczala