La
suplantación
de
identidad
de
celebridades
no
sólo
resulta
útil
como
anzuelo
para ‘timos
románticos’,
también
tiene
utilidad
comercial,
por
ejemplo
en
industrias
como
el
mundo
del
arte.
La
artista
Emma
Webster
fue
dolorosamente
consciente
de
ello
cuando,
tras
haber
logrado
trabajar,
supuestamente,
una
de
sus
pinturas
a
Lady
Gaga,
descubrió,
dos
años
después,
que
todo
había
sido
un
elaborado
fraude.
NO
TE
ENGAÑEN!
Los
principales
TIMOS
en
COMPRAS
ONLINE
y
CÓMO
EVITARLOS
Un
correo
prometedor
En
2022,
Emma
Webster,
paisajista
radicada
en
Los
Ángeles
y
formada
en
Yale,
ya
contaba
con
un
incipiente
prestigio
en
el
circuito
artístico.
Su
carrera
despegaba
gracias
a
una
sucesión
de
exitosas
exposiciones
y
una
lista
de
espera
para
adquirir
sus
obras.
Fue
entonces
cuando
recibió
un
correo
inesperado
que
parecía
confirmar
su
consolidación:
estaba
firmado
por ‘Stefani
Germanotta’,
el
verdadero
nombre
de
la
cantante
Lady
Gaga,
y
provenía
de
una
dirección
personal
de
GMail
(ladyandkoji@gmail.com)
que
hacía
referencia
a ‘Koji’,
el
bulldog
francés
de
la
cantante.
El
mensaje
expresaba
admiración
por
su
trabajo
y
un
interés
por
comprar
alguna
de
sus
obras:
«Soy
una
gran
admiradora
de
tu
trabajo.
¿Tienes
alguna
pintura
disponible?
Estoy
ampliando
mi
colección,
que
incluye
a
artistas
femeninas
influyentes
como
Yayoi
Kusama,
Helen
Frankenthaler,
Louise
Bourgeois
y
Lynda
Benglis.
¡Tu
obra
la
complementaría
de
maravilla!».
Webster,
seducida
por
la
posibilidad
de
venderle
a
una
celebridad
con
alto
perfil
como
coleccionista
(y
así
poder
entrar
en
un
círculo
codiciado
del
arte
de
élite),
Webster
respondió
emocionada.
Y
es
que,
aunque
gran
parte
de
su
obra
ya
estaba
comprometida
por
anteriores
exposiciones,
todavía
conservaba
una
pieza
disponible:
Happy
Valley,
una
pintura
de
gran
formato
(2,1
x
3
metros)
que
retrataba
un
paisaje
exuberante
y
caleidoscópico,
representativo
de
su
estilo.
En
su
respuesta,
la
supuesta
Gaga
confirmó
su
interés
por
esa
obra
específica
y
solicitó,
con
aparente
familiaridad,
un
descuento,
justificando
la
petición
por
ser «una
clienta
especial».
Webster
accedió,
aunque
solicitó
alguna
verificación
de
identidad,
señalando
que
normalmente
solo
vendía
obras
a
coleccionistas
conocidos
en
persona.
Así
que
su
interlocutor
envió
una
fotografía
aparentemente
espontánea
de
Lady
Gaga,
acompañada
de
un
mensaje
informal
en
el
que
explicaba
que
estaría
fuera
de
la
ciudad
y
que
su
asistente
se
encargaría
de
los
pagos.
La
foto
—como
se
supo
más
tarde—
había
sido
sustraída
de
una
publicación
pública
en
la
cuenta
de
X
(en
ese
momento,
Twitter)
de
la
artista
real,
pero ‘coló’
y
Webster
procedió
a
cerrar
la
transacción:
concretó
el
pago
de
55.000
dólares
y
envió
su
obra.
Las
señales
de
alerta
A
medida
que
el
proceso
de
venta
avanzaba,
ciertos
detalles
comenzaron
a
generar
inquietud,
aunque
en
su
momento
fueron
racionalizados
por
la
artista,
cegada
por
la
ilusión
de
estar
colaborando
con
una
coleccionista
de
élite.
Uno
de
los
primeros
indicios
fue
la
solicitud
de
confidencialidad
por
parte
de
la
supuesta
Lady
Gaga.
En
un
correo
electrónico, «Stefani»
explicó
que,
debido
a
incidentes
anteriores
con
repartidores,
prefería
mantener
su
nombre
en
secreto
durante
la
recolección
de
la
obra.
Textualmente
escribió:
«Es
muy
importante
mantener
la
confidencialidad
después
de
algunos
incidentes
con
repartidores
en
el
pasado.
Así
que,
en
lo
que
respecta
a
los
encargados,
por
favor,
solo
omite
mi
nombre
al
mencionar
la
recogida
con
ellos.
Muchas
gracias».
Webster,
aunque
sorprendida,
interpretó
el
mensaje
como
una
medida
de
seguridad
razonable
para
alguien
con
el
nivel
de
fama
de
Lady
Gaga.
A
fin
de
cuentas,
en
el
mundo
del
arte,
la
discreción
es
una
práctica
común,
especialmente
cuando
se
trata
de
coleccionistas
famosos.
Sin
embargo,
esta
solicitud
se
convirtió
en
la
excusa
perfecta
para
que
la
identidad
del
comprador
permaneciera
oculta
durante
toda
la
operación.
Otra
señal
fue
el
albarán
de
recogida
del
transportista,
el
cual
carecía
de
información
clave.
La
dirección
final
del
destinatario
—identificado
como «Chris
Horton»,
el
supuesto ‘house
manager’
de
Gaga—
no
aparecía
especificada.
El
documento
indicaba
únicamente
que
la
obra
se
almacenaría
temporalmente,
sin
un
destino
claro.
Esta
ambigüedad
debió
haber
encendido
una
alarma,
pero
en
ese
momento
Webster
asumió
de
nuevo
que
se
trataba
de
una
maniobra
común
entre
personas
famosas
para
proteger
su
privacidad.
El
comportamiento
del
comprador
también
resultaba
inconsistente
con
los
estándares
habituales
del
coleccionismo
de
alto
nivel.
En
el
circuito
profesional,
las
compras
de
obras
de
arte
suelen
pasar
por
múltiples
filtros:
verificaciones
de
autenticidad,
contratos
formales,
intermediación
de
galerías
o
asesores
de
arte.
En
este
caso,
toda
la
transacción
se
condujo
exclusivamente
a
través
de
correos
electrónicos
(siendo
uno
de
ellos
una
cuenta
de
Gmail),
sin
intermediarios
ni
documentos
legales,
lo
que
debería
haber
generado
más
dudas.
La
revelación
en
Christie’s
La
última
petición
de
Webster,
en
la
que
solicitaba
amablemente
que
la
obra
no
fuera
revendida
durante
cinco
años,
parecía
haber
sido
aceptada
con
entusiasmo: «¡Nunca
la
venderé!»,
respondió
el
impostor.
Este
tipo
de
acuerdos
tácitos
suelen
respetarse
entre
artistas
y
compradores
serios
como
forma
de
proteger
el
valor
y
el
prestigio
de
la
obra.
Sin
embargo,
esa
promesa
sería
traicionada
menos
de
dos
años
después.
Y
es
que,
en
2024,
el
padre
de
la
artista
descubrió
la
obra
Happy
Valley
anunciada
en
una
publicación
de
Instagram
de
la
casa
de
subastas
Christie’s
en
Hong
Kong.
La
pintura
se
presentaba
como
uno
de
los
lotes
destacados
del
mes
del
arte.
El
desconcierto
fue
inmediato:
¿por
qué
alguien
como
Lady
Gaga
revendería
una
obra
cuando
había
prometido
no
hacerlo
durante
cinco
años?
Webster
contactó
con
el
representante
real
de
la
cantante,
Bobby
Campbell,
quien
confirmó
que
Lady
Gaga
nunca
había
comprado
la
obra
ni
había
enviado
ningún
correo:
la
dirección
era
falsa,
y
el «Chris
Horton»
mencionado
no
existía.
Una
red
compleja
y
una
obra
en
disputa
La
obra
había
llegado
a
manos
del
galerista
hongkonés
Matt
Chung
a
través
de
John
Wolf,
un
asesor
de
arte
de
Los
Ángeles.
Ambos
niegan
tener
nada
que
ver
con
el
fraude.
Chung,
quien
consignó
la
pintura
a
Christie’s,
incluso
se
ofreció
a
compartir
el
30%
de
las
ganancias
con
Webster,
propuesta
que
fue
rechazada
por
la
artista.
Por
su
parte,
la
casa
de
subastas
retiró
la
obra
de
la
venta,
se
negó
a
devolverla
a
Webster,
amparándose
en
su
papel
de
parte
neutral:
alega
que
debe
conservar
la
obra
hasta
que
se
resuelva
legalmente
la
disputa
de
propiedad.
Webster
finalmente
puso
el
asunto
en
manos
del
FBI.
Vía
|
NYT
Imagen
|
Marcos
Merino
mediante
IA