‘Hellhole’ es una nueva película de terror de Netflix que ha pasado desapercibida en la temporada de Halloween por la avalancha de títulos de género que invaden las plataformas en esas fechas. Mientras los usuarios de la plataforma veían la excelente serie antológica ‘El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro’ esta otra novedad quedaba enterrada entre otros títulos, pero no tiene nada de desperdicio para los aficionados al gótico y el ocultismo.
Esta modesta propuesta está dirigida por Bartosz M. Kowalski, el autor del slasher ‘Nadie duerme en el bosque esta noche’ y su secuela, que mezclaban sin mucha fortuna gore, comedia y metaterror, que también fue responsable de la muy perturbadora ‘Playground’ (2016), con lo que parece que es un realizador versátil que se ajusta a la demanda de Netflix de conseguir títulos baratos, rodados en poco tiempo y con ciertas garantías visuales.
El monasterio de los malditos
Ahora está de vuelta con ‘Hellhole’, cuyo título en polaco ‘Ostatnia Wieczerza’ significa «la última cena», con lo que puede comprobarse que el catolicismo juega una parte fundamental en su mitología. Escrita por el propio Kowalski junto a Mirella Zaradkiewicz. La historia se ambienta en 1987, aunque antes asistimos a un prólogo en 1957, en una parte remota de Polonia, cuando un sacerdote católico angustiado corre hacia el altar de una iglesia para tratar de matar a un bebé cuya piel tiene una marca particular, lo que nos hace pensar en un tipo de anticristo.
La escena parece una mezcla del prólogo y el final de ‘El día de la bestia’, aunque no muestre el mismo tipo de humor negro (por el momento) de la película de Álex de la Iglesia. El clérigo muere abatido a tiros por la policía antes de que pasemos a una escena 30 años cuando el policía infiltrado Marek (Piotr Zurawski) llega a una serie de edificios de iglesias en medio de lluvia y graznidos de cuervos, con árboles con reamas retorcidas y todos los elementos clave del cine gótico clásico. El hombre es recibido por el prior Andrzej (Olaf Lubaszenko), quien le muestra al presunto sacerdote una abadía.
Lo que encuentra dentro es que la abadía no es otra cosa que una especie de clínica para poseídos. Aislados del mundo exterior, registran los exorcismos e informan al Vaticano. Marek se adentra en la vida monástica e intenta explicar la reciente y misteriosa desaparición de varias mujeres, pero pronto se dará cuenta de no hay forma de salir del monasterio. En un primer momento, ‘Hellhole’ funciona como una variación del cine de posesiones pura, con exorcismos y rituales, pero la película va retorciéndose hacia el cine de cultos ocultistas y secretos.
Una vuelta los terrores italianos de los 80
Marek investiga una maldad más profunda en el monasterio entrando en claves de terror religioso que empieza como ‘El nombre de la rosa’ pero confluye con piezas como ‘Reto al diablo’ (1989), ‘Dark Waters’ (1993) o ‘La monja’ (2018). Kowalski hace un buen trabajo creando una atmósfera fúnebre de peligro y captura la idea de un mal que impregna cada ladrillo antiguo de los lugares escondidos del edificio, sus lúgubres pasadizos, habitaciones a la luz de las velas y celdas que albergan a los atormentados. Es de ese tipo de película.
Es como una versión exploitation italiana de la adaptación de Umberto Eco, con sus elementos sobrenaturales, presencia diabólica y algunos detalles gore. No es la película más ortodoxa y excitante en su uso de la tensión, la idea no es original, no quiere ser la película del año, ni va a dejar huella por su conjunto visual, pero quienes adoren las películas sobrenaturales italianas de los ochenta, los desvaríos como ‘Terror en el convento’ (1981) o ‘Demonia’ (1990) de Lucio Fulci están ante una pequeña joya de las que nadie se atreve hacer por miedo al ridículo.
Puede que la mayor baza de ‘Hellhole’ esté en su inesperado final, una coreografía de tintes apocalípticos sin remilgos en mostrar lo que muchas otras suelen evitar, un momento que da más de lo que se le puede pedir a una película pequeña de estas características y que cumple la regla de que un crescendo hacia un buen clímax puede elevar una película más ordinaria y completa una pesadilla monástica nihilista, con algunos momentos inesperados de humor negro que se adaptan a la falta de escrúpulos para adoptar con dignidad los tropos del terror satánico que las portadas de Creepy o Vampus nos enseñaron.