Las
tasas
de
obesidad
en
Estados
Unidos
están
por
las
nubes,
pero
en
Italia
apenas
se
ver
gente
con
sobrepeso.
Los
italianos
consumen
más
de
23
kilos
de
pasta
por
persona
al
año,
mientras
que
los
estadounidenses
no
llegan
a
los
8
kilos.
Comen
pizza
(¡incluso
frita!),
paninis
y
helados
por
la
calle,
y
desayunan
capuccinos
con
bollería.
Cómo
es
posible
que
no
engorden
tanto,
se
preguntan
los
americanos
que
visitan
Italia.
Hasta
que
han
observado
cómo
comen
realmente.
Porque
incluso
en
España,
pese
a
compartir
una
supuesta
dieta
mediterránea
común,
es
un
tema
recurrente;
¿cómo
pueden
comer
pasta
o
risotto
a
diario,
y
después
un
segundo
plato?
Ahora
que
se
demonizan
los
carbohidratos
y
se
vinculan
con
la
comida
rápida
y
los
precocinados,
en
Estados
Unidos,
mucho
más
obsesionados
con
la
báscula
que
en
Europa,
ven
el
típico
menú
italiano
con
una
mezcla
de
fascinación
y
envidia.
Las
cifras
no
engañan:
según
datos
de
la
FAO,
la
tasa
de
obesidad
entre
la
población
adulta
en
Italia
era
del
17%
en
2022.
En
Estados
Unidos,
del
42%.
Para
un
turista
estadounidense,
que
también
come
helados,
pizza
y
pasta
en
casa,
supone
cierto
shock
enfrentarse
a
esta
realidad
de
frente.
Así
le
sucedió
recientemente
a
la
periodista
especializa
en
alimentación,
Tamar
Haspel,
en
una
visita
al
país
europeo.
Desayunan
galletas.
El
almuerzo
y
la
cena
suelen
ser
de
varios
platos,
con
pasta
o
risotto
de
primero
y
carne
de
segundo.
A
veces
también
hay
antipasti.
[…]
¡Y
qué
comidas!
¡Charcutería!
¡Quesos!
¡Raviolis!
¡Pizza!
¡Focaccia!
¡Gelato!
A
primera
vista,
no
parece
una
receta
para
evitar
el
aumento
de
peso.
La
columnista
del
Washington
Post
se
detiene
a
reunir
y
comparar
datos
de
hábitos
de
consumo
entre
los
dos
países,
aportando
cifras
concretas
que
traten
de
lanzar
algo
de
luz.
Pero
solo
consigue
confundir
un
poco
más.

Los
italianos,
por
ejemplo,
consumen
algo
menos
de
alcohol
que
los
americanos,
pero
sí
beben
más
vino.
Ambas
poblaciones
toman
casi
las
mismas
cantidades
de
azúcar
al
año,
aunque
es
cierto
que
en
Estados
Unidos
siguen
bebiendo
muchísimos
más
refrescos.
En
Italia
comen
más
pescado
y
menos
carne,
pero
resulta
que
no
toman
más
verduras,
sino
que
incluso
se
quedan
un
poco
por
debajo.
Eso
sí,
les
superan
en
la
ingesta
de
carbohidratos,
aunque
por
poco.
Nada
especialmente
relevante
que
explique
las
abismales
diferencias
en
tasas
de
obesidad.
Porque
ahí
no
es
donde
hay
que
mirar.
No
es
la
dieta,
estúpido
Los
italianos
están
más
delgados
porque
comen
menos.
Misterio
resuelto.
Suena
tremendamente
simplista,
pero
es
la
triste
realidad
oculta
tras
la
obsesión
con
ayunos
intermitentes,
proteínas,
picos
de
glucosa,
almidón
resistente,
cortisol,
inflamación,
insulina,
superalimentos
y
mil
cosas
más.
Expertos
en
nutrición
como
Ismael
Galancho
insisten
constantemente
en
ello:
la
clave
del
aumento
o
pérdida
de
peso
o
masa
muscular
está
en
el
balance
energético.
Haspel
lo
resume
así: «Para
no
engordar
como
los
americanos,
los
italianos
no
tienen
que
comer
de
forma
diferente;
sólo
tienen
que
comer
menos.
Esa
es
la
simple
verdad
de
la
termodinámica».

Y
más
que
el
tipo
de
alimentos
en
sí,
el «secreto»
italiano
está
en
la
forma
en
la
que
comen
o
se
plantean
su
alimentación,
el
estilo
de
vida
y
el
contexto.
Los
grandes
enemigos
del
sobrepeso
en
Estados
Unidos,
son
dos:
el
tamaño
de
las
raciones
y
los
picoteos
entre
horas.
Dos
problemáticas
que
afectan
también
a
quienes
cocinan
en
casa
o
consumen
una
razonable
variedad
de
alimentos,
no
solo
fast
food
y
precocinados.
Los
grandes
enemigos
de
la
dieta
americana
son
el
tamaño
de
las
raciones
y
el
picoteo
Cualquiera
que
haya
visitado
el
país
o
se
haya
fijado
en
cualquier
serie
o
película
estadounidense
se
habrá
dado
cuenta:
las
raciones
y
tamaños
de
todo
son
mastodónticas.
Platos
gigantescos
llenos
hasta
arriba.
Vasos
de
café
con
leche
o
refrescos
que
desafían
la
capacidad
de
un
estómago
humano
normal.
Cuencos
individuales
que
parecen
ensaladeras
familiares.
Y
el
picoteo,
lo
que
llaman
snacking,
el
comer
cualquier
cosa
entre
horas,
es
aún
más
problemático.
Es
lo
más
difícil
de
controlar
y
lo
más
fácil
a
lo
que
sucumbir
de
manera
inconsciente,
por
culpa
del
contexto.
Lo
que
en
España
muchos
especialistas
ya
denominan
como
ambiente
obesogénico,
la
sociedad
y
la
cultura
que
nos
mueven,
nos
incitan
a
comer
más
y
peor
a
todas
horas.
En
Estados
Unidos
es
un
problema
mucho
mayor,
con
comida
y
bebida
muy
calórica
disponible
casi
al
alcance
de
la
mano
por
todas
partes.

Puestos
de
pretzels,
perritos
calientes,
tacos,
palomitas
y
helados
en
cada
esquina;
cafeterías
tipo
Starbucks
con
bebidas
hipercalóricas
a
cada
paso,
puestos
de
dulces
y
fritos
inundando
los
mercados
y
ferias;
dónuts,
croissants
y
otros
dulces
en
cada
espacio
de
trabajo.
Según
Haspel,
un
estadounidense
medio
no
sabe
ir
a
comprar
al
mercadillo
sus
verduras
sin
llevar
un
muffin
o
un
batido
en
la
mano.
Rara
es
la
oficina
que
no
tiene
surtido
de
snacks
dulces
y
salados
siempre
disponibles.
Hay
productos
de
mala
calidad
nutricional,
accesibles
y
baratos,
por
doquier.
The
american
way
of
life
Haspel
ha
abierto
los
ojos
a
sus
lectores
con
algo
tan
simple
como
que
el
problema
no
es
tanto
la
dieta,
sino
el
estilo
de
vida.
Da
igual
que
comas
pasta
todos
los
días,
como
los
italianos;
o
arroz
y
fideos,
como
los
japoneses;
o
croissants,
como
los
franceses;
o
muchísimo
chocolate,
como
los
suizos.
Hay
muchos
tipos
de
dietas
y
muchas
pueden
ser
igual
de
válidas
que
otras,
aunque
parezcan
radicalmente
distintas.
En
un
país
cuya
cultura
gastronómica
aún
anda
en
pañales
y
se
ha
construido
a
base
de
retales
de
otras
diferentes,
convertido,
además,
en
la
gran
potencia
de
la
industria
alimentaria
mundial,
es
algo
difícil
de
asimilar.
Por
eso
solo
parecen
lograr
adelgazar
con
medicamentos
tipo
Ozempic,
que
les
obligan
a
cambiar
de
hábitos.
«Claro
que
hay
diferencias
en
lo
que
comemos»,
concluye
Haspel, «pero
las
mayores
diferencias
están
en
dónde,
cuándo,
cómo
y
cuánto«.
Aplíquese
a
cualquier
sociedad
cuya
población
busque
perder
peso.
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