El último iPod ha muerto: la piedra sobre la que se construyó la Apple actual paga su bala

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Quince años ha tardado el iPod en morir de forma oficial. Es el tiempo que pasó desde que Apple anunció el primer iPhone, el teléfono que definió el estándar físico de los smartphones durante lustros, que canibalizaba por completo a su reproductor de música.

El iPod, que estaba a punto de cumplir veintiún años, fue el germen de la Apple que conocemos. Apple pasó de fabricar ordenadores a mantener un catálogo de productos que rozaba el despropósito. A finales de los noventa recuperó el orden, mató los dispositivos intrascendentes —mayoría en su porfolio— y se enfocó en unos pocos Mac para volver a ser relevante en la industria.

Luego, ya con oxígeno tras estar al borde de la muerte por quiebra técnica, lanzó el iPod, cuyo desarrollo supimos hace poco que fue un embarazo: nueve meses desde la decisión de lanzarlo hasta que estaba presentado y en las estanterías de las tiendas. Un treintañero Tony Fadell fue el cerebro detrás de su concepto.

Tony Fadell, diseñador del iPod, hace públicos algunos detalles sobre la creación del reproductor

Con sus carencias y mejoras, conquistó al mundo, cada vez más tras cada iteración. Fue puliendo aristas, pasando de FireWire a USB y haciéndose compatible con Windows para dar el despegue definitivo. Y los auriculares blancos empezaron a ser su seña de identidad ubicua, en las calles, en el metro, en las universidades… Colocados en Classic, Nano, Video…

Apple domina la narrativa como muy pocas empresas más en el mundo, quizás como ninguna otra, y con el primer iPod sublimó su tarjeta de presentación: «1.000 canciones en tu bolsillo» era su eslógan. Era simplemente perfecto. No se recreaba en términos ininteligibles para algunos demográficos, como kbps, GBs o tasas de transferencia. Se limitaba a comunicar en cinco palabras el problema que venía a solucionar. Algo que ayudó a disparar su fama.

iPod 2001

Imagen promocional del primer iPod.

Las canciones a 0,99 dólares, la clickwheel, el cable blanco, la fluidez de su despejada interfaz… Sea lo que fuera que le ayudó a consolidarse, no tuvo rivales. Como ocurrió luego con los teléfonos, los competidores de Apple lograban productos claramente superiores en algunos apartados específicos (mejor calidad de sonido, mayor capacidad de almacenamiento, mayor versatilidad para la gestión de archivos…), pero ninguno pudo hacerle frente en bloque, como un producto compacto.

Sony, Creative, Philips, Samsung, Toshiba, Microsoft… Muchos intentaron acumular argumentos para arañar ventas al iPod, pero por mantener el símil en la música, el diablo no toca la guitarra: está en los detalles, y la primera vez que se usaba una clickwheel no se olvidaba jamás. Demasiado precisa y satisfactoria como para volver a tamborilear botones de plástico o pantallas resistivas.

En esos años en los que se llegó a hablar de una batalla iPod vs Zune que nunca ocurrió realmente (aunque Microsoft aprovechó la derrota para reinventar el aspecto de muchos de sus productos), el iPod no solo iba mereciendo cada vez más ventas, sino que las iba abrochando mientras sus ventas llegaban a suponer el 40% de sus ingresos en 2006, su año pico. No fue un MP3, fue un icono pop urbano, el símbolo de una generación.

Las guerras del ruido: cómo la industria pasó décadas subiendo el volumen de la música a cambio de su calidad

En enero de 2007, cuando Jobs presentó el iPhone, empezó un declive que se ha alargado más de lo esperado. El iPod hace mucho que dejó de ser un trotamúsico y en estos últimos años se buscaban excusas peregrinas para justificar que un dispositivo así, obsoleto y olvidado, depauperado por la empresa y depauperante para quien lo compraba por 240 mochos, continuase en la estantería. «¡Es un gran regalo para una primera comunión!», llegó a escuchar este juntaletras como justificación. Año 2022.

El iPhone y la música en streaming fueron los clavos para el ataúd del iPod, un muerto demasiado vivo durante demasiado tiempo

Spotify primero y Apple Music después acabaron de rematar un producto que simplemente contemplaba una forma de escuchar música que el mercado ya había dejado atrás. Y la vida para el iPod continuó como continuan las cosas que no tienen mucho sentido.

El iPhone y la música en streaming. La combinación de ambos factores convirtió la pestaña «iPod» de la web de Apple en un cráter humeante. Paradójicamente, sin el iPod nunca hubiese existido el iPhone. Sus ingresos permitieron dedicar recursos a I+D y poder lanzar su primer teléfono móvil.

El iPod ha vivido tanto que hasta ha llegado al ciclo de las dos décadas, habitualmente consensuado como el que provoca la nostalgia, y así ha asistido a su propio revival en forma de mods y personalizaciones extremas de quienes quieren usarlo de nuevo hasta el punto de hacerlo usando Winamp como reproductor. Una forma alternativa de asistir al funeral de uno mismo.

Tradicionalmente, las familias de los condenados a muerte en China no solo debían enfrentarse al dolor de perder a un ser querido, sino que además eran obligadas a pagar el precio de la bala utilizada por el verdugo. De una forma similar se despide el iPod, cuyos esfuerzos y méritos sirvieron para alumbrar a quien a la postre provocó su intrascendencia hasta la muerte. Eso sí, con honra y honor. Gracias por todo, iPod.