A mediados de los sesenta, Sergio Leone presentaba su clásico ‘Por un puñado de dólares’. La película, uno de sus trabajos más recordados, provocó un conflicto entre Leone y Kurosawa. Walter Hill no quiso líos 32 años más tarde, cuando adaptó el guión que Akira Kurosawa y Ryuzo Kikushima firmaron para ‘Yojimbo (El Mercenario)‘ en ‘El último hombre‘, prácticamente una carta de despedida artística. Hoy en La Sexta.
Cowboys & Gangsters
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Hill, responsable de buena parte del mejor cine los 70 y los 80 supo adaptarse a los 90 con títulos tan interesantes como ‘Wild Bill‘ o realmente potentes como ‘El tiempo de los intrusos‘, una notable cinta de acción de la vieja escuela que venía a recordar que nadie mejor que un viejo artesano para hacer según qué cosas.
Tras el fiasco de ‘Gerónimo, una leyenda‘, título que pagó muy caro llegar después de ‘Sin perdón‘ (como prácticamente todos los westerns posteriores), Hill decidió poner toda la carne en el asador. Con Lloyd Ahern, su director de fotografía desde ‘El tiempo de los intrusos’, y Ry Cooder, músico habitual en su cine (y con una partitura que recuerda mucho al John Carpenter de ‘Vampiros‘), Hill firma y produce un largometraje que en realidad es un ejercicio de estilo.
‘El último hombre’ es un western, una película de gangsters ambientada en la ley seca, de venganza y un drama. Pero sobre todo era la despedida de una forma de cine. Resulta increíble que la película pertenezca a la misma cosecha que ‘Misión Imposible‘, ‘Memoria letal‘ o ‘2013: Rescate en L.A.’. Y eso es realmente bueno. La película con Bruce Willis pertenece a otra época, tanto fuera como dentro de la pantalla. De hecho, la carrera de Walter Hill arrancaría la cuesta abajo tras ella. Que fuera un pinchazo en taquilla no ayudó. Con un impresionante presupuesto de 67 millones apenas recaudó 47 en todo el mundo, embolsando menos de 20 en Estados Unidos.
El fin de una era
La historia presenta a John Smith (un Willis más relajado que de costumbre) siendo absorbido por Jericó, un verdadero agujero infernal en forma de ciudad/pueblo con un letrero de «población» marcado con tiza para tener en cuenta la fluidez de una funeraria que siempre tiene el escaparate lleno. Además, el pueblo está regido por dos bandas en guerra.
Smith ejerce de catalizador amoral: a los cinco minutos de llegar envía al más allá al que podría ser el principal esbirro de un clan maléfico en cualquier película de género. Lo hará en un tiroteo que reformula el western: estos tipos son vaqueros con unas armas mucho más potentes. Moviéndose de un clan a otro, Smith se gana a ambos bandos mientras evita las atenciones psicóticas de Hickey (Christopher Walken haciendo lo que más le gusta).
Hill aprovecha su potencia visual mezclando los géneros para ofrecer momentos realmente extraños, casi anacrónicos, incluso incómodos. La voz en off de Willis crea tanto ambiente como las bolas de paja que transitan el desierto naranja. ‘El último hombre’ es un caso extraño. Una película que huele a clásico aunque posiblemente no lo sea, y a la que su esforzado tono tampoco la vuelve excesiva ni forzada. Y eso se debe a que detrás de ella hay un cineasta de los que empezaban a desaparecer. Dos años después, en 1998, John Carpenter estrenaba ‘Vampiros’, otra extraordinaria epopeya al amanecer que despedía definitivamente a otro cine y a otro cineasta. Disfrutémoslas cada vez que podamos.