‘El tubo’, una producción francesa que llamó la atención en Sitges hace un par de años -fue nominada al premio del jurado en su sección- y que llega ahora a salas de cine españolas, no puede evitar las comparaciones con ‘Cube’, la estupenda miniatura de ciencia-ficción y terror de Vincenzo Natali de 1997. Es completamente lógico: las diferencias son abundantes (ha pasado, al fin y al cabo, casi un cuarto de siglo), pero las similitudes también son notables.
Ambas películas parten de una persona (o grupo de personas, en ‘Cube’) encerradas en un entorno tan claustrofóbico como futurista. Una luz completamente artificial ilumina las estancias por las que van pasando, esquivando peligros ridículamente letales. Tendrán que encontrar una lógica en la estructura de esta trampa y, sobre todo, y aquí está el parecido más notable, averiguar cómo han llegado hasta allí.
Aunque ‘El tubo’ tiene su propia personalidad, como veremos, es en ese aspecto donde queda definitivamente por debajo de la película de Natali. La resolución de ‘Cube’ era enigmática pero satisfactoria (de hecho, daba pie a una notable secuela, la aún más chiflada ‘Cube 2: Hypercube’). Aquí, el director y guionista Mathieu Turi también juega al enigma y a las preguntas sin responder, pero da más claves acerca de qué hace la protagonista en esa extraña estructura, y no resulta satisfactorio. Los quince minutos finales, visualmente muy atractivos, son sin embargo decepcionantes desde el punto de vista del argumento.
El trayecto hasta ahí, sin embargo, es absolutamente febril y trepidante: las trampas beben también algo de la saga ‘Saw’ por su sofisticación y mecánicas chiripitiflauticas (cuchillas, sopletes, paredes móviles, inundaciones), y a ello se añade un límite de tiempo, del que se informa sucesivamente a la protagonista, una estupenda Gaia Weiss -adecuadamente estresada pero siempre resolutiva-. Además, ‘El tubo’ añade otro ingrediente a la ecuación que convierte a la película en un elemento especialmente interesante.
Videojuegos que nunca existieron
Turi combina elementos robados a las mecánicas de los videojuegos, convirtiendo a ‘El tubo’ en una especie de adaptación perfecta de un juego que no existe. Pero aunque no exista, su desarrollo es perfectamente reconocible: la situación de Game Over, la lógica para solucionar puzles y encontrar caminos (absolutamente absurda en circunstancias normales, pero completamente habitual en los videojuegos), los razonamientos para deducir los funcionamientos de las trampas y superarlas… hay hasta un momento en el que la protagonista cronometra mentalmente los ciclos de aparición de una cuchilla, como en un juego de plataformas.
La temática de ‘El tubo’ no es la habitual en una película-tipo que adapte un videojuego (es decir, aquí no hay ni coliseos futuristas, ni mundos virtuales, ni inteligencias artificiales testando humanos como cobayas), pero el recurso funciona y sobre todo, ahorra tiempo. Dota de lógica (la de un videojuego, pero lógica al fin y al cabo) al conjunto y lo hace verosímil dentro de sus límites.
El aderezo con elementos que parecen sacados de una revista de ciencia-ficción de los ochenta tipo ‘Metal Hurlant’ terminan de equilibrar una película cuya mayor virtud es precisamente el saber escoger los elementos precisos de los videojuegos y de referentes como ‘Cube’ para ir al grano. En ‘El tubo’ los personajes son esquemáticos, simples cuerpos atléticos diseñados para superar las trampas como si fueran las Olimpiadas, y la referencia al film de Natali y los videojuegos es lo que hace que funcionen.
‘El tubo’ encuentra en su modestia y esquematismo su gran virtud. Es una película trepidante, muy bien rodada y editada, que siempre tiene una trampa extra, una explosión gore o un peligro inesperado para mantener al espectador al borde del asiento. Quizás su conclusión no llegue a redondear el conjunto como sería deseable, pero hasta entonces, es la mejor prueba de que el estilo ‘Cube’ no está ni remotamente agotado.