Uno de los pequeños dramas que nos sacuden siempre que compramos una lechuga es intentar que no empiece a ponerse mustia, echándose a perder con mucha facilidad cuando compramos algún lozano ejemplar que, a los pocos días, la nevera se encarga de hacer añicos.
Da igual que hablemos de lechuga iceberg, de batavia, de romana, de hoja de roble (o casi de cualquier otra variedad que podamos disponer en ensaladas), pues estos frescos cogollos —más versátiles de lo que creemos— son más sabrosos de lo que creemos.
Limpiarlas, secarlas y cortarlas es todo un arte —que ya te explicamos aquí cómo podías hacerlo—, pero conseguir que duren brillantes y tersas más tiempo es toda una odisea, a pesar de que haya ejemplares que sean más duraderos.
Acusadas a menudo de insípidas, en especial la pobre iceberg, es verdad que el verano es una época propicia para dar salida a la lechuga más allá de las ensaladas —pensemos en bocadillos o en recetas como el ssam de panceta—, pero también supone un enemigo mortal, calor mediante, para estos verdes cogollos.
Generalmente de gran tamaño, una lechuga entera puede llegar a pesar hasta medio kilo, aunque lo habitual es que no pase de los 400 gramos, razón por la que compramos con mucha ilusión el primer día y, a medida que pasen las jornadas, la vayamos dejando de lado en la nevera.
Allí se deshidrata, empieza a palidecer y, lo peor de todo, una mustiedad ablanda sus hojas, que se tornan chiclosas y acaban perdiendo su color verde intenso, convirtiéndose en poco menos que una inane hoja.
Por fortuna, hay un truco perfecto para que, compremos la lechuga que compremos, no acabe sufriendo en nuestras neveras y nos lo trae el famoso Karlos Arguiñano, el más popular de nuestros cocineros.
Sus trucos, como el de mejorar unos pimientos del piquillo embotados o cuál es la proporción perfecta para hacer una tortilla de patatas, son una garantía de éxito que solemos encontrar en sus recetas o en sus libros, como en El menú de cada día, donde explica cómo alargar la vida útil de la lechuga.
Para ello, el cocinero de Zarauz recomienda separar las hojas de la lechuga. Asegura así entre sus páginas que «la lechuga se conserva mejor si separamos sus hojas». Razón por la que aconseja separar una a una las hojas, lavarlas y escurrirlas bien (este paso es más sencillo con un buen centrifugador).
Este paso es fundamental, pues si llegan húmedas o mojadas a la nevera, pueden empezar a pudrirse. Una vez secas, el chef vasco avala que las guardemos en un recipiente cerrado —un tupper será suficiente— y esto servirá para alargar la longevidad de nuestras lechugas.
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