La canaria Lanzarote se autodenomina como ‘la isla diferente’, un destino que quiere huir del puro reclamo del turismo de sol, playa y hoteles con piscina para abrazar su cultura, su naturaleza y el propio paisaje insular. De los muchos pueblos que podemos visitar para conocerla en profundidad destaca Villa de Teguise, una población que sorprende por su carácter tan peculiar y que acoge al visitante llevándole en un viaje a través del tiempo.
La villa se extiende casi como un espejismo mágico con una arquitectura que asienta en armonía en el terreno, con su perfil de casas bajas solo interrumpido por algunas torres y monumentos, en un tono blanco resplandeciente que hace contrastar las puertas verdes, los balcones de madera y las calles adoquinadas.
Teguise es el nombre del municipio perteneciente a la provincia de Las Palmas en la isla de Lanzarote, cuyo territorio se extiende en una franja de costa oeste a este abarcando 263 km², siendo así el más extenso de la isla. Incluye varias poblaciones, alzándose la Real Villa de Teguise, en el interior, el núcleo principal.
Su historia comienza como asentamiento de la población aborigen en forma de aldea, hasta que, después de la conquista de los pueblos normandos, Maciot de Bethencourt, sobrino de Jean de Bethencourt, fundó Teguise. Fue la tercera población europea fundada en las Islas Canarias tras San Marcial del Rubicón y Betancuria, ya en Fuerteventura.
Su posición geográfica privilegiada, a los pies de una atalaya con una gran vista de los alrededores, y protegida de los vientos alisios, convertían a la villa en una candidata ideal para crecer y establecerse como principal urbe de la zona, como terminó sucediendo. Teguise, conocida como la Gran Aldea y bautizada en honor de la esposa de Maciot, hija del del último rey indígena, fue la capital de Lanzarote hasta 1852, cuando pasó a ser Arrecife.
Una villa inmutable en el tiempo
Desde la primera mitad del siglo XVI la población creció rápidamente gracias a que también podía aprovechar muy bien los recursos hídricos y naturales para los cultivos. Esa evolución estuvo ligada directamente con el desarrollo de una riquísima arquitectura singular, con numerosos monumentos y edificaciones de gran valor, conventos, templos y casas particulares de sus habitantes más pudientes.
La riqueza de la villa la hizo muy atractiva para los saqueos piratas, lo que llevó a construir el castillo defensivo de Santa Bárbara. Hasta el siglo XIX actuaba como toda una capital, una ciudad-estado desde la que se dirigía la actividad de toda Lanzarote. Pero la pérdida de la capitalidad fue un duro revés que desembocaría en una grave crisis económica.
Paradójicamente, las décadas de precariedad y carestía han permitido que Teguise haya permanecido casi aletargada, inmutable al paso del tiempo, conservando hoy su identidad y su patrimonio. Ninguno de los movimientos artísticos, urbanos ni arquitectónicos que se sucedieron entre el XIX y el XX dejaron huella en la villa, regalándonos hoy un pueblo lleno de encanto por el que viajar en la historia.
Un centro histórico único y mucho por ver
Solo la Villa de Teguise es una escapada que merece la pena en todo el año para conocer un lado menos visto de Canarias, con su particular centro histórico, considerado el mejor conservado de todo el archipiélago, y declarado conjunto arquitectónico-histórico- artístico.
Mike PeelAdemás de recorrer sus calles, perfectamente conservadas y donde relucen todas sus viviendas entre calles y callejuelas, se pueden visitar numerosos edificios como la Casa Museo del timple -un instrumento musical canario-, los conventos de San Francisco y Santo Domingo, diversas ermitas, la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, el Teatro Municipal o el Castillo de Santa Bárbara, en la Montaña de Guanapay, que acoge un museo sobre la piratería.
Además son numerosas las rutas que se pueden realizar desde la Villa para conocer otros pueblos de los alrededores o disfrutar de la naturaleza y el paisaje de Lanzarote. Hay que destacar una ruta en particular, la del artista César Manrique que incluye en su recorrido el Pueblo Marinero, el bello Jardín de Cactus y la imprescindible visita a la Fundación César Manrique.
Por supuesto, desde Villa de Teguise también puede el visitante acercarse al mar para disfrutar de sus pueblos pesqueros y sus playas, algunas muy propicias para la práctica de deportes acuáticos como el surf. La playa de Famara es muy recomendable para iniciarse en este deporte y hay varias escuelas y academias abiertas para todas las edades.
Imágenes | Unsplash/Marco Verch – Lothar Boris Piltz – Turismo Lanzarote – Mike Peel