A lo largo de mi vida profesional he oído muchas veces eso de «si funciona no lo toques». A veces ha ido acompañado de otras variantes como «aquí se ha hecho así toda la vida y no nos ha ido tan mal» o similares. Si lo extrapolamos a cualquier proceso en la empresa seguiríamos calculando con el ábaco o anotando en papel y boli en el mejor de los casos. Porque el inmovilismo en la empresa es una trampa.
Es como engañarse en el solitario para conseguir que salga. Si nosotros nos quedamos quietos y lo hacemos todo igual, los resultados empresariales tendrían que ser los mismos, pero la ecuación no cuadra. Y no lo hace porque cambian nuestros competidores y cambia el mercado. Los clientes de hoy no son los mismos que los de hace cinco años. Pero aquí siempre se ha hecho todo de la misma manera.
No nos confundamos, la mayoría de las ocasiones esta situación se produce porque los responsables de la empresa no quieren salir de su zona de confort. ¿Para que vamos a invertir para ser más productivos si ya tenemos buenas cifras de ventas? ¿Para que vamos a exportar si en España vendemos muy bien?
El problema viene cuando se nos viene encima un cambio económico, como puede ser una crisis o una desaceleración y el mercado se contrae. Entonces solo aquellas empresas que son más productivas, que han mejorado sus procesos pueden luchar de forma efectiva para sobrevivir, ya que tienen herramientas para mejorar a su competencia.
Pero también puede ser un cambio social. Nuestros clientes tradicionales van cambiando o desaparecen. Los nuevos buscan en otros lugares, como puede ser Internet o las ventas en grandes marketplaces y nuestra facturación va menguando poco a poco.
Y a pesar de esto muchos negocios siguen con las orejeras puestas para no ver lo que desde diferentes indicadores se muestra. Nuestra empresa sigue con la política del si funciona no lo toques, pero es que ya no funciona. Y si hemos esperado demasiado ni siquiera tendremos la capacidad para poder cambiarlo.
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