‘El caballero negro’: Netflix y Corea del Sur vuelven a dar en el clavo con un thriller distópico que no inventa la rueda pero que invita a devorarlo de una sentada

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A pesar de que el pasado 2020 vivimos el que podríamos definir como nuestro propio escenario casi apocalíptico, si nos remitimos a la ficción, pocas cosas continúan teniendo tanto atractivo como una aventura distópica; especialmente si están aderezadas con un toque sci-fi. Y es que el gancho de fantasear con catástrofes y colapsos, y de ver a la humanidad pasándolas canutas, continúa siendo innegable.

Este tipo de producciones no es que sean precisamente nuevas, y su longeva explotación tanto en la gran como en la pequeña pantalla ha terminado traduciéndose en un espacio muy limitado para la innovación. De este modo, es habitual que recorran una y otra vez lugares comunes que juegan con tropos reconvertidos en casi clichés, incluyendo páramos desérticos, sociedades militarizadas divididas en estratos y élites que hacen acopio de la práctica totalidad de recursos disponibles, por poner algunos ejemplos.

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Pero que un modelo esté particularmente trillado no quiere decir que no pueda dar lugar a títulos más que merecedores de nuestro tiempo en una realidad saturada de oferta audiovisual. Buena muestra de ello es ‘El caballero negro’, la nueva apuesta surcoreana de Netflix con la que la industria del país asiático vuelve a mostrar poderío moldeando un divertimento cargado de acción e intriga que sabe compensar sus lugares comunes con una buena dosis de intensidad y con una capacidad para enganchar digna de elogio.

La distinción surcoreana

Hay que admitir que la simple premisa de ‘El caballero negro’ invita a pensar en un «más de lo mismo» que podría suscitar pereza; y es que su ambientación en un futuro en el que sólo un 1% de la población ha sobrevivido a una hecatombe para habitar a duras penas un mundo marcado por la escasez de suministros vitales y por un aire irrespirable recuerda automáticamente a infinidad de productos homólogos que podrían existir realmente, o sólo en el imaginario colectivo.

No obstante, conforme uno se adentra en su universo y comienza a conocer progresivamente a sus personajes, lo que parece la copia de una copia de otra copia —que decían en ‘El club de la lucha’—, empieza a absorberte prácticamente sin que te des cuenta. Algo a lo que ayuda una narrativa notable que equilibra espectáculo y desarrollo argumental y que, como no podría ser menos, tiene algún que otro giro made in Corea de esos que te dejan al borde del asiento.

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Las virtudes que hacen destacar a esta serie sobre otras similares se mueven en dos áreas delimitadas, comenzando por su sentido de la intriga. Lo que parecía apuntar al enésimo survival  polvoriento con la lucha de clases como leitmotiv se torna rápidamente en un thriller cargado de suspense, conspiraciones, pérfidos villanos, protagonistas atormentados y un buen puñado de secretos que es mejor no desvelar —la cosa no tarda en desmadrarse—; un cóctel de lo más apetecible impulsado por el carisma de Kim Woo-bin, su actor protagonista.

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En segundo lugar, es de rigor ensalzar su estimable diseño de producción, que se sobre pone a la cotidianidad de su propuesta con oficio y buenas decisiones y, sobre todo, la labor de Choi Ui-seok en la dirección. El realizador, que ya demostró su habilidad con ‘Cold Eyes’ —codirigida junto a Kim Byung-seo—, se muestra solvente en los pasajes conversados, pero revela su mejor rostro en unas escenas de acción que se las apañan para despuntar con algunas florituras inesperadas.

Como si no existiesen más series salidas de Corea del Sur, muchas han sido las voces que han anticipado el estreno de ‘El caballero negro’ como la nueva ‘El juego del calamar’, pareciéndose ambas como un huevo a una castaña. Está claro que ambas obras juegan en ligas muy distintas y que esta no tiene el nivel de originalidad y lucidez de la obra de Hwang Dong-hyuk, pero posee los ingredientes perfectos —y combinados en su justa medida— como para hacer que deseemos devorarla de una sentada. Corea, qué hermosa eres.

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