En
España
algo
se
rompió
por
“primera
vez”
para
el
público
cuando
dos
de
los
streamers
más
conocidos
e
influyentes,
la
pareja
fuera
y
dentro
de
las
pantallas
formada
por
Masi
e
IlloJuan,
rompían
su
relación.
¿Qué
ocurre
con
la
audiencia,
las
cuentas
y,
finalmente,
la
monetización
cuando
se
da
un
final
así?
¿Quién
se
queda
con
quién
o
cómo
se
reparten
el
éxito
financiero
pasado
y
futuro?
En
Estados
Unidos,
hay
tanta
gente
haciendo
lo
mismo
en
la
red
que
el
fin
de
una
relación
entre
influencers
es
un
auténtico
galimatías
para
los
abogados.
El
7%
de
la
fuerza
laboral.
La
cifra
no
es
baladí,
ni
mucho
menos.
La
misma
la
resaltaba
un
trabajo
de
hace
unos
meses
en
Harvard
Business
Review
a
través
de
la
consultora
The
Keller
Advisory
Group
para
explicar
la
dificultad
para
seleccionar,
fijar
el
precio,
contratar
y/o
utilizar
a
los
influencers,
o
incluso,
quizás
más
importante,
a
quién
o
qué
cuenta
es
realmente
relevante.
El
dato:
aproximadamente
13
millones
de
personas
en
Estados
Unidos
consideran
que
la
creación
de
contenido
para
las
redes
sociales
es
su
trabajo
a
tiempo
completo
principal,
es
decir,
el
7%
de
la
fuerza
laboral
del
país.
Para
poner
en
contexto
esta
monstruosa
burbuja,
es
la
misma
cantidad
que
en
el
sector
manufacturero.
Sin
embargo,
y
a
diferencia
de
éste,
la
cohesión
profesional
es
escasa
en
cuanto
a
cómo
se
ve
o
vale
el
trabajo.
Evolución
de
una
industria.
Contaban
en
el
mismo
estudio
que,
en
20
años,
la
industria
de
los
influencers
ha
crecido
hasta
alcanzar
un
valor
de
21
mil
millones
en
2023,
según
Influencer
Marketing
Hub,
impactando
así
sectores
que
van
desde
la
moda
hasta
campañas
políticas.
En
Estados
Unidos,
27
millones
de
personas
son,
de
una
manera
u
otra,
creadores
de
contenido,
y
el
88%
de
los
marketers
planea
aumentar
su
inversión
debido
a
la
confianza
en
los
influencers
y
su
alcance
en
redes
sociales.
De
hecho,
los
anunciantes
estadounidenses
pagaron
a
los
creadores
de
contenido
26.000
millones
de
dólares
en
2023,
según
Statista.
Esta
expansión
se
entiende
gracias
a
la
accesibilidad
a
herramientas
de
auto-publicación
desde
la
década
de
2000,
junto
con
la
crisis
de
2008,
un
mix
que
fomentó
el
crecimiento
de
la
industria,
permitiendo
a
personas
comunes
ganar
relevancia
en
redes
y
atraer
así
a
marcas
que
buscaban
una
conexión
“auténtica”
con
su
audiencia.
En
USA,
plataformas
como
RewardStyle
ayudaron
a
hacer
comercial
ese
vínculo
entre
influencers
y
seguidores,
generando
4
mil
millones
de
dólares
en
ventas
anuales.
Regulando
lo
desconocido.
Como
todo
lo
“nuevo”,
las
leyes
y
regulaciones
han
ido
varios
capítulos
por
detrás.
La
falta
de
regulación
ha
dado
lugar
a
abusos,
ya
que
plataformas,
marcas
y
creadores
pueden
explotar
la
industria
para
fines
propios,
no
siempre
de
la
mejor
manera.
Aunque
organismos
como
la
FTC
han
sancionado
figuras
de «primer
nivel»
como
la
mismísima
Kim
Kardashian
por «promociones
no
declaradas»,
la
supervisión
aún
es
limitada.
Otros
países,
como
Francia
y
Reino
Unido,
han
implementado
leyes
de
transparencia.
Por
ejemplo,
en
Francia
se
exige
un
contrato
y
declaración
explícita
de
contenido
patrocinado
en
redes,
protegiendo
también
a
menores
involucrados
en
el
sector.
¿Y
las
rupturas
entre
influencers?
Contaba
hace
unos
días
el
Wall
Street
Journal
el
caso
de
Kat
y
Mike
Stickler,
pareja
de
influencers
estadounidenses
que
compartía
millones
de
seguidores
en
TikTok
y
YouTube,
para
ilustrar
los
retos
legales
de
dividir
cuentas
de
redes
sociales
en
una
separación.
Para
el
juez,
asignar
valor
a
las
cuentas
compartidas
fue
una
tarea
nueva
y
compleja,
ya
que
el
éxito
de
las
cuentas
depende
de
la
audiencia
y
de
la
continuidad
en
los
contenidos.
Finalmente,
Kat,
al
quedarse
con
el
canal
de
TikTok
de
la
pareja,
no
solo
mantuvo,
sino
que
multiplicó
la
audiencia,
reflejando
que
el
propietario
de
la
cuenta
puede
influir
directamente
en
su
valor
y
éxito
financiero.
Monetizar
el
potencial
de
redes
sociales.
Para
los
influencers,
los
ingresos
dependen
de
los
acuerdos
publicitarios
más
que
de
los
seguidores
en
sí,
lo
cual
vuelve
a
las
cuentas
un
activo
complejo
de
evaluar
por
la
ley.
Las
parejas
deben
presentar
un
caso
detallado
sobre
el
trabajo
y
creatividad
que
invirtieron
en
la
cuenta
conjunta,
como
el
tiempo
de
edición
o
ideas
de
contenido,
ya
que
estos
elementos
determinan
su
valor.
Este
tipo
de
valoración
es
todo
un
desafío
para
los
abogados,
quienes
deben
estimar,
no
solo
los
ingresos
actuales,
sino
el
potencial
a
futuro,
incluyendo
aspectos
subjetivos
como
la
identidad
digital
y
su
adaptabilidad
post-divorcio/ruptura.
Todo
un
galimatías.
Los
efectos
de
un
divorcio.
Todo
esto
se
acentúa
mucho
más
para
quienes
basan
su
contenido
en
la
vida
familiar
o
de
pareja.
A
estos,
una
ruptura
representa
un
riesgo
de
pérdida
de
seguidores
y
relevancia.
WSJ
contaba
el
caso
de
Ayumi
Lashley,
influencer
que
compartía
contenido
con
su
ex
que
experimentó
una
caída
en
seguidores
al
reducir
sus
publicaciones
personales
sobre
la
separación.
Por
el
contrario,
su
ex,
quien
abordó
el
tema
públicamente,
obtuvo
un
impulso
en
su
perfil.
En
estos
casos,
mantener
a
los
seguidores
tras
la
separación
es
incierto,
y
la
necesidad
de
reinventarse
para
conservar
la
audiencia
puede
tener
consecuencias
positivas
o
negativas.
Diversificar.
Qué
duda
cabe,
con
una
audiencia
que
puede
variar
y
la
naturaleza
impredecible
de
los
algoritmos,
los
creadores
también
buscan
diversificar
ingresos.
Por
ejemplo,
el
medio
exponía
el
caso
de
Vivian
Tu,
experta
en
finanzas
que
creó
otras
fuentes
de
ingresos
anticipando
posibles
cambios
en
su
carrera
en
redes.
¿Qué
hizo?
La
influencer
ha
sido
pionera
al
incluir
sus
cuentas
de
redes
sociales
en
un
acuerdo
prenupcial,
destacando
la
importancia
de
ver
estas
cuentas
como
activos
de
carrera
(y
no
solo
emocionales).
Un
enfoque
que,
como
otros
tantos,
refleja
algo
que
se
intuía
desde
el
inicio:
que
las
redes
sociales,
los
seguidores
y
el
éxito
son,
en
última
instancia,
inestables.
Además,
por
supuesto,
que
no
parece
que
haya
espacio
para
todos.
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