Cuesta creerlo, pero en un momento en el que puritanismo y el cine viven su romance más fructífero y longevo de las últimas décadas, y el erotismo ha desaparecido no ya como género sino como elemento narrativo o simple ingrediente recreativo (tal vez por el peligroso tabú de la cosificación; cuando un desnudo vivifica a la persona, hombre o mujer, no le resta vida, no la convierte en carne inerte), más películas encontramos en cartelera que celebran una supuesta revolución sexual que definitivamente es más simbólica que real.
‘Amor en polvo’, ‘Sentimental‘ o ‘Poliamor para principiantes‘, de diverso interés y distintas pretensiones, y ahora esta ‘Donde caben dos’, que consigue por amplio margen el discutible mérito de ser la comedia de intercambio de parejas más puritana y blanca jamás hecha.
Todas estas comedias beben en mayor o menor medida de la alargada sombra de la magnífica y fundacional ‘Bob, Carol, Ted y Alice’ (Paul Mazursky, 1969). Sorprende, como poco, que aquello que era escandaloso a finales de los sesenta se siga vendiendo como tal transcurridos cincuenta años.
Good feeling sex movie: en el valle de los desnudos difuminados
Sabedoras de que superar a Mazursky son palabras mayores, estas comedias eróticas exentas de erotismo, con discurso pero sin piel, intentan seguir la estela de sus hermanas menores y derivativas, naderías como ‘Sólo para adultos’ (Richard Lang) o ‘Cambio de esposas’ (Jack Smight), ambas de 1980, que, comparadas con las arriba mencionadas son un alarde de diversión, provocación y carnalidad… resultando, a decir verdad, de lo más discretas, más bien mediocres, incluso vistas con los ojos del gris momento actual.
Tras varios cortos y trabajos para televisión, Paco Caballero había debutado en el largometraje con la feliz comedia ‘Perdiendo el este‘, un producto a medida de Julián López, tan simpático y bien orquestado como impersonal, con un ágil guion enriquecido con una conseguida estética Bruguera, por lo que era de esperar que su siguiente largo poseyera una mayor ambición y una personalidad más marcada. Éste es uno de los objetivos que persigue el guion que el director firma en compañía de Daniel González, Enric Navarro y Eduard Solà.
Uno de sus máximos atractivos es su reparto coral, en el que, en medio del supuesto desenfreno carnal, podemos distinguir los rostros de Ernesto Alterio, Ana Milán, Pilar Castro, Anna Castillo, Raul Arévalo, Verónica Echegui, Álvaro Cervantes, Luis Callejo, Miki Esparbé, María Morales, Ricardo Gómez o Melina Matthews, entre otros.
Casi todos espléndidos intérpretes que están bien a secas, sin alardes, definitivamente desaprovechados. Tampoco es que se tuvieran que esforzar demasiado. Lo que quiere decir que o bien Caballero es un buen director actoral –algo que no niego–, o bien que estos actores y estas actrices poseen a estas alturas las suficientes tablas para salir del paso y salvar los muebles en cualquier tipo de película, embolado o situación.
Llama poderosamente la atención lo preocupado que se muestra el director de no mostrar nada de piel en una película que se vende sin tapujos como una celebración del sexo, y que cuando los cuerpos desnudos, masculinos y femeninos, invaden por necesidad el encuadre éstos se muestren casi siempre difuminados.
No quedan tan lejos, en teoría, los años en los que las orgías eran representadas en pantalla con la crudeza y explicitud de ‘Eyes wide shut‘ o ‘Shortbus‘. Es ésta la gran e insalvable paradoja de una obra que se quiere al mismo tiempo good feeling y salvaje, hipotéticamente dirigida a un target, quiero pensar que reducido, que persigue una experiencia a lo Gaspar Noé con corazón de Richard Curtis.
‘Donde caben dos’: una comedia sexual sorprendentemente pacata
Pero incluso, dado el producto final, invocar el rollo feel-good de Curtis, un grande en lo suyo, más bien parece sacrilegio. El revoltijo de tramas que conforman ‘Donde caben dos’ semeja más bien un jurásico show del infortunado José Luis Moreno. La única historia que posee algo de interés, pese a resultar previsible, es la que tiene como objeto (perdón) de deseo a la siempre extraordinaria Anna Castillo.
Las otras basculan entre lo anodino, lo obvio y lo chabacano, destacando la del glory hole, en la que dos gays discuten sobre la necesidad del compromiso que otorga el face-to-face con una pared por medio (¿no había una metáfora menos evidente?) o la protagonizada por María León y Aixa Villagrán, que busca desesperadamente una gracia que nunca llega, con unas actrices que han demostrado repetidas veces estar por encima de las situaciones y los diálogos que aquí les encasquetan.
Por no hablar de la nula necesidad de incluir un episodio fuera del entorno del club Paradiso, centro de todas las acciones… ¿la rodaron después y la añadieron con calzador? Por si fuera poco, la película concluye con un monólogo buenista a ritmo de los compases de ‘La Casa Azul‘ que parece ser un equivalente serio al que escribieron Russ Meyer y Roger Ebert para el final de ‘Más allá del valle de las muñecas’ (1970), ésta sí, una comedia sexual comme il faut.
Pese a no ser en ningún caso mis ideales de comedia, casi que me quedo con el frontal descaro y la honestidad de ‘Villaviciosa de al lado’ o ‘No lo llames amor, llámalo equis‘, por no hablar de ‘Kiki, el amor se hace‘, que ejemplariza todo lo que esta película pretende ser y no alcanza porque le faltan agallas y le sobra miedo, corrección política y saturación de mensajes conciliadores.
En resumen, me temo que en 2021 la revolución (sexual) sí será televisada… y con suerte podrás verla con tus padres y abuelos. Uno/a debería salir caliente de la proyección de ‘Donde caben dos’, y más bien sale con una indigestión de azúcar y otros endulzantes. Basta ese dato para considerar que la película no llega a cumplir su objetivo. Pero lo más triste es que parece que, por vaya saber usted qué traumas o imperativos, ni siquiera lo pretende.