El boxeo es un deporte realmente apasionante, aunque injustamente lastrado por una dudosa reputación derivada de una mirada superficial a su naturaleza. Quienes sigan de cerca el mundo pugilístico o se hayan calzado los guantes en alguna ocasión sabrán que, más allá del brutal intercambio de golpes que captan nuestras retinas, un combate es poco menos que una partida de ajedrez en la que el físico y el emocional son dos factores con el mismo peso específico en la busca del KO.
Por suerte, esta compleja dualidad se ha trasladado a la gran pantalla con fidelidad en buena parte de los muchos dramas deportivos centrados en esta disciplina, destacando entre ellos los pertenecientes a la saga ‘Rocky’. Si bien es cierto que entran en la liga más artificiosa y palomitera de este tipo de producciones, los títulos protagonizados por Sylvester Stallone y sus notables spin-off han sabido equilibrar como pocos corazón y fuerza bruta.
Siguiendo esta estela y tras dos fantásticas primeras entregas, Michael B. Jordan ha dado el salto a la dirección con una notable ‘Creed III’ que transita un camino continuista en tono y estilo respecto a sus predecesoras, pero que se desmarca de ellas inclinándose hacia terrenos más sensibles y mundanos. El resultado hace honor a la herencia recibida con un espectáculo tan vibrante como de costumbre y empapado del espíritu marca de la casa Balboa —con un extra de almíbar, eso sí—.
Sangre y azúcar
Después de que Adonis Creed alcanzase el Olimpo del boxeo en las anteriores ‘Creed’, el largometraje que culmina una trilogía más que encomiable arranca con status quo radicalmente diferente para su protagonista, ahora centrado en su vida como manager y padre de familia. Por supuesto, esto no suena especialmente atractivo, así que los guionistas Zach Baylin y Keenan Coogler han optado por aferrarse a una premisa tan manida como efectiva.
Esta no es otra que apostar por los fantasmas del pasado y los secretos ocultos a múltiples niveles para moldear una trama que, si bien evoluciona sin salir en ningún momento del camino lógico y esperado, mantiene el tipo durante el par de horas de duración del filme y sirve para introducir un elemento determinante en su éxito: el Damian de un Jonathan Majors enorme tanto en lo muscular como en lo interpretativo que brinda un antagonista de primera categoría.
A pesar de que ‘Creed’ y su secuela directa se esforzaron por tocar la fibra sensible del respetable con varias de sus subtramas, no deja de chocar el extra de azúcar que se ha incorporado a una ‘Creed III’ que no se avergüenza en ningún momento de sus desbarres melodramáticos. Esta autoconsciencia y falta de complejos, sumada a lo consecuente que resulta el suavizado del tono con el argumento y el estado mental de Adonis, hacen que el conjunto, lejos de chirriar, se muestre tremendamente sólido.
Vislumbrar la faceta más tierna y emotiva de la franquicia no quiere decir, bajo ningún concepto, que se haya descuidado el aspecto boxístico. Para sorpresa de muchos, la puesta en escena de Michael B. Jordan y su sentido de la acción dentro del cuadrilátero —apoyado en todo momento por el experimentado DOP Kramer Morgenthau— está a la altura de lo que cabría esperar; estirando los límites de la verosimilitud e integrando su pasión por el anime en unos combates que logran romper con lo habitual y aportar algo de frescor a la fórmula.
Esto, y a pesar de la interesantísima decisión tomada durante la pelea climática, no quiere decir que ‘Creed III’ suponga una revolución. Quien acuda a ella buscando un cambio drástico de forma, fondo o fórmula quedará probablemente decepcionado, pero todo aquél que abrace su, aunque suene contradictorio, emocionante previsibilidad, encontrará un cóctel de hip hop, secuencias de montaje, personajes carismáticos, tortas como panes y un alma gigantesca que demuestra que esta saga sigue viva y coleando, y que no necesita a Rocky para ello.