Coronavirus y desmonte: las nuevas pandemias del planeta devastado

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Los científicos “cazadores de virus” llevan más de diez años alertando sobre nuevas enfermedades, consecuencia de la deforestación global. El asedio a los ecosistemas naturales, como muestra el Coronavirus, cuesta vidas y desata una recesión financiera internacional. Marina Aizen documenta los brotes similares de distintas zonas, traza una raíz común y piensa en las latencias de nuestra región.

La aparición de virus nuevos, como el COVID-19, no es otra cosa que el producto de la aniquilación de ecosistemas, en su mayoría tropicales, arrasados para plantar monocultivos a escala industrial. También son fruto de la manipulación y tráfico de la vida silvestre, que, en muchos casos, está en peligro de extinción.

Este fenómeno está documentado en muchos países, que van desde el el Sudeste asiático hasta América latina, y cada uno tiene sus características, complejidades y dinámicas. Sin embargo, en el fondo se trata siempre de lo mismo: de cómo nuestra visión extractiva del mundo vivo está llevando a la humanidad a una encrucijada en la que pone en jaque a su propia existencia. Es algo que no se arregla con alcohol en gel.

En la Argentina, la transformación de ambientes ha traído consecuencias de enfermedad y muerte a lo largo de la historia, y no sólo por el asedio a ecosistemas como el Gran Chaco, Las Yungas y la Selva Paranaense, sino también de la llanura pampeana.

No es la culpa de los murciélagos, mosquitos, ratones o pangolines, sino de lo que hacemos con el ecosistema en el que viven y cómo los juntamos y manipulamos a todos en un nuevo ambiente artificial. Esta es la verdadera receta del coronavirus, algo que probablemente cueste una recesión global.