En mi primer embarazo, y durante la ecografía de las 20 semanas, el médico me diagnosticó placenta previa. Supongo que como a la gran mayoría de madres primerizas, desconocía el término: se trata de una implantación anormal de la placenta sobre el orificio cervical interno, en la parte baja del útero (cuando lo normal es que lo haga hacia alguna de las paredes del útero). En ese momento me enteré de que tenía una alta probabilidad de necesitar una cesárea y que tendría que tomarme las cosas con mucha calma, ya que esta situación podría traernos complicaciones tanto al bebé como a mi.
¿Qué es la placenta y por qué se puede implantar mal?
La placenta es el único órgano temporal que se forma durante el embarazos y ocurre en el mismo momento de la implantación del embrión en la pared uterina. Su función principal es la de transmitir los nutrientes, oxigeno y hormonas al bebé, aunque también se encarga de sus desechos, que posteriormente eliminará la madre a través de su orina.
A día de hoy, sigue sin conocerse la causa exacta de este fenómeno, así que no es posible prevenirla. Tampoco es posible encontrar información si se atribuye a factores genéticos… en mi caso investigué hasta llegar a mis abuelas y ninguna mujer en mi familia han sufrido de esta complicación.
¿Cómo es tener un embarazo con placenta previa?
Cuando el médico me diagnosticó placenta previa (que además era oclusiva total), fue tajante en sus indicaciones: podía hacer una vida relativamente normal, pero con mucho reposo, nada de correr, saltar o tener relaciones sexuales. Teniendo en cuenta lo mucho que me costó quedarme embarazada la primera vez, mi vida se redujo a teletrabajar, descansar y dar paseos muy cortitos cerca de casa.
Conforme la barriga fue creciendo y mi bebé empezó a moverse, las cosas se fueron complicando un poco más a pesar de apenas salir de casa: en la semana veintiocho empecé a sentir contracciones y un día tuve una pequeña hemorragia que me llevó a estar cinco días ingresada sin poder moverme. Durante el primer día no pude comer nada por si me tenían que hacer una cesárea de urgencia (afortunadamente no), y tras ese tiempo pude volver a casa con la indicación de hacer reposo relativo.
En ese momento yo ya teletrabajaba, así que pude seguir haciéndolo pero haciendo pausas a lo largo del día porque la presión en la parte baja del abdomen no me permitía estar más de media hora sentada, ni siquiera en el sofá. Cocinada y recogía un poco la casa, pero la presión constante me hacía sentir la necesidad de tumbarme y descansar. Algunos días de hecho no podía levantarme de la cama gracias a las contracciones de Braxton-Hicks, así que había días en los que me autoimponía reposo absoluto por precaución. La verdad es que teniendo en cuenta la cantidad de cosas que se acumulan cuando trabajas a ese ritmo, mas los preparativos que debes hacer ante la llegada de un bebé, hacen que esa situación sea un poco frustrante.
Cuando una hemorragia provoca una cesárea de urgencia
Después del alta, tuve algún pequeño sangrado que no requirió hospitalización. Ya me habían advertido en el hospital que si esto sucedía, era pequeño y se paraba, con hacer reposo en casa era suficiente. Sin embargo durante una madrugada de la semana 35, tuve una hemorragia muy grande que no paraba. No puedo negar que el momento fue bastante impresionante y que pasé bastante miedo hasta que llegué al hospital y me dijeron que mi bebé estaba bien. Estando allí tuve una segunda hemorragia, también bastante grande, y los médicos decidieron que esperarían un poco para decidir el paso a seguir. Una hora más o menos después, la hemorragia paró e ingresé al quirófano para una cesárea. El médico consideró el mejor momento para hacerla porque practicarla en el momento mismo de un sangrado continuo puede poner en riesgo la vida de la madre.
Media hora después nacía mi bebé, muy bajita de peso pero en perfectas condiciones. Yo estuve unas cinco horas en reanimación y después pasé a planta donde por fin pude estar con ella y con su padre.
Cuando me preguntan por mi primer embarazo, siempre digo que no lo disfruté. Para mi fue una época de zozobra continua porque era un mundo desconocido al que me enfrentaba tras años de espera, así que sentía una presión enorme por no hacer nada que pudiese poner en riesgo la vida de mi pequeña. Mi consejo para alguien a quien le hayan diagnosticado placenta previa es que se arme de paciencia, que escuche a su cuerpo cada día, que lo vea como una oportunidad para descansar, para poner las ideas en orden, para pensar en proyectos futuros y para cuidarse y que no se preocupe porque los médicos están preparados para enfrentarse a estas situaciones. Es verdad… seguramente este no sea el embarazo soñado, pero el resultado es aún más maravilloso de lo que esperas.
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