He de reconocer que nunca he sido un gran aficionado —de hecho, a estas alturas aún puedo considerarme como poco menos que un neófito— de la saga Harry Potter, y esto incluye tanto a su vertiente literaria como cinematográfica. Cuando se estrenó en cines ‘La piedra filosofal’ todo mi interés estuvo plenamente volcado sobre ‘El señor de los anillos’ y la obra de J.R.R. Tolkien, así que perdí un tren en el que nunca llegué a subirme.
No obstante, mi falta de interés en el universo de J.K. Rowling dio un cambio inesperado en 2016 cuando vi por obligación ‘Animales fantásticos y dónde encontrarlos’, únicamente para toparme con una aventura encantadora protagonizado por un surtido de personajes que lograron cautivarme. Unas sensaciones que dos años más tarde se reafirmaron con su controvertida continuación estrenada bajo el título de ‘Los crímenes de Grindelwald’.
Ahora, en 2022, David Yates ha regresado al Wizarding World por séptima vez para ponerse tras las cámaras de ‘Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore’; una secuela continuista que vuelve a sacar partido del tremendo atractivo de la franquicia reincidiendo en sus numerosos aciertos, pero que se muestra incapaz de ofrecer un tercer acto satisfactorio ni a nivel individual, ni como presunto cierre de una potencial —e inconclusa— trilogía.
Mágica transición
Viendo la división de opiniones y la variopinta recepción que obtuvo ‘Los crímenes de Grindelwald’, es muy complicado prever el efecto que tendrá ‘Los efectos de Dumbledore’ sobre el sector Potterhead del patio de butacas. En mi caso, habiendo disfrutado sin demasiados peros de las dos primeras ‘Animales fantásticos’, esta «tricuela» me ha vuelto a dejar un buen sabor de boca en términos generales, siendo uno de los principales culpables su impoluto diseño de producción.
Si algo consiguió sumergirme en el universo mágico en el que habitan Newt y compañía, eso fue el mimo volcado al moldear su apuesta estética y su ambientación enmarcada en la Nueva York de mediados de los años 20. En esta ocasión, arte, vestuario y localizaciones vuelven a enamorar, brindando pasajes visualmente intachables que quedan reforzados por un tratamiento formal realmente impecable.
Una vez más David Yates vuelve a hacer gala de sus dotes como realizador y narrador en imágenes, lo cual queda plasmado tanto en los pasajes más calmados y centrados en el desarrollo de unos personajes tan magnéticos como de costumbre —encabezados por el Grindelwald de un Mads Mikkelsen que, a mi juicio, perfila la encarnación del villano más realista y terrorífica hasta la fecha—, como en unas set pieces a la vanguardia de la saga, dinámicas, y construidas sobre una capa de VFX más que notables.
Por supuesto, todo esto quedaría en agua de borrajas sin una apuesta narrativa a la altura. En este caso, por encima de todo destaca un tono inteligentemente equilibrado que vira constantemente entre una inusual y cruda oscuridad, atípica en esta suerte de producciones y que estrecha lazos con la II Guerra Mundial y su componente esotérico, y una calidez y ligereza dignas del mejor cine familiar.
Su premisa, por otro lado, parte de un punto sobradamente interesante, evolucionando con agilidad y muy buenas maneras hasta que desemboca en un tercer acto que deja bastante que desear. Y es que el fin de fiesta de ‘Los secretos de Dumbledore’ se antoja excesivamente atropellado —especialmente si nos fijamos en su duración de más de 140 minutos—, dejando demasiados frentes abiertos y clausurando subtramas —si es que llegan a hacerlo— con un exceso de precipitación; dejando un sabor en el paladar mucho más amargo de lo que prometían sus notables dos primeros actos.
En última instancia, esta nueva ‘Animales Fantásticos’, pese a desarrollarse bajo la forma de lo que parece ser el cierre a una trilogía —pese a que los planes impliquen cinco películas— y a un arco dramático tan potente como el feudo entre Dumbledore y Grindelwald, termina revelándose como un capítulo de transición más que podría terminar haciendo caer la saga en reiteraciones innecesarias; quemando definitivamente una fórmula a la que no parecen quedar demasiados ases en la manga para sorprender una vez más.