Es extraño, pero ‘Alguien tiene que morir‘ es Netflix imitando algo que tienen al alcance de la mano: el estilo de Bambú Producciones que, a su vez, han adoptado como propio. Un drama de época con una ambientación cuidada, estética impoluta, un buen reparto —o al menos llamativo— y un toque de culebrón para sazonarlo agregando un buen aliño de los algoritmos formulaicos de Netflix España.
Más cercana a ‘Las chicas del cable‘ que a ‘Arde Madrid‘, la miniserie creada por Manolo Caro, el artífice detrás de la atrapante y algo mamarracha ‘La Casa de las Flores‘, se estrenó en la plataforma con bastante expectación. Sin embargo el recibimiento fue decepcionante en el mejor de los casos.
Cuando el interés se queda en el papel
¿Qué ha fallado? No es fácil determinarlo con contundencia. Sobre el papel tiene su interés. Es una visión al clasismo, a la gente bien de la sociedad franquista y, por otro lado, a la represión concreta hacia la homosexualidad en esa época. A lo largo de tres episodios seguimos los secretos y la mano de hierro que gobierna el seno de una familia.
Los errores de la miniserie surgen desde el mismo teclado. Bueno, desde la mente de sus responsables (Caro, Fernando Pérez y Monika Revilla). Y no hablo de lo raro que puede resultar ver a un mexicano adentrándose en la idiosincrasia de una época concreta y tan cerrada de España. En realidad no hay mayores problemas que la ausencia de típicos dejes castizos.
Lo que sí que se nota más son los vicios de autor de telenovela a la hora de trazar los resortes y giros que usa a lo largo de estos tres episodios. Esto hace que la serie se tome demasiado en serio a sí misma. A Caro (como a tantos guionistas) le gusta navegar por escándalos de familias acomodadas pero su desentreno en el terreno dramático pasa factura. Algo que ya pasaba cuando ‘La Casa de las Flores’ se ponía seria.
Una película de tres partes
Comentaba Ester Expósito en ‘La resistencia‘ que la idea original era realizar una película y quizás hubiera funcionado bastante mejor como tal. Por lo menos obligaría a una limpieza a fondo y una condensación de trama que, cuanto menos, lograría una mayor atención por parte del espectador.
Hablando de ello, en cuanto al reparto, poco que objetar. Son actores y actrices de demostrada solvencia, equilibrando la veteranía de unos con la influencia que tienen otros. En Netflix no son tontos y saben de quién tirar para sus proyectos, qué funciona y qué no. Otra cosa es que sus personajes no tengan demasiado con lo que rascar.
A pesar de ser un drama de época familiar ‘Alguien tiene que morir’, podría ser una suerte de secuela (y no tan secuela, que la serie terminó durante el franquismo) de ‘Las chicas del cable’. Por lo menos en cuanto a diseño, mecanismos y los temas que han tocado a lo largo de la serie. Tiene una plantilla que reúne lo que funciona en Netflix España y la serie de Bambú, por ser la primera, tiene mucho que ver en ello.
En la estética tenemos en ambas un resultado atractivo, tanto en ambientación como en el vestuario unido a un reparto de caras guapas. Luego a un nivel «menos técnico», hay personajes claramente descritos (algo a trazo gordo), los villanos se ven desde el minuto uno y un tono melodramático con el que trabajar.
Las diferencias, eso sí, son abisales. Y eso que ‘Las chicas del cable’, a pesar de tener sus momentos inspirados, tiene unos tramos irregulares y puramente funcionales. Pero te implicabas con los personajes, con su situación, sus relaciones interpersonales y sus sufrimientos por leves que sean.
La fórmula agotada
Esto que es, en mi opinión, un requisito muy básico a la hora de hacer un drama familiar, no está presente en ‘Alguien tiene que morir’. Al final te da igual el quién y, aún más grave, el por qué. Y no solo en lo que atañe al título, sino a todo lo que va pasando. La sucesión de hechos, por graves que sean, pasan ante unos ojos que se vuelven impasibles a lo que ven.
Los tejemanejes de los personajes de Concha Velasco en la una y Carmen Maura en la otra, la represión que sufre Ana Polvorosa versus la de Alejandro Speitzer, etc. E insisto: más que problema de intérpretes, lo es de ejecución. Al final creo que es cuestión de una profunda falta de reflexión sobre qué se quiere contar y por qué se cuenta lo que se cuenta.
La fórmula Netflix que tan buenos resultados ha dado durante ocho años (o los últimos tres en España) necesita repensarse o, al menos, no usarse al dedillo. Por lo menos para no caer en el agotamiento que muestra. Al igual que pasa en la cocina, de nada sirve saber una receta de memoria si no sabemos distinguir la sal del azúcar. Al final, con miedo, tiramos de un precocinado barato y nos lo comemos rogando por que esté rico.