No me dan las horas. Es una de las frases más repetidas por los trabajadores por cuenta propia. Porque parece que al autónomo se sobran tareas al fina de cada día. O le faltan horas, pero la realidad es que si el día tuviese 36 horas lo más probable es que acabase ocupando 28 en tareas profesionales.
En muchos casos es un problema de organización. Por lo general comienza por no cuantificar el tiempo que requiere cada tarea, de ir pasando de una a otra en función de la última llamada recibida o de parar continuamente lo que estamos haciendo para responder teléfono, mensajes, etc. Y al final claro, cuando queremos ponernos a trabajar es la hora de comer. Y no hemos hecho nada.
Y eso sin tener en cuenta la Ley de Parkinson, que dice que el trabajo se expande hasta llenar el tiempo del que se dispone para su realización. Si no nos damos cuenta podemos dedicar todo el día a un trabajo que nunca veremos bien, al que le falta algo, pero no sabes qué o simplemente has dejado varias veces abandonado mientras te levantabas de las silla. Lo ejecutas con la mínima concentración posible.
Y eso por no hablar de horas valle que hay en muchos negocios, donde no entran clientes, pero tampoco nos ponemos con facturación, impuestos, etc. porque si entra alguien nos desconcentra. En general, nos planificamos muy mal nuestro tiempo. Tendemos a atacar las tareas más cortas, que suelen ser las más sencillas, dejando las más complicadas y largas para cuando tengamos más tiempo, algo que nunca ocurre.
Al final del día hemos picoteado en muchos platos pero tenemos hambre. Y estamos frustrados porque no hemos parado y seguimos teniendo las principales tareas pendientes. Porque para esto no nos hicimos autónomos, sin darnos cuenta acabamos viviendo para trabajar, autoesclavizados porque nadie nos ha enseñado a trabajar de otra manera más eficiente.
Es un círculo vicioso del que es muy difícil salir si no nos damos cuenta. Necesitamos ayuda pero estamos tan preocupados por trabajar que se nos olvida todo lo demás. Y es nuestra familia la que acaba financiándonos, prestándonos su tiempo, el que deberíamos pasar junto a ellos, para que podamos seguir trabajando.
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