El pasado domingo vimos a Sarah Polley llevarse un Premio Oscar por su guion de ‘Ellas hablan‘, una adaptación de la novela de Miriam Toews que mantiene la tradición de premiar a artistas interesantes con su trabajo menos interesante. No es que le falten valores apreciables a la película (unos cuantos vienen justo del guion), pero se siente que falta algo en este cambio de registro que una de las voces más llamativas del indie americano de este siglo realiza hacia el drama de «prestigio».
Un misterio de la mente
Se siente que falta porque, para denunciar situaciones opresivas en torno a las mujeres y explorar estados psicológicos turbulentos, su anterior obra resulta más lucida. Aunque no la dirija, su impronta se nota en la fenomenal adaptación de ‘Alias Grace‘, adaptación de la novela de Margaret Atwood sobre un crimen real sucedido en el Alto Canadá del siglo XIX.
En la miniserie vemos las entrevistas que un doctor realiza con la joven inmigrante irlandesa que da nombre a la serie, condenada por asesinar brutalmente a su jefe aunque ella no lo recuerda. Es incuestionable que ella lo ha hecho, pero su mente parece haber eliminado esa parte de sus recuerdos. O, al menos, el doctor deberá indagar si realmente lo ha olvidado.
La naturaleza críptica de su Alias Grace es objeto de fascinación para este personaje que nos sirve de guía en la historia, consiguiendo contagiar ese interés por descifrar lo indescifrable. Las interacciones están medidas con mucha cautela y exquisita sobriedad, sin por ello perder intriga en explorar el estado psicológico del personaje. El guion de Polley se da perfectamente de la mano de una Mary Harron (‘American Psycho‘) hábilmente contenida desde la dirección.
Pero si la serie termina de convencer es por la labor de Sarah Gadon como el personaje titular. Que no le hayan llovido papeles protagonistas tras este trabajo sí es un misterio, porque nada de la narración ambigua y tramposa del personaje funcionaría sin ese saber medir los gestos, la enunciación de las palabras o las miradas. Todo esto te sostiene la complejidad del sujeto a explorar y, por extensión, toda la serie.
Es una serie que tiene muchos elementos de los que tirar. Desigualdades de trato por sexo, luchas de clase, tomar la justicia por su mano y el precio a pagar. Todo contado con una elegancia y una tensión ausente en la última cinta de Polley, perfectamente distribuido a lo largo de seis episodios que no se pasan demasiado de los cuarenta minutos de media (antes de que la Peak TV y Netflix decidieran que la hora por capítulo era el modelo a seguir). Hasta nos brinda a un David Cronenberg con patillas decimonónicas. De las mejores miniseries que ha producido jamás la plataforma.
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