El título de ‘Judy y Punch’, la película que acaba de estrenarse en Movistar+, hace un juego de palabras con el Punch, el tradicional espectáculo de marionetas que se remonta a la comedia italiana del siglo XVI, que en España llamamos títeres de cachiporra. Una tradición un tanto perdida en distintas partes del mundo, pero que quizá siga siendo familiar para los niños británicos, y, atendiendo al origen del film, también en Australia.
El film nos lleva a un tiempo en el que ese era uno de los grandes entretenimientos, presentándonos a un marido y su mujer que se golpean, matan enemigos y hacen revueltas con sus muñecos para divertir y aterrar a los niños en Seaside, en las zonas de montaña donde la vida es dura, cruel y brutal, y sus espectáculos son bienvenidos, pese a su sadismo, por su capacidad para evadir a un pueblo de sus problemas. Sin embargo, las cosas no son sencillas para el matrimonio, y los problemas surgirán cuando nace su primer hijo.
Un cuento de hadas feminista
Punch tiene una peligrosa afición a la bebida y Judy, ahora madre, intenta atemperarlo, pero en una de sus borracheras tiene un fatídico accidente que lleva a consecuencias terribles para Judy, que cambiará las tornas del cuento en una trama de venganza que peca de predecible pero que, por otra parte, resulta honesta y fideligna a su reinterpretación de una obra de marionetas, recogiendo ese espíritu infantil de forma bastante consciente.
El subtexto feminista que la guionista y directora Mirrah Foulkes pone de relieve no es extraño en la época cultural que vivimos, pero la forma en el que lo presenta tiene un punto bastante inusual. Por una parte, su estructura episódica, melodramática y violenta, se ajusta al de los folletines de grand guignol, recordando a alguna de las historias de los Hermanos Coen en ‘La balada de Buster Scruggs’ (The Ballad of Buster Scruggs, 2018).
Por otra, hay un tono de comedia bufa que contrasta con el cariz tremebundo —en ocasiones, bastante gore— de los hechos que se nos muestran y, si bien no busca la carcajada, sí que hay una mirada sorprendentemente negra a ciertos pasajes de violencia doméstica y machismo que generan diferentes sensaciones por el hecho de estar ambientada en un pasado que refleja las obras literarias de ese momento. Imaginen una historia de violencia de género según la lógica del teatro de marionetas.
Mia Wasikowska, divinidad en la sombra
A pesar de que el trabajo de Damon Herriman siempre impacta por su retrato de seres humanos con los que uno no querría convivir una semana, su Punch acaba siendo algo cargante y, dado que el planteamiento moral de la obra está claro, la reincidencia en los estereotipos que representan se acaban filtrando en el desarrollo de un farragoso segundo acto que coincide una desaparición temporal del personaje de Judy.
Cuando reaparece, la película queda en manos Mia Wasikowska, una actriz cada vez más habitual en obras pequeñas como esta o la reseñable ‘Piercing’ (2019), en las que pone una nota de elegancia solo al alcance de estrellas de cine con un punto extraordinario a las que algunos guiones se le quedan pequeños. El de ‘Judy y Punch’, pese a llevarse un premio en Sitges 2019, es poco suculento, pero la actriz de la un punto de fortaleza delicada y picardía que lo mantienen en pie.
Por otra parte, hay una actitud general de contar las cosas de forma diferente, con muchos detalles que acaban resultando una muestra de todo lo que tiene que decir su directora más que acabar cerrando una película redonda. En la construcción de su atmósfera, a ratos ominosa y descarnada, a ratos más luminosa, está una singular y adictiva partitura de François Tétaz, quizá una de las mejores del año, que se completa con unos créditos finales sublimes a ritmo de una cover de ‘Life is Life’, que dirige directamente el radar hacia lo próximo que haga Mirrah Foulkes.