Tiene todo el sentido del mundo que a la hora de probar nuevas tecnologías se recurra a uno de los pioneros de los efectos especiales en el mundo audiovisual. George Méliès es el protagonista del maravilloso nuevo Doodle de Google, diseñado por la gente de Nexus Studios, los propios inventores de los doodles, y que con esta pieza incluyen realidad virtual y vídeo inmersivo en 360 grados.
La combinación de ambos efectos imita con gran fortuna algunos de los trucajes visuales diseñados por el mago francés, su famoso sistema de exposición múltiple para hacer aparecer y desaparecer objetos entre ellos. El resultado es un homenaje a toda su obra, pero sobre todo al corto más famoso de Méliès, el maravilloso ‘Viaje a la luna’ de 1902, quizás la cima de todas sus producciones y la más imaginativa y sofisticada de sus películas.
A Méliès, nacido en 1861, le tocó vivir una época excitante: no solo el cine pasaba por una época de constante experimentación, recién naciendo a la consciencia de que servía para reflejar la realidad como nunca antes se había hecho, pero también para crear nuevas realidades con solo la imaginación como límite. También, a principios de siglo XX, el mundo estaba obsesionado con los descubrimientos, con aprender, con desvelar secretos por medio de la ciencia y la exploración. El mundo estaba lleno de misterios y, por entonces, parecía que todo estaba por descubrir.
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Méliès, que antes de director de cine fue ilusionista, es decir, un profundo conocedor de las formas y maneras de engañar a su público para entretenerles, experimentó haciendo todo tipo de perrerías en el celuloide: animación fotograma a fotograma rudimentaria, exposición múltiple, efectos físicos que iban de las maquetas a la pirotecnia o recursos teatrales… Y siempre desde una perspectiva lúdica: las películas de Méliès exigen al espectador que se deje engañar y llevar por la fantasía. En una época tan cínica como la nuestra, Méliès es la necesaria reivindicación de la imaginación en estado puro.
Para celebrar la brillantez de este pionero de los efectos especiales que dirigió más de 500 piezas, te traemos algunos de sus cortos más celebrados. Los hay más famosos y los hay menos, pero todos tienen algo especial. Esa atmósfera ensoñada y delirante, y que te garantizamos que es lo más cercano a la magia en estado puro que te puede proporcionar el cine.
El hombre de las mil cabezas (1898)
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Heredero aún de la escenografía propia del ilusionismo, el propio Méliès juega aquí a descabezarse en una pieza de menos de un minuto que puso en práctica la idea de la pantalla partida, y que le permitía actuar consigo mismo como compañero de reparto. Como tantos otros trucajes de su cine, Méliès se topó con este efecto por casualidad, cuando reveló erróneamente una película, lo que produjo espejismos visuales inesperados que sabría aprovechar en el futuro.
La Tentación de San Antonio (1898)
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El cachondo de Méliès también hizo unos cuantos cortos de motivos religiosos. Uno de los más vistosos es un delirante biopic de Juana de Arco, pero nos quedamos con esta pieza que no se sabe bien si es satírica o piadosa, en la que San Antonio se enfrenta a unas cuantas tentaciones en forma de señoritas en picardías.
Cendrillon (1899)
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Al borde del siglo XX, Méliès dirigió la primera adaptación de la que se tiene constancia del cuento de ‘Cenicienta’. La protagonista de este frenético y superpoblado cuento (hasta 35 personas en pantalla) es Jeanne d’Alcy, segunda mujer del director y presencia habitual en sus películas, y que da vida aquí al Hada Madrina. La ambición del director iba creciendo: esta es su primera película con escenas diferenciadas.
El caso Dreyfus (1899)
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No todo Méliès es fantasía y proto-ciencia-ficción. Por ejemplo, en 1902 dirigió una recreación de la coronación de Eduardo VII. Y aquí rodó un auténtico docudrama en nueve entregas de aproximadamente un minuto cada una, reflejando la historia de un capitán judío del ejército francés que fue juzgado por traición, sentenciado a muerte y finalmente perdonado en un caso que conmocionó a la opinión pública francesa de la época. Méliès, que había estado en el ejército, reflejó en esta producción una opinión muy crítica, lo que hizo que el gobierno lo censurara. Hasta los años setenta esta producción no pudo verse de nuevo.
El hombre orquesta (1900)
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Más magia, ingenuidad y frenesí con un trucaje de desdoblamientos, y sencillas superposiciones y gags de montaje que resulta estéticamente delicioso.
El hombre de la cabeza de goma (1901)
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Otra pieza esencial del repertorio básico de Méliès, y que bien puede suponer el salto del ilusionismo de escenario y sus cabezas parlantes a un efecto especial que casi podemos calificar de proto-gore, con cabezas que explotan (con estética completamente carente de violencia, eso sí). Un mero chiste visual, pero en el que el director experimenta con los cambios de tamaño a los que sacaría buen partido en sus piezas más celebradas.
Viaje a la luna (1902)
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Una película de casi trece minutos que aún hoy resulta fascinante por su imaginación desbordada y su desternillante sentido de la estética. Se basa muy libremente en dos novelas de otro par de pioneros de la imaginación, ‘De la Tierra a la Luna’ de Julio Verne y ‘Los primeros hombres en la Luna’ de HG Wells. Méliès interpreta, como era habitual en sus películas, a uno de los personajes, el Profesor Barbenfouillis, y una de sus imágenes, la luna de queso con el ojo atravesado por un cohete, se ha convertido en símbolo no ya del director o de los orígenes de la ciencia-ficción, sino del mismo cine y su poder como generador de fantasías.
El reino de las hadas (1903)
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Una de las producciones más ostentosas y recargadas de Méliès (algunos críticos la ponen en la cima de su filmografía) en un viaje al país de las hadas en el que hasta aparece un caballo auténtico en la escena final. Sus abundantes trucajes incluyen todos los efectos que el director conocía hasta ese momento y es uno de los casos más conocidos de película coloreada por el propio director fotograma a fotograma, y que vendía a un precio más elevado.
Viaje a través de lo imposible (1904)
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Una desconocida pieza de más de media hora construida a raíz del éxito de ‘Viaje a la luna’, aunque en este caso es mucho menos conocida. Se basa también en una obra de teatro muy oscura de Julio Verne, del mismo título, y narra una serie de periplos en distintos medios de transporte desde el fondo del mar al interior del sol. La espectacularidad de sus efectos y escenarios es total.
Las cuatrocientas farsas del diablo (1906)
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Una chifladísima y frenética adaptación de ‘Fausto’ (en el que Méliès se inspiró en varias ocasiones) que fue definida en su momento como «gran pieza fantástica en 35 escenas». Es una de las mejores películas de la etapa de las «superproducciones» del cineasta y exhibe una imaginación fuera de sí, con superpoderes, demonios, saltimbanquis, trucajes de todo tipo, mucho humor y una imaginería poderosísima, como el carruaje con el caballo-esqueleto.
A la conquista del polo (1912)
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La película más ambiciosa de Méliès, y también una de las más largas, es una parodia de las entonces muy mediáticas expediciones al polo (y también se ensaña con las polémicas sufragistas), aunque de nuevo a partir de una novela de Verne, ‘Las aventuras del capitán Hatteras’. El resultado fue tan caro que casi llevó a la bancarrota al estudio del cineasta, construido en su propio jardín, y que tuvo que cerrar poco después, abandonando el cine por completo. Incluye una de las creaciones más demenciales y aterradoras del francés, el gigante de hielo que intenta zamparse a los miembros de la expedición.