Se acabó lo que se daba. Después de ocho semanas de lo más intensas, ’30 monedas’ ha tocado a su fin dejando tras de sí más de ocho horas del fantástico made in Spain más desmelenado y pasado de vueltas que, además de reafirmar a Álex de la Iglesia como una de las mentes más fascinantes del panorama audiovisual patrio actual, nos ha regalado un viaje intenso, divertidísimo y con la cada vez menos frecuente capacidad para sorprender al respetable.
Su descomunal primer episodio, que pude disfrutar en el marco de la última edición del Festival de Sitges, ya sentó las bases de todo lo que estaba por venir, y que bien podríamos describir como una orgía de terror satánico absolutamente libre y sin ningún tipo de filtro; una creatividad desatada que, en última instancia, ha terminado elevándose como una de las grandes virtudes y, a su vez como el mayor palo en la rueda de la serie de HBO.
Esto queda ampliamente patente en un octavo y último capítulo, titulado ‘Sacrificio’; un fin de fiesta demasiado atropellado y excesivo que no hace justicia a la temporada en cómputo global, y cuyos 60 minutos reflejan con especial intensidad todas y cada una de las luces y sombras de la producción, que os invito a repasar en las siguientes líneas con algún que otro spoiler puntual.
Ángeles…
No cabe duda de que, si algo me ha hecho disfrutar de principio a —casi— fin ’30 monedas’, eso ha sido su desbordante inventiva. De la Iglesia, junto a su guionista de cabecera Jorge Guerricaechevarría han abrazado la mitología cristiana y la han retorcido a su voluntad para dar forma a su versión particular de la eterna lucha entre el bien y el mal; una contienda en la que hay cabida para criaturas lovecraftianas, brujería, posesiones demoníacas, y cultos milenarios infiltrados en el mismísimo Vaticano —entre muchas otras lindezas—.
Este cóctel conceptual, compuesto por una cantidad de ingredientes que se antoja casi inagotable —el lore de la serie es inmenso—, adquiere una nueva dimensión tras pasar por el filtro del realizador bilbaíno, que ha impregnado cada minuto del metraje con sus filias, sus obsesiones, y ese tono marca de la casa en el que la comedia más negruzca y el costumbrismo se diluyen con el terror más puro de un modo orgánico y natural.
Si todo esto lo envolvemos con un diseño de producción a la altura de la propuesta, con un ritmo que no da tregua prácticamente en ningún momento, y con unos personajes protagonistas que, excentricidades aparte, resultan sobradamente interesantes —al menos en su concepción— y nos han deleitado con el icónico Padre Vergara de Eduard Fernández, podríamos estar hablando de un producto redondo para propios y extraños; pero es entonces cuando hace acto de presencia un exceso de ambición que ha extendido cheques que, finalmente, no han podido pagarse íntegramente.
…y demonios
Los primeros compases de ‘Sacrificio’ permiten comprobar de primera mano cuál es uno de los aspectos más irregulares de ’30 monedas’: su apartado visual. Si bien el primer episodio hace gala de un trabajo impecable tanto de De la Iglesia como del director de fotografía Pablo Rosso, ese look ultracontrastado, en el que los blancos y los negros más puros están a la orden del día, parece aumentar progresivamente su intensidad y el número de artificios que lo «engalanan» hasta alcanzar su cenit en el duelo contra la criatura CGI gigantesca con el que arranca el último capítulo; ejecutado de un modo que recuerda a un fan film con un presupuesto decente, y que hace un uso de los flares molesto, hortera y sobrecargado.
Pese a la notable —en términos generales— labor del director en cuanto a puesta en escena y planificación respecta, la serie no puede evitar dar bandazos entre lo sólido y lo descuidado, combinando escenas tan bien resueltas como la batalla final de ‘Telarañas’ o la brutal secuencia en la que conocemos a Angelo en el ecuador de la temporada, con set pieces más «descuidadas» —por así decirlo— como el asalto a la clínica veterinaria; confuso, plano y poco inspirado en comparación con otros pasajes.
El ritmo se muestra igualmente deslavazado, con un uso de la elipsis un tanto brusco que, probablemente, esté directamente relacionado con la necesidad de avanzar en una trama que abarca demasiado, para bien o para mal, y que impide un correcto desarrollo de los personajes principales, coherentes en todo momento con su naturaleza, pero demasiado espontáneos en la toma de decisiones y en sus reacciones a los devenires de un argumento que, no negaré, es apasionante.
En última instancia, no puedo evitar mostrarme algo decepcionado con la resolución de la temporada y con el modo en que, bajo mi punto de vista, no ha cumplido con la coherencia interna que ha poseído desde el principio; algo, por otra parte, lógico si tenemos en cuenta las dimensiones de su universo. En sus últimos minutos me han asaltado un buen número de esas preguntas que hacen poner en duda la integridad del relato, como, por ejemplo, ¿por qué los villanos viajan por carretera teniendo espejos que les permiten desplazarse instantáneamente? o ¿por qué si Hitler casi dominó el mundo con cinco monedas, Santoro, que tiene las 30, es derrotado asustándole con una paloma y tirándole por un balcón?
Pero que este análisis no os engañe. Ha sido un auténtico placer pasar las madrugadas de los sábados de los últimos dos meses acompañado de Vergara, Elena, Paco y compañía en una ’30 monedas’ que, ángeles y demonios aparte, es poco menos que un milagro en esta época de fórmulas, contención y castración creativa.