Promesas incumplidas. Eso es lo que ha ocurrido en estos últimos años con tecnologías y productos que nos prometieron de todo y que se quedaron en el intento.
Algunos nos quisieron vender las maravillas de los móviles modulares, de los bots de mensajería o de la impresión 3D, pero lo cierto es que ni esas ni otras muchas tecnologías han logrado cuajar. Hemos querido repasar lo que ha ocurrido desde 2014 o 2015 en el segmento, y aquí tenéis los grandes fracasos tecnológicos de estos últimos años.
Magic Leap
La realidad aumentada es el futuro. O lo era. Es lo que prometía Magic Leap, la misteriosa startup que logró crear una expectación absolutamente increíble en un ámbito en el que ninguna empresa —Apple incluida— había logrado disipar las dudas.
La realidad aumentada no parecía tan revolucionaria a la vista de lo que nos habían ofrecido las empresas que apostaron por ella, pero Magic Leap parecía tener algo especial. Muchos inversores lo creyeron, y los fundadores de la empresa lograron recaudar 2.300 millones de dólares y convertirse en una de las empresas con más proyección de cara al futuro.
Lo que prometieron, no obstante, fue muy distinto de lo que acabaron ofreciendo. Con su primer producto, las Magic Leap One Edition, se comprobó que la propuesta de la empresa no tenía apenas nada de diferencial. Las ventas fueron un desastre y volvieron a consolidar el fracaso de una industria, la de la realidad aumentada, que sigue sin plantear revoluciones.
Teclados de mariposa de Apple
Apple debía tener poderosas razones para cambiar los teclados de sus MacBook, porque el caso es que jamás hubo demasiadas quejas al respecto —de hecho lo que solía haber eran elogios—. Lo hizo al integrar los primeros teclados de mariposa (‘butterfly’) en sus equipos, un cambio que fue aplicando a todos sus portátiles gradualmente y que acabó siendo uno de sus grandes fracasos en hardware en los últimos años.
El problema es que esos teclados fallaban mucho más de lo asumible. Tras crear patentes en este sentido, la implementación de los teclados de mariposa fue un pequeño desastre que causó que incluso los más fieles usuarios de Apple criticaran problemas de unos teclados en los que de repente algunas teclas dejaban de funcionar sin razón aparente.
La empresa de Cupertino acabó aceptando la derrota, primero con un programa de reparación gratuita y luego con el lanzamiento de los MacBook Pro a finales de 2009. Aquellas máquinas por fin recuperaban el sistema de tijera y daban por concluido un experimento que hubiera sido mejor no haber realizado. Si funciona, dicen, no lo toques.
Google Daydream
La realidad virtual se volvía accesible con las mágicas Google Cardboard, aquellas gafas cartón que permitían que cualquiera con un móvil pudiera disfrutar de experiencias sorprendentemente decentes en este segmento. La revolución que muchos prometieron parecía posible.
Google pareció creer en esa revolución también, porque en octubre de 2016 llegaba Google Daydream, la versión «Premium» de aquellas Cardboard. Seguían dependiendo del móvil, pero ofrecían un acercamiento más pulido a esos contenidos y experiencias que planteaban la alternativa a soluciones basadas en el PC como las Oculus Rift.
Aquello pronto demostró ser un farol de Google, que apenas sí volvió a mostrar interés en un segmento que tampoco crecía como se había esperado. En octubre de 2019, tres años después de aquel lanzamiento, Google hacía desaparecer las gafas Daydream de su tienda online. Aunque los contenidos seguían disponibles y la realidad virtual avanzaba en otras alternativas, Google la descartaba casi de forma total a nivel estratégico. Eso sí: al menos liberaron el código de Cardboard algo más tarde. Algo es algo.
Wii U
La Nintendo Wii había sido todo un soplo de aire fresco para la industria de los videojuegos, así que cuando Nintendo presentó la Wii U seis años después, en 2012, todos pensábamos que aquello podría ser un nuevo bombazo.
Lamentablemente no fue así: las ventas pronto demostraron que el producto cojeaba y no lograba triunfar ni siquiera entre los fans habituales de Nintendo. Algunos títulos de éxito lograron disfrazar la situación, pero nunca la ocultaron del todo.
El fracaso acabó siendo sonado para una consola que no logró demostrar lo que Nintendo quería, pero que al menos sentó las bases para una vuelta a la carga espectacular. Cuando muchos daban por defenestrada a Nintendo, la empresa logró sacar una Nintendo Switch que ha vuelto a demostrar por qué Nintendo sigue siendo mucha Nintendo.
Project ARA y los móviles modulares
Cuando Motorola inició la andadura del llamado Project Ara que Google se apropió, convirtió a este proyecto en una de las ideas más llamativas de los últimos años en el terreno de la movilidad.
De repente sería factible construir un móvil por piezas, como hacemos con los PCs, algo que teóricamente alargaría la vida útil del móvil al poder sustituir solo aquellas partes de él que dejaban de funcionar o podían hacerlo mejor. El prodigioso Fairphone adoptaba también esa personalidad modular, aunque su principal reto era el de ofrecer un smartphone ético que nunca acabó de triunfar —lo sigue intentando— a pesar de sus buenas intenciones.
Sin embargo la idea fracasó: los avances técnicos se produjeron, pero el ritmo al que lo hacían era demasiado lento y con ciertas limitaciones. Hoy en día hay algunos móviles con cierta personalidad modular (los Moto Z son los más conocidos), pero la idea en general no parece haber cuajado entre el gran público.
Theranos y la revolución biotecnológica
La idea de Theranos, como contaba nuestro compañero Javier Jiménez, «era sencilla pero revolucionaria: crear un dispositivo manual que permitiera hacer análisis de sangre en tiempo real«.
Aquella gran promesa de la biotecnología convirtió a su creadora, Elizabeth Holmes, en la «mil millonaria hecha-a-sí-misma más joven del mundo», gracias a una valoración de 9.000 millones en una empresa que mantenía un secretismo enorme.
Aquello acabó explotando: los tests de sangre que habían prometido el oro y el moro eran poco fiables y poco válidos, y los que funcionaban lo hacían con tecnología de Siemens. Aquello fue una gigantesca pantomima, una falsa revolución que lo prometió todo sin demostrar nunca nada.
Baterías revolucionarias
Si hay un problema con esa tecnología móvil que nos rodea esa es la de la autonomía de las baterías. Esos dispositivos compactos no pueden contar con grandes baterías, y a pesar de las mejoras en eficiencia a todos nos extraña cómo la tecnología básica de baterías no ha cambiado demasiado en los últimos años.
Hemos visto todo tipo de desarrollos que prometían duplicar o triplicar la capacidad o densidad energética de las baterías con la sustitución de algunos de sus materiales, pero la realidad es que ninguna de esos proyectos —u otros que solucionaban otros problemas— ha acabado implantándose en masa.
De hecho lo único que hemos logrado en estos últimos años ha sido beneficiarnos de la carga rápida o de la tecnología de carga inalámbrica disponible en algunos de nuestros dispositivos. Son mejoras sensibles, desde luego, pero el gran problema de base sigue existiendo, y todos esperamos que un día u otro tengamos por fin una tecnología de baterías que suponga una verdadera revolución.
Mensajería a base de bots
El éxito aplastante de la mensajería instantánea como medio de comunicación hizo que hace dos años apareciera una nueva e interesante vertiente para aprovechar el fenómeno: los bots integrados en clientes de mensajería.
Estos bots eran algo así como la «versión texto» de los conocidos asistentes de voz. Herramientas a menudo sorprendentes y prometedoras que permitían interactuar con diversas plataformas y productos a través de comandos escritos, y no de voz.
La idea no era nueva (en IRC se usaban hace más de dos décadas) pero de repente todas las grandes de la tecnología apostaron por esos bots de mensajería.
Y sin embargo todos (WeChat, Skype, Facebook Messenger) acabaron fracasando: para ciertas cosas, parece, la gente prefería seguir hablando de viva voz. La revolución de los bots no fue tal en el mundo de la mensajería.
Wearables que acaban cansando
La aparición de Pebble en el firmamento tecnológico fue una de las más sonadas de los últimos años. La empresa que nos hizo soñar a todos con la revolución de los wearables inició la fiebre de los relojes inteligentes, pero también las pulseras cuantificadoras salieron reforzadas.
Aquel proyecto nos quiso convencer de que al igual que al ordenador le sustituyó el móvil, al móvil le sustituiría el reloj. No fue así, y pronto se comprobó que muchos de estos wearables estaban demasiado limitados por sus propias dimensiones: en realidad eran más accesorios de nuestro smartphone que otra cosa. Muchos acabaron retirándose del mercado.
Es cierto que el fenómeno de los werables no ha desaparecido —que se lo digan al Apple Watch o a Fitbit—, pero lo cierto es que una vez más las promesas no se cumplieron. La idea era fantástica, pero todo este tiempo ha demostrado que estos productos, aunque interesantes y populares para ciertos escenarios (el deporte y sobre todo la salud, poco a poco más presente en ellos), no son probablemente la revolución que los fabricantes nos quisieron vender.
Google Glass y un mundo de gafas inteligentes
Todo era repugnancia y fascinación en las Google Glass. Ver a aquellos paracaidistas emitir en directo su salto a través de este producto en junio de 2012 fue espectacular, y aquellas gafas conectadas parecían casi un producto de ciencia ficción por todo lo que hacían y tenían… para bien o para mal.
El proyecto estrella de Sergey Brin capturó la imaginación de la industria y los usuarios, y solo poder probarlas durante unos minutos se convirtió para muchos en un acontecimiento. La posibilidad de contar con información accesible a golpe de comandos de voz o táctiles o de grabar vídeo y sacar fotos de forma tan llamativa nos atrapó.
Aquella primera revolución de la realidad aumentada se quedó en nada. El elevado precio de las gafas se unió a la preocupación por los desarrollos que podrían aprovecharla y sobre todo por cuestiones de privacidad («eh, ¿me estás grabando con esas gafas?»). Las gafas de Google están teniendo ahora una segunda oportunidad, pero ya sin plantear esa revolución masiva.
Kinect nos quiso levantar del asiento
Cuando Microsoft comenzó a comercializar Kinect lo hizo con la intención de ir un paso más allá de lo que había ido Nintendo en su espectacular Nintendo Wii.
El sistema de control de gestos parecía poder ir más allá de la propuesta de los japoneses, y Microsoft apostó tanto a Kinect que se equivocó en la apuesta. Ni los juegos lograron cumplir con la promesa, ni tampoco otros desarrollos paralelos pero incluso más interesantes (rehabilitación de pacientes con lesiones, por ejemplo).
Kinect acabó siendo una condena en el lanzamiento de las Xbox One originales, y aquella revolución que planteaba Microsoft para que jugáramos de pie y con gestos no fue mucho más allá de lo que nos proponía Wii Sports. Microsoft se dio cuenta demasiado tarde del error, y para entonces la PlayStation 4 ya le había roto la cintura. Microsoft, claro, tuvo que volver a jugar sentada.
Spectacles y otra amenaza a la privacidad
Cuando Snapchat anunció las Spectacles lo hizo con un enfoque fantástico. Esos pequeños clips de 10 segundos grabados con un curioso formato circular (adiós al modo retrato y apaisado) parecían ser la solución perfecta para una industria que seguía sin acertar en este tipo de escenarios del livestreaming.
La fiebre por compartir que nos han contagiado las redes sociales hacían que este dispositivo se planteara como una solución perfecta especialmente para un público joven que las acogió con entusiasmo. La demanda parecía ser espectacular… hasta que dejó de serlo.
Las Spectacles acabaron por no interesar prácticamente nada. Las ventas fueron mínimas y las nuevas amenazas que planteaban a nuestra privacidad fueron uno de los motivos de un dispositivo que quizás llevaba el fenómeno de las redes sociales demasiado lejos.
El malogrado DNI Electrónico
En España el Documento Nacional de Identidad (DNI) necesitaba una renovación que lo adaptara a los tiempos, y aquella ambición culminó con la creación del DNI Electrónico (DNIe), que gracias a su chip inteligente prometía convertirse en medio perfecto de identificación y autenticación en todo tipo de escenarios.
La promesa acabó quedándose en casi nada. A pesar del impulso inicial y de la subvención de 300.000 lectores de DNIe, la tecnología funcionaba de forma limitada (navegadores obsoletos, verificaciones interminables) o, simplemente, no lo hacía.
Los problemas no se quedaron ahí, y hace unos meses pudimos comprobar como la seguridad que nos prometía esta plataforma no existía. El caos y las vulnerabilidades provocaron más confusión para acabar de enterrar —al menos, de momento— un documento que seguimos usando como hace 50 años: como si no tuviera el chip inteligente.
Amazon Fire Phone
Todos esperamos mucho de los gigantes tecnológicos, y durante años se habló de la potencial aparición de un smartphone propio de Amazon. Aquel dispositivo acabó apareciendo gracias al lanzamiento del Amazon Fire Phone, pero aquel producto demostró ser un completo despropósito.
El producto estaba planteado para revolucionar la forma en la que compramos productos. Sus cuatro cámaras frontales planteaban una «perspectiva dinámica» que tenía muy pocas aplicaciones prácticas.
Aunque había ideas interesantes como el botón «FireFly» para reconocer objetos y ofrecernos su precio en Amazon, aquel producto estaba condenado por un precio demencial para las prestaciones que ofrecía. Al final el Fire Phone no era más que un producto para que comprásemos aún más en Amazon, no para resolver ningún problema esencial en el mundo de la movilidad. La idea podría tener ahora una segunda oportunidad, pero la empresa de Jeff Bezos tendrá que tener cuidado con su planteamiento.
Windows Phone ante el abismo
Hay quien cree que la plataforma móvil de Microsoft no está muerta y está de parranda, pero lo cierto es que el fracaso de sus numerosos intentos en este segmento ha sido estrepitoso, algo irónico si tenemos en cuenta que Microsoft lleva intentándolo mucho más que cualquiera de sus dos grandes competidoras.
Aquellos primeros pasos con Windows CE y Windows Mobile acabaron derivando a una estrategia en la que un Windows Phone bastante más capaz parecía tener cierto futuro. La compra de Nokia fue un craso error para una plataforma que pronto intentaría un giro radical con el lanzamiento de Windows 10 y las aplicaciones universales.
Aquello no fue suficiente: la plataforma estaba aún muy verde en móviles, y a pesar de que la interesante idea de la convergencia tenía recorrido, la realidad era evidente: Windows en móviles no convencía a los usuarios de Android e iOS, felices con ecosistemas maduros y difícilmente alcanzables en cantidad y calidad del catálogo software. Es difícil saber si Microsoft volverá a intentarlo, pero aquella particular revolución de las aplicaciones universales ha quedado aparentemente muerta y olvidada… aunque algunos sigamos teniendo fe en una nueva oportunidad.
Impresoras 3D y la nueva revolución (doméstica) industrial
La posibilidad de que uno mismo pudiera programar una aplicación o juego a medida revolucionó nuestro mundo, pero a esa parte software le faltaba la parte del hardware: seguíamos dependiendo de los fabricantes para tener productos físicos con los que trabajar o disfrutar (u otras cosas más polémicas).
Las impresoras 3D parecían poder cambiar todo eso. De repente cualquiera podía fabricar todo tipo de objetos con una tecnología que llevaba esa capacidad a los hogares y que resultaba tan llamativa como atractiva.
Esa revolución tampoco ha cuajado como pensábamos. Quizás nos entusiasmamos demasiado con una tecnología que a pesar de sus virtudes tenía limitaciones importantes (materiales, velocidad, e incluso coste) para la mayoría de los usuarios para los que parecía poder plantear ese cambio. Las impresoras 3D siguen avanzando y demostrando capacidades sorprendentes, pero algunos esperábamos (seguramente de forma equivocada) mucho más.
Nexus Q, la música no es tan social como pensabas
Puede que el Nexus Q de Google no planteara una revolución tan enorme como otras plataformas, tecnologías y productos de los que hemos hablado con anterioridad, pero su idea desde luego era singular: de repente la música quería ser más social.
Esa era la arriesgada propuesta de un producto que era arriesgado también en todo lo demás. Aquel particular diseño cuasi-esférico y su propuesta hardware lo hacían desde luego atractivo y prometedor, pero las críticas le llovieron desde el primer momento.
De hecho el Nexus Q se convirtió en el que es probablemente en el fracaso más estrepitoso de Google a nivel hardware. Ha habido muchos otros en su software y servicios (se nos queda en el tintero Google+, por ejemplo), pero su precio y prestaciones no convencieron a nadie. Aún así aquel esfuerzo no fue estéril, porque los Chromecast recogieron el testigo con un éxito arrollador.
Bonus Track: estas tecnologías siguen sin demostrar todo lo que prometieron
A todos estos grandes francasos de tecnologías y productos que nos dieron mucho menos de lo que prometían se le unen algunas tendencias que a pesar de su proyección siguen sin demostrar todo lo que plantean sus creadores y defensores.
Es el caso desde luego de la cadena de bloques. Las criptodivisas que ahora baten récords y vuelven a generar mucha expectación eran en realidad solo parte de la promesa del revolucionario blockchain, pero su validez práctica sigue siendo discutible. La cadena de bloques siempre ha tenido un futuro prometedor, pero de nuevo nos encontramos con una idea aparentemente fantástica que sigue sin demostrarlo de forma patente.
También nos sentimos defraudados por la realidad virtual y la realidad aumentada, dos plataformas tecnológicas que han quedado demasiado encasilladas en el segmento de los videojuegos y que parecían tener mucho más potencial tanto en ellos como fuera de ellos. Los últimos avances de empresas como Apple, Google o Microsoft o Magic Leap permiten cierto optimismo, pero seguimos sin ver esa ‘killer app’ que necesitan tanto la realidad virtual como la aumentada.
La tercera de esas grandes tendencias por las que muchos seguimos preguntándonos es la de la Internet de las Cosas, que plantea un mundo hiperconectado y en el que los beneficios para la sociedad son enormes. Un mundo en el que la tecnología se adelantará a nuestras necesidades gracias a millones de sensores que recolectarán información sin parar (más aún, con todo lo que eso implica). Por ahora la idea está relegada a ese segmento maker con plataformas diversas (a menudo incompatibles) que tratan de convencernos de un futuro que tampoco vemos de momento con claridad. Esperemos que no sea algo así.
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