Puede que Jose Luis Cuerda sea uno de los tesoros más grandes de la cinematografía española y merecedor de un reconocimiento mayor del que se le ha dado a lo largo de su carrera. Ayudó a despegar y consolidó a Alejandro Amenábar produciendo ‘Tesis’, ‘Abre los ojos’ y ‘Los otros’ y cautivó a la Academia con sus magníficos dramas ‘La lengua de las mariposas’ y ‘Los girasoles ciegos’, que cosecharon varios Goyas y nominaciones.
Pero si por algo debo estar eternamente agradecido a mi cineasta manchego predilecto —lo siento, Pedro— es por las carcajadas que me regaló, y me sigue regalando cada vez que revisito sus tronchantes ‘Total’, ‘Amanece que no es poco’ y ‘Así en el cielo como en la tierra’: tres comedias soberbias que, al fin, van a encontrar su secuela espiritual en ‘Tiempo después’, el nuevo trabajo del albaceteño cuyo tráiler podéis ver a continuación.
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Con ‘Tiempo después’, Cuerda vuelve a ese humor surrealista y castizo de su trilogía del «surruralismo», dando en esta ocasión un salto temporal que nos sitúa en el año 9177 —mil años arriba o mil años abajo—, cuando toda la humanidad ha quedado confinada en un único Edificio Representativo habitado por las élites, y en las afueras del mismo, donde sobreviven los parados y otros miembros «menores» de la sociedad».
Bajo esta premisa, el autor promete otra de esas experiencias únicas y desternillantes que sólo él sabe concebir con esa mente que Dios, o vayan ustedes a saber quién, le ha dado; mezclando humor y un mensaje político más que evidente que, seguro, volverá locos a los seguidores de la parte de su obra más disparatada.
Y mucho ojo, porque el impresionante reparto de ‘Tiempo después’ rebosa de grandes nombres, como los de Antonio de la Torre, Blanca Suárez, Roberto Álamo, Arturo Valls, María Ballesteros, Secun de la Rosa, Daniel Pérez Prada, Raúl Cimas, Joaquín Reyes o Nerea Camacho.
Con todos estos ingredientes, va a ser difícil resistirse a correr al cine el próximo 28 de diciembre —qué mejor fecha— y disfrutar de lo nuevo de un creador por el que sentimos verdadera devoción —y no, no me refiero a Faulkner—.