El cine de terror empieza a ser un medio recurrente para analizar roles de género, crear metáforas y contar historias en las que situaciones conocidas se exageran y se relatan de formas atípicas en los dramas, por lo que no es extraño que a la pesadilla de neurosis femenina de ‘Men’ le haya salido un complemento acaso más amargo, pero que comparte con la de Garland un final en el que lo imposible toma forma, ‘Resurrection’ de Andrew Semans.
La película se ha presentado en Sitges 2022, donde este año no faltan películas sobre fractura mental y elementos de estudio de masculinidad tóxica, en este caso sobre relaciones psicológicamente abusivas aunque aparentemente inocuas, que conecta con los tramos de flashbacks de ‘Men’, solo que en este caso, en vez de estudiar la vulnerabilidad tóxica se centra en el poder de control de una persona sobre otra, los roles de paternidad y la incapacidad de asumir la independencia económica de la mujer en algunas parejas.
El show turbulento de Rebecca Hall
Rebecca Hall vuelve al terror otro año tras ganarse una reputación como una de las mejores actrices del mismo con ‘The Night House’ y aquí hace de Margaret, una profesional de éxito, precisa, y que cría sola a su hija, siendo la jefa al mando de su oficina y con un coqueteo casual con un compañero de trabajo que la satisface sexualmente, un presente aparentemente perfecto, en el que maneja toda su realidad impecable. El único problema es que su hija adolescente Abbie (Grace Kaufman) pronto se marchará de casa para ir a la universidad.
Este puede ser, o no, el elemento que hace que su realidad se empiece a agrietar cuando por casualidad cree ver la cara familiar de una antigua pareja, David (Tim Roth). La Margaret perfecta tropieza y se escapa, sufre severos ataques de pánico y cree estar siendo perseguida. Aquí es donde empieza el show de Hall, que está soberbia como Margaret, primero irradiando confianza y estilo hasta que se reencuentra con el espectro de todas sus inseguridades. Tras volver a ver a David, hay un descenso a la locura que no podría ser mejor retratado que por Hall.
No hace falta que sepamos nada de lo que le ha ocurrido con el personaje de Roth, solo su reacción nos indica que está conmocionada y paralizada por una buena razón. Vemos a David, pasar de una presencia distante y despistada a un monstruo insidioso y omnipresente que resulta más amenazador porque realmente no deja claro cuáles son sus intenciones. Y esto antes de conocer la historia de Margaret con él, que escuchamos de la boca de Hall en un impresionante monólogo ininterrumpido de terror absoluto durante 8 minutos.
Un final demente
En ese punto, ‘Resurrection’ toma una vuelta que no todos comprarán, aunque su pasado es dolorosamente creíble. Un caso de grooming y control coercitivo que desarma completamente a la persona y que toma vías inesperadas hasta llegar a un final tan loco en el que ya no importa, para lo bueno o para lo malo, todo lo que hemos visto antes. El guion de Semans decide dejar boquiabierto al público de una forma perversamente disparatada, tanto que muchos pueden encontrar involuntariamente gracioso. Una coda de impacto y body horror que dejará debatiendo su significado.
Puede mirarse desde la inversión de los roles de género, los límites de la toxicidad masculina o sencillamente el deseo de romper con una losa de control por la vía de la catarsis. Sin embargo, lo más aterrador del conjunto es poder presenciar y creer cómo una persona claramente inteligente, capaz y proactiva puede reducirse tan rápidamente a poco más que un autómata a voluntad de otro. Nos hace recordar que todos tenemos algún conocido/a que, por alguna razón, no son capaces de ver la influencia de su pareja, y no podemos entender por qué todo el mundo lo ve menos ella.
‘Resurrection’ lleva esta idea a extremos verdaderamente oscuros, casi como una gran representación teatral de ese hilo invisible tan común que ata a unas personas con relación de víctima y titiritero, ahondando en la dinámica pero sin encontrar las razones. Es una película que vive más en la conversación posterior que en la fuerza de sus imágenes, pero cuanto menos, es otra pesadilla deprimente y viciada hecha a media del talento de Rebecca Hall, cuya filmografía acumula ya una serie de títulos enfermizos y oscuros en los que parece ejerce la función de ser su propia musa.