Qué rematadamente difícil es inaugurar un festival como Sitges. Una película inaugural es clave para que los asistentes al certamen comiencen con ganas, energía, buen pie y buenas sensaciones la maratón cinematográfica que tienen por delante y, sabiendo esto, la organización puede optar por dos variantes: apostar sobre seguro con un crowd pleaser de manual que inunde la sala de aplausos o arriesgar y coger con la guardia baja al mayor número de espectadores posible.
En esta edición 2021, el Festival Internacional de Cine de Cataluña ha abrazado la segunda opción y ha tirado de agenda para traernos lo último de Ana Lily Amirpour; una veterana por estos lares que presentó en 2014 su debut ‘Una chica vuelve a casa sola de noche’ y que regresó con su segundo largometraje ‘Amor Carnal’ en 2017.
Cuatro años más tarde, y tras su escarceo televisivo en series como ‘Castle Rock’ o ‘The Twilight Zone’, la de Margate regresa a la costa catalana con ‘Mona Lisa and the Blood Moon’; un nuevo ejercicio de estilo difícil de clasificar en el que se disfraza por momentos de Jim Jarmusch para mostrarnos el mundo a través de los ojos de su encantadora y peculiar protagonista.
La carta del giro sobrenatural
Los cimientos sobre los que se construye ‘Mona Lisa and the Blood Moon’ están levantados sobre la prolífica técnica de aplicar un giro fantástico a un prototipo de historia ampliamente conocida. En este caso, Amirpour abraza las bases de los relatos de «pez fuera del agua» incorporando un cariz sobrenatural que integra de forma orgánica, inteligente y muy autoconsciente.
Por desgracia, la narrativa del filme se muestra demasiado descompensada entre la primera y la segunda mitad de su metraje. La porción previa a su ecuador, pese a su capacidad para divertir y captar el interés en todo momento, peca de inconexa al desarrollarse como un compendio de escenas menos interconectadas de lo deseable; algo que potencia una sensación de reinicio cuando el mid point hace acto de presencia con un conflicto más definido —y tardío— bajo el brazo.
No obstante, la directora se las apaña para sortear este escollo y hacer que ‘Mona Lisa and the Blood Moon’ se abra paso hasta el corazón del público más cómplice gracias a dos elementos concretos. El primero de ellos es una propuesta formal tan personal como de costumbre, aunque algo más encorsetada que la vista en ‘Amor carnal’, marcada por un equilibrio entre lo kitsch y lo ultra estilizado, por la fantástica dirección de fotografía de Pawel Pogorzelski, y por unos beats electrónicos reconvertidos en un mantra casi hipnótico.
El segundo factor clave, gran reclamo de la cinta, son unos personajes que sorprenden al hacer gala de una capacidad de empatía tan grande a pesar de su escasez de desarrollo y progresión dramática. Es harto complicado no caer rendido ante secundarios como el Fuzz de Ed Skrein o el Charlie de Evan Whitten; aunque todos los elogios interpretativos deben ir dirigidos a una Jeon Jong-seo espectacular como Mona Lisa, conquistando el patio de butacas a base de miradas y un puñado de frases cortas.
‘Mona Lisa and the Blood Moon’ no es, ni mucho menos, una película fácil de digerir o apta para todo tipo de espectadores, y dista mucho de ser perfecta; pero qué maravilla poder abrir un festival de cine con una propuesta tan libre, única y estimulante como esta.