Hace unos meses, el maestro Martin Scorsese volvió a poner patas arriba la comunidad cinéfila con un nuevo y acertadísimo ensayo en el que advertía sobre los peligros de la industria actual; una maquinaria en la que los largometrajes, independientemente de su calidad y pretensiones, parece que han dejado de ser obras de expresión artística con voluntad narrativa para convertirse en simple y llano «contenido».
Tras la publicación de su reflexión fueron muchos los que se llevaron las manos a la cabeza, pero esta aparente devaluación del cine es la única razón que se me ocurre para dar sentido al hecho de que ‘Sin remordimientos’ no esté generando mucha más conversación ni se haya convertido en un nuevo hito dentro del cine de acción moderno; quedando enterrada entre el gigantesco catálogo de la plataforma de streaming de turno.
Y es que lo nuevo de Stefano Sollima tras tomar el relevo de Denis Villeneuve en la notable ‘Sicario: El día del soldado’, adaptando muy libremente la novela homónima de Tom Clancy, encierra entre sus ajustados 110 minutos de metraje un ejercicio que deja en pañales a muchas —por no decir la mayoría— de sus homólogas de los últimos años. A continuación me explico echando mano de algún que otro spoiler.
Elegante. Tensa. Brillante.
Si hay un término que puede ayudar a describir con la mayor precisión posible ‘Sin remordimientos’, ese es «pulcritud». Desde sus títulos de créditos iniciales hasta una secuencia poscréditos que pone toda la carne en el asador de cara a una aproximación al universo ‘Rainbow Six’, la película derrocha autoridad técnica y artística, sobriedad y estilo hasta en sus momentos más macarras y autoconscientes como la pelea en la celda.
La intensa secuencia introductoria del filme ya apunta maneras, ofreciendo un recital de acción táctica que logra sumergirte de lleno en el campo de batalla gracias a su creíble uso de jerga militar, a la potencia de sus interpretaciones —que trasciende al campo de batalla para añadir un extra de intensidad a los segmentos marcados por el diálogo— y, sobre todo, a la realización de un Stefan Sollima nuevamente en estado de gracia.
Acostumbrados, salvo honrosas excepciones, a una acción de garrafón que opta por camuflar sus carencias entre efectismos y artificios varios —como bien ejemplifica ‘Tyler Rake’—, no deja de sorprender que una producción de estas características aúne el espectáculo más grandilocuente —tremenda la set piece del avión— y una enorme elegancia. Sollima no necesita exabruptos formales como falsos planos secuencia para encandilar; tan sólo plantear situaciones con un conflicto potente, como atrapar a un grupo de Spec Ops en el interior de un edificio flanqueado por tres francotiradores.
Por encima de la impecable secuencia que marca la transición al primera acto de la película jugando con los cánones del home invasion —y con un uso fantástico de las linternas—, el segmento ambientado en Murmansk se eleva como una clase magistral en la que el realizador, junto al director de fotografía Philippe Rousselot, demuestran cómo debe abordarse una escena de estas características en cuanto a planificación, bloqueo y gestión del espacio respecta.
Con un planteamiento tan caótico siempre existe la tentación de explotar el recurso de la cámara en mano descontrolada y situada encima de los protagonistas para amplificar la sensación de falsa tensión, pero Sollima y Rousselot optan por jugar la carta de lo orgnánico y lo medianamente estático ya no sólo para disparar los niveles de adrenalina, sino para permitir que el espectador ubique a la perfección cada una de las amenazas y sufra con cada disparo y cada movimiento de un personaje que abandona su cobertura.
Conforme progresa la escena del apartamento y evoluciona de una situación de asedio a una huída desesperada con el combate cuerpo a cuerpo como leit motiv, ‘Sin remordimientos’ se reafirma como un actioner impecable; demostrando la importancia de un montaje sereno, de un corte preciso y ajustado al movimiento, y de la amplitud en las escalas de plano para brillar dentro de un mercado sobresaturado de propuestas de corte similar.
Puliendo clichés
No cabe duda de que los lectores acérrimos de la bibliografía de Clancy tendrán la tentación de rasgarse las vestiduras al comprobar cómo ‘Sin remordimientos’ se limita prácticamente a adoptar el título y un par de detalles de la novela original. No obstante, hay que reconocer que Taylor Sheridan ha conseguido extraer oro de los clichés marcada de la casa, impregnando el relato de esa sequedad y esa sobria tirantez que tan buenos resultados le dieron en ‘Comanchería’, ‘Wind River’ y la mencionada ‘Día del soldado’.
Acostumbrados a juegos de dobles —y triples, y cuádruples— traiciones, a conspiraciones a escala internacional, a agencias gubernamentales corruptas y a la enésima vuelta de tuerca a la inagotable pugna yanqui-soviética, era estadísticamente imposible no caer en los pantanosos terrenos de la previsibilidad; pero el guionista se las ha apañado para mantener el interés en todo momento gracias a sus personajes —impecable el John Kelly de Michael B. Jordan— y a su simple pero efectiva gestión de los giros dramáticos.
A pesar de las tremendas expectativas generadas por el trío Sollima-Sheridan-Rousselot, y contra todo pronóstico, ‘Sin remordimientos’ ha logrado entrar directamente en mi lista personal con los mejores títulos de 2021. Porque, en un mundo en el que existen The Raids y John Wicks, lo mejor que puedes hacer es desmarcarte y jugar a tu propio juego; y en este caso el resultado ha terminado siendo tan redondo que su mayor lastre es no haber podido disfrutar de él en una sala de cine.