Pedro Almodóvar frente al espejo: todas las referencias que hay en ‘Dolor y gloria’ a la vida y las películas del director

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Qué circunstancia tan hermosa que en un mismo año y con pocas semanas de diferencia se hayan estrenado en España ‘La casa de Jack’ (‘The House that Jack Built’) y ‘Dolor y gloria‘. Casualidad de lo más afortunada para los fans de Lars von Trier y Pedro Almodóvar —que ahora tienen la oportunidad de verlos «abrirse en canal», «ajustar cuentas», o la paráfrasis lapidaria que corresponda—, y una turra terrible para quienes no conectan con su cine, y asisten a este ejercicio de deconstrucción con el más hostil escepticismo.

El que un director dedique una película entera a cuestionarse como persona y creador no es nuevo, pero el historial de estas prácticas es demasiado ilustre. Porque sí, tenemos el mítico ‘8 y medio‘ de Fellini… y poco más. Es decir, Woody Allen siempre ha hecho un poco eso —su ‘Recuerdos’ (‘Stardust Memories’) bebía tanto del realizador italiano que probablemente no le sirviera mucho de terapia—, y sin embargo sigue dando la impresión de que, para que salga bien, se necesita un equilibrio entre introspección y egotismo que muy pocos autores consiguen aprehender.

"Almodóvar ha encontrado ahora el momento de confesar una serie de cosas". Antonio Banderas

Almodóvar preguntándose quién es Almodóvar

Dolor y Gloria

Dolor y Gloria

Von Trier no lo hizo del todo. ‘La casa de Jack’, aunque receptora de una calurosa acogida en Sitges, ha tenido un recorrido desigual en el que no han faltado las voces hastiadas del danés, señalándola como el enésimo producto autocomplaciente, e imposible de ser entendido más allá de su ruidosa persona. Curiosamente, como Tones hacía notar por aquí, esto no ha ocurrido con nuestro Pedro Almodóvar.

‘Dolor y gloria’ está siendo un éxito a todos los niveles. De crítica, de público; hasta Carlos Boyero ha admitido que tiene «algunos momentos hermosos». La ausencia hasta ahora de un backlash que intente amargar el ánimo de los implicados, por lo demás, es aún más llamativa en tanto a que su promoción, al contrario de lo ocurrido con ‘La casa de Jack’ —vendida desesperadamente como un thriller de asesinos en serie—, ha sido totalmente sincera.

Esto va de Almodóvar. No de un título de indudable gancho como los que siempre se le han dado tan bien al manchego —no es el caso del inane ‘Dolor y gloria’—, ni tampoco de un cartel que entre por los ojos —ejem—, o de una narrativa ajena que respalde el producto, como sería un llamativo cambio de género. Es Almodóvar preguntándose quién es Almodóvar, reflexionando sobre todo lo que ha hecho hasta ahora y, por tanto, diseminando por el camino unos cuantos guiños para que sus fans (sus fans de verdad) se sientan atendidos y cuidados.

Y no obstante, la película ha sido un éxito de taquilla. Tres años después de ‘Julieta’, el mayor descalabro comercial de su carrera. Parecería que, a pesar de todo, ‘Dolor y gloria’ no es café para los muy cafeteros sino una película capaz de defenderse por sus propios y exclusivos medios ante un público general… pero será mejor que tratemos de comprobarlo a partir de, precisamente, sus easter eggs. De las cosas que (quizá) no pillaste de ‘Dolor y gloria’. Con SPOILERS y todo.

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A vueltas con el biopic

El protagonista de la película es un director llamado Salvador Mallo que, obviamente, es un álter ego del propio Pedro Almodóvar, pero Antonio Banderas no es el único actor encargado de emularlo. El debutante Asier Flores interpreta a Salvador durante unos flashbacks relativos a su niñez que no son precisamente pocos, y que añaden un extra de dificultad al trabajo de asimilar todo el caudal de referencias de ‘Dolor y gloria’.

Porque puede que te guste la carrera de manchego, ¿pero tanto como para seguirla en términos extracinematográficos? Su último film se divide en tres bloques dramáticos unidos de forma tenue pero, al mismo tiempo, extrañamente orgánica, sin dar esa sensación de atiborramiento en la que a veces incurren los melodramas del director. Son tres bloques de gran potencia narrativa y cada uno da para ensayo sesudo, pero superficialmente sólo parecen tender puentes hacia el pasado del propio cineasta, distanciados de un nivel estrictamente cinematográfico.

Nora Navas y Antonio Banderas

Nora Navas y Antonio Banderas

Nora Navas y Antonio Banderas

El primero de ellos, que a la postre sirve como desencadenante de la escueta trama, está centrado en el ciclo que se va a organizar en la Filmoteca sobre la figura de Mallo y en honor al aniversario de uno de sus films más exitosos: ‘Sabor’.

Es la oportunidad perfecta para que el protagonista se reencuentre con Alberto Crespo (Asier Etxeandia) y trate de poner fin a una enemistad entre director y actor que se ha prolongado durante décadas, sin que, obviamente, la reconciliación vaya a ser tan fácil como parece.

No hace falta ser un erudito del canon almodovariano para estar al corriente de que el cineasta ha acabado a la gresca con varios actores a lo largo de su carrera, siendo Alberto por tanto —y en palabras del propio Pedro— una mezcla de todos ellos. Pero, por afinar en busca de salseo, el que Eusebio Poncela lleve sin hablar con él desde que filmaron ‘La ley del deseo’ hace más de treinta años es muy elocuente.

Casi tanto como el hecho de que Carmen Maura y él, luego de años de tormentosas broncas y reconciliaciones, tuvieran un acercamiento público en marzo de 2017 a raíz de la misma Filmoteca, que celebraba una retrospectiva de su cine.

Asier Etxeandia y Antonio Banderas

Asier Etxeandia y Antonio Banderas

Asier Etxeandia y Banderas

Más adelante Salvador tiene otro impactante reencuentro; Federico (Leonardo Sbaraglia), un amor de la juventud que se mudó a Argentina luego de una temporada enganchado al caballo, adicción que acabó con su relación con el protagonista. La velada es agradable y emotiva, y aquí Almodóvar prefiere no dar muchas pistas sobre la identidad real del susodicho Federico: sólo deja caer que ambos estuvieron en un grupo de punk paródico y que compartieron una tremenda fascinación por Chavela Vargas.

La presencia de la cantante mexicana ha sido más o menos constante en su filmografía de Almodóvar pero tampoco cabe duda de que con este pasaje está reflexionando sobre sus primeros años en Madrid.

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Época de la que no sólo datan sus primeras e iconoclastas películas —de ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’ a ‘Entre tinieblas‘— sino también sus coqueteos con la música, referenciando el dúo que formó junto a Fabio McNamara y que en 1983, luego de que ‘Laberinto de pasiones’ presentara al mundo el temazo ‘Gran Ganga’, cristalizó en un único álbum: ‘¡Cómo está el servicio… de señoras!‘.

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La presencia de la heroína en este bloque, habiendo hecho aparición ya anteriormente en la trama de Etxeandia, y el desesperado consumo que Salvador hace de ella para paliar sus dolores, también tiene precedente en los años de la movida, y vuelve a localizarse sin mucho problema en la biografía del realizador. Porque si bien, según ha dicho él, nunca llegó a chutarse, sí que tuvo que asistir a la muerte de varios amigos debido a su adicción al caballo.

El último bloque, por su lado, sirve lógicamente como canalización de todas las inquietudes expuestas hasta ahora, justificando asimismo la sucesión de flashbacks de Salvador niño que habíamos ido viendo hasta ahora, y que sólo se relacionaban con la trama actual mediante motivos y figuras recurrentes, como es el caso del agua.

Tiene que ver con la relación entre Salvador y su madre, y por extensión con el vínculo que siente él por su pueblo natal: temáticas abundantemente exploradas en la filmografía del director, más allá de la biografía pura y dura. Así que sí, ha llegado la hora de sacar la libreta y pasar lista de los guiñitos y masturbaciones que Almodóvar se dedica a sí mismo, y a la carrera tan formidable que se ha currado.

La madre, el pueblo, el pasado

Penelope Cruz

Penelope Cruz

Penélope Cruz

Empecemos por lo más evidente. Cuando Salvador recuerda los últimos días que pasó con su madre se remonta a una conversación que tuvieron en el hospital, poco antes de su muerte, y durante la cual ella le habló de una vecina que regresaba del más allá. Clara referencia a ‘Volver‘ y a una historia que Almodóvar tuvo en la cabeza bastante tiempo, como demuestra la existencia de una película ficticia llamada ‘La abuela fantasma’ en ‘La mala educación‘.

"Mi personaje en 'Dolor y Gloria' no tiene nada que ver con la madre de Volver". Penélope Cruz

Al margen de consideraciones más personales como que la charla sobre esa vecinas a las que no les gusta aparecer en los films del protagonista o el que éste despache sus problemas con su madre Jacinta con un sintético “no era el hijo que tú esperabas” sean episodios muy cercanos al pasado de Almodóvar, la figura de la madre siempre ha sido indispensable en su filmografía.

Y más desde el fallecimiento de Francisca Caballero en 1999. La mera designación de las actrices que interpretan a Jacinta en su versión juvenil y en sus últimos días, a este respecto, no es en absoluto casual.

Penélope Cruz se encarga de lo primero: una actriz que debutó en el cine de Almodóvar dando a luz al comienzo de ‘Carne trémula‘ y que no tardó en volver a interpretar a madres jóvenes y valerosas en películas como en la mencionada ‘Volver’ o en ‘Todo sobre mi madre’, cuya Cecilia Roth tiene aquí, por cierto, un cameo.

Pedro Almodovar en rodaje con Julieta Serrano y Antonio Banderas

Pedro Almodovar en rodaje con Julieta Serrano y Antonio Banderas

Almodóvar con Julieta Serrano y Banderas

Por otro lado, Julieta Serrano es quien encarna a la madre de Salvador durante su vejez: actriz que ya desempeñó un rol similar en ‘Matador‘ —donde además volvía a ser la madre de un personaje interpretado por Banderas— y que deviene una figura indispensable para entender los inicios de Almodóvar en el cine, apareciendo en films como ‘Pepi, Luci, Bom…’ o en ‘¡Átame!‘.

Esta veterana actriz tiene algunos de los pasajes más potentes de ‘Dolor y gloria’ pero es inevitable sentir que la caracterización de su personaje —absolutamente intachable por lo demás— habría revestido de una mayor lógica narrativa de ser acometida por la añorada Chus Lampreave, fallecida en abril de 2016 tras haber aparecido en ocho películas del director, y en la mayoría de éstas interpretando a un personaje pensado especialmente para ella: una señora mayor testaruda, impertinente, y de gozoso punto macarra.

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Con el añadido, claro, de que también solía ser la madre del personaje protagonista, y un punto de unión hacia un pasado conflictivo, pero al que se le había quedado una catarsis pendiente.

Algo que acogía una especial importancia en ‘La flor de mi secreto‘, uno de los films más infravalorados del director, cuando Leo Macías (Marisa Paredes) necesitaba refugiarse en su pueblo natal y se reencontraba con su madre y sus problemas con los skinheads, pero que adquiría una relevancia semejante, con otros actores formando parte de ella, en la anterior ‘¡Átame!’ y, de nuevo, en ‘Volver’.

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No obstante, y pese a las apariencias, la madre y el pueblo (Calzada de Calatrava en la vida real, Paterna en su última versión vista en ‘Dolor y gloria’) distan de ser sinónimos, ya que son sólo caras distintas de un pasado que el protagonista almodovariano ha de gestionar de un modo u otro. Y, por supuesto, la cara más terrible no puede faltar en ‘Dolor y gloria’, como es la que se refiere al contacto con las autoridades eclesiásticas.

En ‘Dolor y gloria’, el propósito de Jacinta de que su hijo ingrese en el seminario se debe a la certeza que sólo así recibirá una educación acorde con la inteligencia y talento que ya viene demostrando desde la infancia. Los curas se yerguen amenazadores y más capaces de coartar la personalidad del joven que cuarenta vecinos chismosos, pero es quizá en el último film del manchego donde reciben un trato más tangencial, subordinándose a la voluntad de compendio de la narración.

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Es muy distinto, ciertamente, a lo que ocurre en películas como ‘La ley del deseo’ o ‘La mala educación’, donde la experiencia de sus personajes en internados regentados por sacerdotes ha dejado una huella indeleble en ellos.

Las vidas de Tina (Maura) y la pareja que forman Enrique y Ángel (Fele Martínez y Gael García Bernal) habrían sido muy distintas de no haber experimentado todo tipo de abusos tras sus muros, y Almodóvar se sirvió de estas obras capitales para expiar los recuerdos de su estancia infantil con los padres salesianos y franciscanos.

La Mala Educación

La Mala Educación

La mala educación

Claro que eso no fue lo único que nuestro hombre quiso hacer en ‘La ley del deseo’ y ‘La mala educación’, ya que en su momento estas películas fueron consideradas como los acercamientos más viscerales realizados por Almodóvar a su propia figura de cineasta. Hasta que llegó ‘Dolor y gloria’, y puso un broche de oro a la trilogía. Más o menos.

El papel del cine

«Yo no soy capaz de vivir sin rodar, pero qué le vamos a hacer: la vida sigue.» (Salvador Mallo, ‘Dolor y gloria’)

Por mucho que estemos estudiando a ‘Dolor y dinero’ en relación a la vida real que late a través de ella, y persiguiendo cualquier mecanismo narrativo que pueda vehicular coherentemente la trayectoria de su autor, lo cierto es que antes de ella ya existía un final para esta trilogía de cine dentro del cine.

Era ‘Los abrazos rotos’ y, aunque la odisea de Mateo Blanco (Lluís Homar) pueda recordar ligeramente a las desventuras de Salvador Mallo, lo cierto es que aquí no acabó de cuajar. No obstante, que existan hasta tres precedentes directos de lo que propone ‘Dolor y gloria’ sirve para esquivar la tentación de erigir a esta película como un testamento, como un acto de reafirmación tras esa especie de demolición estilística que supuso ‘Julieta‘.

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La filmografía de Almodóvar, así las cosas, es homogénea, y del todo fidedigna a una serie de presupuestos que han ido evolucionando al mismo tiempo que se desarrollaba el metraje de sus películas. ‘La ley del deseo’ es un ejemplo perfecto.

Inseparable del ambiente festivo que originó ‘Pepi, Luci, Bom…’, perseguidor del ácido costumbrismo de ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto!‘, y directo heredero de esos thrillers accidentales, que no se parecían a nada, como eran ‘Laberinto de pasiones’ o ‘Matador’, el film protagonizado por Poncela, por si fuera poco, quería indagar en la figura del cineasta, y realizar un temprano ejercicio de autoficción.

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El resultado de toda esta amalgama no sólo precipitó la carrera del cineasta a esa madurez tranquila e ingrata que supusieron gran parte de los 90, sino que también dio pie a uno de los pocos films verdaderamente redondos de Almodóvar, y en el que mejor se entendía el papel que el Séptimo Arte desempeñaba en su vida.

‘La mala educación’, por su parte, era una obra demasiado emocional y enrevesada como para alcanzar este nivel de excelencia, pero ya entonces el director era tan consciente de sí mismo, y de las posibles carencias de su cine, que tenía el buen tino de concluir el film con un letrero enorme y pixelado donde se leía la palabra «Pasión«. La que siempre ha sentido al manufacturar cada obra; de la cual, en tantas ocasiones, ha sabido hacernos partícipes.

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La pasión pugnó por devorar ‘La mala educación’ —aún hoy, una de sus películas más discutidas— pero permitió que ‘La ley del deseo’ se mantuviera como una síntesis perfecta y contundente de su visión creativa, y más significativa si cabe al ser la primera lanzada por El Deseo, la productora fundada por el mismo Almodóvar y su hermano Agustín.

Como productor, y persona que ya no sólo se dedicaba a dirigir o escribir, nuestro hombre parecía tener una perspectiva más amplia del oficio cinematográfico. Fue esto lo que debió permitir el primer amago claro de introspección, y lo que en ‘Dolor y gloria’ aparece admirablemente retratado en su mismo desenlace, que asimismo clausura el tercer bloque.

La sucesión de flashbacks ambientados en Paterna culmina con una calurosa tarde en la que el joven Salvador contempla al personaje de César Vicente dándose un baño, poco después de que éste haya hecho un dibujo del protagonista leyendo. Este mismo dibujo, muchos años más tarde, vuelve a manos de Salvador y le hace recordar vívidamente lo que sintió entonces, acabando de animarle luego de sus experiencias con Alberto y Federico a volver a la dirección. 

Antonio Banderas

Antonio Banderas

El resultado es un film llamado ‘El primer deseo’, a través de cuyo rodaje Almodóvar se permite por primera vez realizar una pirueta abiertamente metalingüística —aunque, por supuesto, ‘Dolor y gloria’ no sea otra cosa que una pirueta, prolongada y meditabunda—, y descubrimos que los actores que interpretaban a Salvador y a Jacinta de joven en realidad son los mismos a los que el protagonista ha recurrido para rodar su nueva película. 

El cine, a fin de cuentas, le sirve tanto a Salvador como a Almodóvar para reformular el pasado. Para, de una forma quizá momentánea pero tan intensa que merece la pena, instaurar una suerte de orden en sus vidas. ‘Dolor y gloria’ habla de eso, con tanta convicción que, al igual que ‘Ocho y medio’ puede ser interiorizada independientemente de tu experiencia con Fellini, no tienes por qué ser un fan redomado del manchego para entender el alcance de su discurso.

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Y eso ayuda. Declarándote almodovariano de pro, habiendo asistido religiosamente a cada estreno suyo hasta ahora, e incluso defendiendo que ‘Los amantes pasajeros’ tiene algún acierto que otro, es probable que disfrutes ‘Dolor y gloria’ de forma más completa.

Sintiéndote más partícipe del diálogo que el film juega a establecer entre biografía, cine precedente y diégesis. De este modo, podrás jugar a ver referencias más allá de las obvias, esas que no recuerdas haber leído en ningún lado.

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Establecerás rimas entre el apabullante monólogo de Asier Etxeandía y el que protagonizaba la Agrado (Antonia San Juan) en ‘Todo sobre mi madre’. Percibirás la aparición de ‘Cómo acabar con la contracultura’ de Jordi Costa como un gesto cariñoso hacia uno de los críticos que mejor ha entendido su cine. Incluso identificarás al personaje de Nora Navas como un trasunto de Lola García, eterna amiga y confidente de Pedro. Tu Pedro.

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Pero en ningún caso podrás sobreponerte a que Almodóvar, antes que un tratamiento posmoderno sobre el oficio del director, o una sesión de psicoanálisis que has de pagar de tu bolsillo, está haciendo una película. Solo una película.

Otra de las más de dos decenas que tiene en su haber. Con sus imperfecciones, sus fugas frívolas y sus excentricidades, como ese extenuante repaso a las enfermedades que aquejan a Salvador y que se supone que, en algún momento, de alguna forma —pronto dejará de importar—, aquejaron al mismo Almodóvar.

Banderas y Almodovar

Banderas y Almodovar

También es una película consecuencia de otras. La extrema depuración formal de ‘Julieta’ está presente. La sofisticación de la puesta en escena que más allá de los excesos fue llevada al límite en ‘La piel que habito’ también tiene una cita con Salvador Mallo. Así como la contención en el guión y los diálogos que alcanzaron su cima con ‘Hable con ella‘.

‘Dolor y gloria’ no es una película total en un sentido autoconsciente, pues no deja de ser un melodrama más, de los tantos que ha dirigido el manchego. Sólo es un hombre roto tratando de lidiar con su vida como ya ha hecho otras veces antes, y confirmando que la fórmula que había utilizado hasta entonces era la mejor.

Esta fórmula es, por supuesto, el cine, y cualquier amante de éste sabe, con total exactitud, que tal es su efímera y maravillosa capacidad. Ahí encuentra la gloria el film y la carrera de quien lo dirige, por tanto. En haberlo sabido comunicar con total honestidad y transparencia, y en haber trascendido a un tiempo la importancia de apellidarse Almodóvar. Aunque, hoy por hoy, eso sea más importante que nunca.