La temporada 2 de ‘Muñeca rusa’ se enfrentaba a un muro insalvable: había perdido por completo el factor sorpresa de su primera tanda de episodios, con ese bucle temporal fabuloso que dio un nuevo ángulo a la ya cansada historia del día de la marmota. Y, sin embargo, no solo ha conseguido flanquear ese muro, sino que ha ido mucho más allá de la propuesta inicial, ofreciendo una trama sobre el autoconocimiento como mecanismo para aliviar el dolor de la pérdida. Y todo ello sin dejar de maravillarnos con el personaje más único de los últimos años. Segunda temporada. What a concept.
Nadia conoce a Nadia
La única opción de seguir ‘Muñeca rusa’ sin que se sintiera repetitiva y pudiendo sorprender de nuevo era cambiar las reglas del juego por completo. Y eso es lo que han hecho Natasha Lyonne, Amy Poehler y Leslye Headhand: si la primera temporada era un bucle eterno, en esta nueva entrega tenemos viajes en el tiempo a su manera. Un trayecto en metro que se convierte en toda una serie de revelaciones sobre su vida y en la que descubre que su existencia es un gran Coney Island: algo que habría hecho todo mejor si tan solo hubiera pasado.
Es curioso el cambio entre ambas temporadas: después de marcar una premisa potente y unos primeros episodios repletos de giros y novedades, la primera tanda de episodios se hundía un poco hasta un final satisfactorio pero algo predecible. La segunda, al contrario, empieza más típica pero va ascendiendo hasta un final de auténtica locura que eleva la narrativa temporal hasta nuevas cotas de genialidad. Más cercano a David Lynch que a una serie de Netflix, ‘Muñeca rusa’ es tan inteligente como divertida, tan extraña como complejamente sencilla.
Ahora que los multiversos están de moda gracias a Marvel y a ‘Todo, en todas partes, a la vez’, esta serie ha demostrado que no se necesitan grandes historias épicas para jugar con la idea de que un pequeño cambio en el tiempo puede llevar a un cruce de dimensiones potencialmente catastrófico, que en los dos episodios finales (dos de los mejores de lo que llevamos de año) explota por completo.
Si en ‘Regreso al futuro’ había que cambiar el presente cambiando el pasado y en ‘Los cronocrímenes’ la clave era que todo saliera igual para no romper la línea del tiempo, en ‘Muñeca rusa’ su protagonista parece basarse en el “Wibbly wobbly timey-wimey” de ‘Doctor Who’: no tiene ni idea de lo que tiene que hacer ni de lo que se espera de ella. Y, al final, paseando por el pasado y el presente, intentando modificarlo, quien termina cambiando (o, más bien, encontrando quién es realmente) es ella misma.
Nadia sabe nada
Hay un motivo por el que ‘Muñeca rusa’ no empieza a darlo todo desde el primer minuto, y es que es así como necesita contar la historia: para que la traca final funcione a todos los niveles tenemos que conocer bien la historia de Nora y su relación con Nadia. Solo entonces, cuando las fichas están colocadas en el tablero y sabemos qué es lo que se nos pretende contar, es cuando tiene sentido que alguien se levante y tire el tablero por los aires.
Es cierto que la trama de Alan llega tarde y no es tan interesante como la de Nadia, pero es un bonito acompañamiento a un viaje que nuestra protagonista daba por terminado (como todos) sin saber que solo acababa de empezar. Al final, el mayor error de esta temporada es que el guion no termina de unir correctamente las desventuras de Alan en Berlín y las de Nadia en Nueva York. Es más un añadido que una necesidad, y la propia serie lo sabe al no darle el foco hasta después de varios episodios.
‘Muñeca rusa’ es Nadia, su pelo, el cigarro en la boca, las contestaciones sarcásticas, el nihilismo, el sexo y la amistad, pero ahora hay algo más. Lejos de conformarse con repetir la fórmula, Nadia evoluciona como persona, y de qué manera. En estos siete episodios, nuestra protagonista aprende qué es lo verdaderamente importante en su vida, el poder del pasado para dictaminar el presente, el alivio de las despedidas. Es una auténtica maravilla que cierra la historia de este icono televisivo. ¿Para siempre?
Nadia saldrá viva de aquí
‘Muñeca rusa’ es inclasificable, y ahí radica su mayor belleza: no es una comedia pura, no es un drama absoluto, no es ciencia ficción… Es capaz de juntar todas sus diferentes facetas para hacer una perfecta mezcolanza de géneros, una obra en la que reírse a carcajadas antes de que se salte una lagrimita o intentar entender el nuevo giro de los acontecimientos está a la orden del día.
Es probable que nunca veamos una temporada 3 de esta maravilla, a pesar de que Natasha Lyonne asegurara en su día que cerraría la serie: todo queda atado, no hay ningún cliffhanger pendiente y se le ha hecho nula publicidad, como destinándola a ese cementerio de elefantes que es el fondo de catálogo de Netflix. Es una pena que una serie destinada a estrenarse e irse por todo lo alto, como una de las obras más innovadoras y sensibles de los últimos años, haya pasado volando tan bajo. Solo podemos ansiar volver a ver a Nadia y conocer el nuevo giro de tuerca que nos tenían preparados para cerrar la serie a su manera.
Ojalá hubiera sido un éxito por sorpresa para que el servicio de streaming comprobara que las buenas historias valen más que los datos, y que la originalidad siempre valdrá más que el algoritmo frío. Pero supongo que eso es un Coney Island, al fin y al cabo.