La
lección
sobre
los
riesgos
del
cambio
climático
está
aprendida.
Desde
la
primera
de
las
tres
crecidas,
el
Ayuntamiento
prohibió
la
construcción
de
casas
a
menos
de
100
metros
de
la
orilla
del
río
Taquari.
Además,
expropió
varios
terrenos
donde
construir
una
nueva
ciudad.
Muçum,
un
pequeño
municipio
al
sur
de
Brasil
destruido
por
las
inundaciones,
prepara
el
traslado
de
un
tercio
de
la
población
a
terrenos
altos
y
lejos
del
río
que
la
ha
inundado
tres
veces
en
los
últimos
ocho
meses.
La
lección
sobre
los
riesgos
del
cambio
climático
está
aprendida.
Desde
la
primera
de
las
tres
crecidas,
el
Ayuntamiento
prohibió
la
construcción
de
casas
a
menos
de
100
metros
de
la
orilla
del
río
Taquari.
Antes
no
había
restricción
alguna.
Además,
expropió
varios
terrenos
donde
construir
una
nueva
Muçum.
Son
100.000
metros
cuadrados
de
eucaliptos
y
campos
sin
cultivar
en
los
que
el
municipio
prevé
construir
viviendas,
un
centro
de
salud
y
una
zona
comercial.
También
se
trasladará
el
cementerio,
que
el
río
dejó
hecho
una
papilla
de
lápidas.
“Aquí
van
a
estar
las
tiendas”,
explica
a
EFE
el
alcalde
Mateus
Trojan,
apuntando
en
la
pantalla
de
su
computador
a
la
imagen
aérea
de
un
terreno
baldío,
encasquetado
entre
la
carretera
y
una
hilera
de
casas.
La
negociación
con
los
propietarios
de
los
terrenos
empezó
en
septiembre
para
levantar
unas
220
viviendas
de
48
metros
cuadrados
cada
una
para
los
afectados
de
la
primera
crecida.
Ahora,
el
Ayuntamiento
quiere
sumar
otros
dos
terrenos
para
reubicar
a
los
que
la
han
perdido
en
la
última,
cuyo
número
aún
se
desconoce.
Diez
después
de
la
tragedia,
las
excavadoras
todavía
están
sacando
lodo
de
las
calles
para
permitir
el
paso
de
vehículos.
Trojan,
que
despacha
en
un
pequeño
cuarto
del
hospital
de
Muçum
porque
el
agua
inundó
el
Ayuntamiento,
calcula
haber
gastado
en
expropiaciones
unos
3,5
millones
de
reales
(unos
680.000
dólares),
una
suma
enorme
para
una
población
como
esta.
“Tuvimos
capacidad
de
reacción
en
los
anteriores
desastres,
pero
este
nos
da
en
un
momento
en
que
el
presupuesto
está
agotado,
por
lo
que
dependemos
del
Gobierno
federal
y
regional”,
comenta,
entre
llamada
y
llamada.
En
el
estado
de
Rio
Grande
do
Sul,
donde
se
ubica
Muçum,
la
inundación
destruyó
8.300
casas
y
dañó
otras
84.000
en
el
peor
desastre
natural
de
su
historia,
según
los
últimos
datos
de
la
Confederación
Nacional
de
Municipios.
Entre
los
afectados
está
Fabricio
Bellini,
un
funcionario
público
de
33
años
que
vivía
a
unos
150
metros
de
la
orilla
en
Muçum.
El
río
llegó
hasta
el
tejado
de
su
casa,
unos
10
metros
de
altura,
y
le
dejó
como
regalo
un
enorme
tronco
estampado
contra
la
pared.
“Las
dos
primeras
aguanté,
la
tercera
ya
no”,
dice,
mientras
lava
con
una
manguera
una
silla
plegable
que
sobrevivió
a
las
aguas.
Apoya
la
idea
de
trasladar
parte
del
pueblo,
pero
el
inicio
de
la
construcción
puede
tardar
por
lo
menos
cuatro
meses
según
el
alcalde,
y
Bellini
no
se
puede
permitir
ser
tan
paciente:
un
amigo
lo
está
acogiendo
en
su
casa,
mientras
abuelo
y
madre
están
internados
en
el
hospital
porque
no
tienen
otro
lugar.
Después
de
la
primera
inundación,
ya
compró
un
terreno
“alto
y
sin
problemas
de
deslizamientos”.
Ahora
lo
que
le
falta
es
el
dinero
para
construir.
“Aún
estaba
pagando
la
deuda
que
contraje
para
reformar
la
casa
tras
la
primera
crecida.
Ya
no
me
queda
nada”,
explica,
moviendo
la
cabeza
como
quien
no
se
acaba
de
creer
que
tanto
desastre
junto
sea
posible.