El
pasado
3
de
diciembre
David
Broncano
presumía
en
prime
time
en ‘La
Revuelta’
(minuto
58:30)
de
tener
un
móvil
soviético.
No
era
un
dumbphone,
sino
un
iPhone
tuneado
con
un
parco
fondo
negro
y
una
escueta
lista
de
apps,
a
saber:
llamadas,
mensajes,
correo
electrónico,
navegador,
tareas
y
hasta
un
ajedrez.
Cualquiera
puede
adaptar
su
teléfono
para
hacerlo
un
móvil
tonto,
la
pregunta
es
¿por
qué
usar
un
smartphone
como
si
fuera
un
móvil
tonto?
Así
que
yo
misma
reduje
mi
móvil
a
la
mínima
expresión
a
lo
Broncano
hace
una
semana
y
esta
ha
sido
mi
experiencia.
Antecedentes
y
premisas
Confieso
que
además
de
trabajar
con
tecnología,
soy
bastante
asidua
de
redes
sociales
como
Twitter,
Bluesky
e
Instagram.
Eso
significa
que
por
un
lado
necesito
un
smartphone
ambicioso
(especialmente
por
la
cámara,
que
uso
para
hacer
las
fotografías
de
mis
análisis)
y
por
otro,
que
paso
bastantes
horas
delante
de
la
pantalla
también
como
entretenimiento.
O
por
aburrimiento.
Lo
normal
en
un
día
cualquiera
es
que
la
batería
me
dure
de
la
mañana
a
la
noche
(si
tengo
evento
o
estoy
de
viaje,
medio
día
largo).
Para
llevar
el
experimento
me
valí
de
la
versión
gratis
de
Dumbify,
disponible
en
Google
Play
Store.
Dumbify
no
es
un
launcher
como
tal,
sino
que
tiene
un
par
de
widgets:
uno
para
poner
la
hora
y
otro
con
un
fondo
negro
y
una
lista
de
apps
que
podemos
elegir
para
que
aparezcan
en
la
pantalla
principal
(en
la
versión
gratuita
el
listado
se
limita
a
seis).
A
partir
de
aquí
toca
poner
un
fondo
oscuro
que
lo
acompañe,
retirar
otros
widgets
y
distracciones
como
los
iconos
de
la
barra
inferior
de
la
pantalla
de
inicio
y
lo
más
importante:
acompañarlo
del
modo ‘No
Molestar’
para
llevar
las
notificaciones
a
lo
mínimo
indispensable.
En
mi
caso,
permitiendo
notificaciones
de
llamadas
de
contactos
y
repetidas
y
solo
de
la
aplicación
de
Telegram,
la
que
uso
para
mi
gente
más
cercana.
Mi
sexteto
titular
ha
sido
Teléfono,
Gmail,
Telegram,
Bluesky,
Instagram
y
Chrome,
lo
que
más
consulto
a
lo
largo
del
día.
¿Que
necesito
una
app
que
no
está
en
la
lista?
Basta
con
desplegar
el
menú
para
exprimir
todas
sus
virtudes
(algo
que
con
un
teléfono
tonto
de
verdad
no
puede
hacerse).
Ya
estaba
lista
para
mi
semana
con
el
móvil
minimalista.
Tenemos
que
hablar:
ya
no
te
deseo
tanto
como
antes
Tengo
que
reconocer
que
antes
de
este
experimento
ya
llevaba
el
móvil
siempre
en
silencio
y
además
las
notificaciones
bajo
mínimos,
esencialmente
solo
dejando
activas
las
de
Telegram
y
el
correo
electrónico.
Aunque
tengo
apps
de
trabajo
instaladas,
no
suelo
consultarlas
fuera
de
mis
horas
laborales
y
cuando
estoy
trabajando
tengo
el
ordenador
para
entrar
al
email
o
a
Slack.
Si
hay
algo
urgente,
me
llaman.
Y
si
es
algo
menos
urgente
de
alguien
que
no
tengo
en
Telegram
y
sí
en
WhatsApp,
lo
normal
es
que
entre
en
la
app
de
mensajería
varias
veces
al
día.
En
este
sentido
las
molestias
e
interrupciones
no
han
cambiado
demasiado:
no
suelo
coger
las
llamadas
a
la
primera
y
si
me
llama
mi
madre
le
devuelvo
la
llamada
en
pocos
minutos.
Si
alguien
me
escribe
en
Instagram
o
WhatsApp,
suelo
contestar
en
un
par
de
horas.
Eso
sí,
sugestionada
por
el
experimento
los
primeros
días
entraba
más
que
de
costumbre
a
WhatsApp,
tenía
miedo
de
perderme
algo.
Sin
embargo,
sí
que
constaté
algo:
la
pantalla
apagada
por
defecto
y
un
sobrio
fondo
en
negro
acaban
resultado
poco
atractivos.
Cuando
llevas
el
móvil
siempre
encima
y
acostumbras
a
dejarlo
cerca,
esa
pantalla
siempre
encendida
y
el
despliegue
de
color
habitual,
tanto
del
fondo
como
de
los
iconos,
llama
la
atención.
No
es
algo
que
me
haya
inventado
yo,
sino
del
marketing:
cuando
reduces
todo
a
la
sobriedad
del
blanco
apagado
y
el
negro,
siento
que
la
pantalla
brilla
menos
y
todo
es
más
anodino.
¿Consecuencia?
Pasados
los
primeros
días,
me
ha
pasado
algo
tan
curioso
como
enterarme
de
un
mensaje
de
WhatsApp
al
día
siguiente.
Normalmente
suelo
acudir
a
ver
qué
tengo
en
WhatsApp
varias
veces
durante
la
mañana,
la
tarde
y
hasta
la
noche,
pero
he
sentido
la
tentación
menos
veces.
No
fue
nada
dramático:
enterarme
de
las
andanzas
de
mi
mejor
amigo
unas
horas
después.
Con
una
pantalla
menos
llamativa
y
reducida
a
la
mínima
expresión,
lo
consulto
menos
por
inercia.
Y
la
mejor
forma
de
verlo
ha
sido
la
batería:
llegar
a
un
día
y
medio
de
uso
es
algo
que
no
me
había
pasado
en
mucho
tiempo,
porque
incluso
cuando
estoy
de
vacaciones
acostumbro
a
pasar
las
horas
muertas
leyendo
hilos
o
viendo
historias.
He
seguido
quedándome
dormida
con
el
móvil
en
las
manos
viendo
reels
absurdos,
pero
ya
no
he
picado
tanto
entre
horas.
Una
semana
después
tengo
sentimientos
encontrados:
mi
sensación
al
mirar
la
pantalla
del
móvil
es
de ‘oh,
qué
pena,
con
lo
que
me
gustaba
a
mí
mi
fondo
de
pantalla
colorido
y
el
despliegue
de
luz
y
de
color‘
y
al
mismo
tiempo
me
gusta
haber
reducido
la
necesidad
de
acudir
al
teléfono
por
inercia
incluso
en
mis
momentos
de
aburrimiento.
He
cogido
otro
de
mis
móviles,
con
su
launcher
normal
y
su
despliegue
cromático
y
me
ha
parecido
sentir
la
liberación
de
dopamina
como
quien
da
una
calada
larga
al
primer
cigarro
que
se
fuma
tras
un
largo
viaje
en
avión.
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