La temporada 2 de ‘American Vandal’ es un inmejorable relato de acoso estudiantil con el Zurullo vengador de antagonista

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Dicen Dan Perrault y Tony Yacenda que la primera vez que se reunieron con Netflix para proponerles ideas de series, tuvieron una semana para organizar a grandes rasgos la trama para la primera temporada de la propuesta que más les gustó a los ejecutivos: una idea loca que resultó ser ‘American Vandal‘.

Porque hay que admitir que otra cosa no, pero esta sátira es una de esas series que tienes que luchar muy fuerte para vencer el prejuicio que provoca, instantáneamente, su premisa. Si la temporada 1 fue de pintadas con penes, en esta segunda entrega ‘American Vandal’ aborda bromas con caca.

«¿Quién es el zurullo vengador?«, esta pregunta es el punto de partida de la investigación a la que se enfrentan Peter Maldonado (Tyler Alvarez) y Sam Ecklund (Griffin Gluck). Tras el éxito de su serial sobre Dylan Maxwell (Jimmy Tatro), con un gran momento de metatelevisión, los documentalistas están buscando un nuevo caso que merezca la pena.

Ese caso es el del zurullo vengador (turd burglar), un misterioso bromista que provocó «la evacuación» (the brownout, mis «dieses» a la traductora), un incidente en el que el uso de laxante en la limonada de la cafetería provocó una «diarrea masiva» entre los alumnos del St. Bernardine, un instituto privado católico de Bellevue, Washington.

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En esta ocasión el principal sospechoso/acusado no es un garrulo de instituto como era Dylan, sino que Kevin (Travis Tope, ‘Boardwalk Empire’) un chico que está en el espectro de «los marginados». No es mal alumno, es obediente y trabajador, pero entra perfectamente en la categoría de los frikis. El chivatazo de un amigo provoca su expulsión y arresto domiciliario, pero hay algo que no cuadra.

De hecho el relato puede cambiar cuando Chloe (Taylor Dearden, ‘Sweet/Vicious‘) asegura que es imposible que se trate de él y apunta en nuevas direcciones. Entre estas la de DeMarcus (Melvin Gregg, ‘UnREAL’), joven promesa del baloncesto, la mayor estrella de la categoría y niño mimado del instituto.

A lo largo de sus ocho episodios (no sé a vosotros, a mí se me hizo muy corta la temporada) ‘American Vandal’ vuelve a demostrar que no es una serie que se quede en el humor adolescente/gamberro y/o escatológico sino que vuelve a hablarnos, de tú a tú, sobre asuntos muy serios y graves.

Así, esta temporada se encarga de darnos un mazazo mientras habla ya no del «clasismo» propio del instituto (aquí se apoyan mucho el estar en un centro privado para recalcarlo más) sino del acoso escolar, del ciberacoso, el privilegio y la importancia de ser uno mismo en un sistema que fagocita al diferente.

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Y lo hace con el estilo que ya nos encandiló en la temporada 1. El contar con verdaderos directores de documentales hace que ‘American Vandal’ tenga un aspecto muy real y use el cliffhanger de forma casi perfecta. Hay humor y, sí, un cierto deja vu a la hora de exponer, pero depliega un tapiz inmenso donde la práctica totalidad de la información es tan válida como relevante.

En un año en el que Netflix ha tenido pocas series de estreno de nivel, es bastante satisfactorio comprobar que apuestas tan arriesgadas como ‘American Vandal’ no se han quedado en sus laureles sino que han querido, y podido, mejorar algo que ya de por sí era inmejorable.