David Lebón está aguardando la sesión de fotos en el estudio de Clarín, acompañado por su esposa y representante, Patricia Oviedo. A pocos días de su presentación en el Teatro Colón (será el 8 de febrero), se lo ve apagado. Un intento por romper el hielo es hablarle del reciente viaje de la pareja a Las Vegas para participar del circo de los Latin Grammy (“Diez mil colombianos y cuatro argentinos y el himno nacional. Nos quedamos muy atrás, en el sentido de que no tenemos bandas de rock para mostrar”, dirá luego). Estuvo nominado por Lebón & Co., disco de duetos en el que reversiona parte de su obra junto a amigos y no tanto. Lebón, un entrevistado con fama de afable y catártico, por ahora no da muchas señales de entusiasmo.
Otro intento: hablarle de las cuatro guitarras que Gibson le obsequió este año, al elegirlo sponsor para la región (justo a él, uno de los argentinos que más dinero gastó en la legendaria marca). O del gusto que se dio al comprarse una Gretsch en Londres, marca a la que posiblemente conoció viendo a George Harrison por fotos o TV en los Estados Unidos, donde vivió de chico. Pero la cosa repunta poco. ¿Será el calor o la sesión de fotos, algo que, aun en sus mejores días, no le gusta?
Lebón en Pescado Rabioso, con Spinetta, Black Amaya y Carlos Cutaia.
La entrevista arranca bien, con la música como eje. Pero Lebón, proclive al zapping dialéctico, hace una pausa y se desvía del tema.
“No quiero saber nada con la guerra –suelta–. Por eso, esta mañana, me levanté y lloré, porque dije: ‘La puta, tengo 67 años y fui feliz muy poco tiempo’. Lo pensé en comparación con el tiempo en que el mundo me hizo infeliz. En general, soy un tipo muy divertido, me pongo a hablar con la gente. Y después tengo momentos, como el de hoy, en los que ciertos hechos me golpean fuerte. Afuera también pasan cosas. Estoy preocupado por lo que pasa en los Estados Unidos. Este hombre…”
“Este hombre”, al que le sigue una pausa, es Donald Trump. A Lebón le asustan sus decisiones bélicas, como en los ‘80 le asustaban las de Ronald Reagan. Tras otros saltos temáticos, el músico regresa a su faceta más conocida: la de guitarrista impecable, autor de canciones muy bellas, vocalista que está cantando mejor que hace veinte años, cuando un intento de regreso, registrado en un disco en vivo en el Teatro Coliseo, lo agarró con la garganta en mala forma.
“Estoy yendo de una profe que me curó –explica–. Tenía la garganta hecha pelota y me hizo unos estudios. Una vez por semana voy a verla y a hacer ejercicios. Todos me dicen que estoy cantando como cuando era pendejo: llego a notas altísimas. Bueno, con 67 años, si no aprendía ahora ya estaba grande para hacerlo.”
Cincuenta y siete años atrás, durante su infancia y luego durante su adolescencia, armaba sus primeras bandas en los Estados Unidos, donde se había ido a vivir con su madre. Eso le permitió ser uno de los contados músicos argentinos (otro es Horacio Malvicino) que vio a los Beatles en vivo.
“Fue en Nueva York, en el Shea Stadium, pero no escuché nada; me llevó mi vieja, porque ella veía que yo sentía amor por los tipos, que lloraba por ellos. Cuando surgieron los Beatles, surgió todo. Inventaron la juventud”, dice, parafraseando a Charly García. Además, vio, entre otros, a Jimi Hendrix y a Frank Zappa.
Lebón, con Charly García y Pedro Aznar.
¿Pero qué hacía Lebón allá? La historia podría valer tanto para una autobiografía increíble como para una novela de espías en tiempos de guerra. Su madre, hija de cosacos rusos, nació en China. “A los 19 años, se casó en Inglaterra con un aviador inglés, quien salió en una misión en plena noche de bodas, para nunca más volver. De la bronca, mi vieja se hizo paracaidista. No puedo imaginarme en su lugar. Después estudió para ser espía. Con el paracaídas, caía donde caía. Ella usaba tacos altos (risas).”
Era una Mata Hari, digamos.
Se acostaba con algunos tipos y averiguaba. Primero quería vengarse de lo que le habían hecho a ella.
Su madre fue capturada y torturada en campos de concentración, pero sobrevivió. Ya en Buenos Aires, se casó con el padre de David, quien falleció cuando el chico tenía ocho años. Lebón, niño, se fue a Miami con su madre. Primero, ella siguió vinculada a la actividad militar como instructora de paracaidismo, pero se hartó y pasó a ser manicura.
Tras un periplo por los Estados Unidos, David volvió a la Argentina en 1969; tiempos de pantalones de botamanga ancha y anteojitos redondos.
“Me encontré con el mismo quilombo que había visto allá al llegar, en el ‘62, cuando a los pibes les cortaban el pelo en las escuelas. Pasé lo mismo dos veces”, recuerda. En medio de la represión de la etapa Onganía, comenzó su intenso camino por la era dorada del rock nacional.
Bajista de Pappo’s Blues (luego fue segunda guitarra). Integrante de La Pesada del Rock And Roll, de Billy Bond. Participante en Confesiones de invierno, de Sui Generis: sus comienzos junto a Charly García. Baterista del primer álbum de Color Humano. Bajista de Pescado Rabioso, banda con la que grabó su primera canción, ¡Hola, dulce viento!, ahora reversionada con Emmanuel Horvilleur.
“A Luis le gustó muchísimo”, recuerda Lebón de aquel Spinetta, de cuya disciplina como compositor aprendió mucho. “Me pidió grabar ese tema y me volví loco; empecé a sentirme parte, a dejar de ser vergonzoso.”
Junto a la base rítmica de Sui Generis (Rinaldo Rafanelli y Juan Rodríguez), Lebón formó Polifemo, banda con la que llegó a llenar el Luna Park. Uno de sus clásicos, Suéltate Rock and Roll, está en Lebón &Co. Todos los integrantes del grupo viven, pero no hay plan de reencuentro sobre el escenario. “Sí pensamos grabar. El vivo es distinto: tenés que tener la edad que tenías cuando estabas ahí”, dice en referencia a unos achaques físicos del bajista.
Polifemo lleva a Lebón a un recuerdo extramusical horrendo; él, junto con Alejandro Medina, fue uno de los pocos músicos de rock argentino que sufrió la tortura de los grupos de tareas. En el ’76, a la salida de un show, fue chupado, llevado a un centro clandestino de detención y torturado, mientras en salas contiguas moría gente.
“Me dije: ‘La picana no me hace nada’. Mentira, me hizo, fue horrible, sobre todo en los testículos. Nunca medité ni vi tanta luz en mi vida”, se ríe para no llorar.
David Lebón con Lisandro Aristimuño, representante de la nueva generación de cantautores.
En los ‘70, David tuvo un “encuentro supremo” (título de uno de sus discos) con el gurú Maharaj Ji, al que llegó a través del periodista Pipo Lernoud, y que se convirtió en su guía espiritual. Desde 1978, la brillante era Serú Girán, junto con Charly García, Pedro Aznar y Oscar Moro.
“Serú fue una de las bandas más finas que salieron en el rock. El otro día estábamos escuchando La Grasa de las Capitales (reeditado en vinilo y remasterizado por Pedro Aznar a cuarenta años de su lanzamiento) y los temas están increíbles. Suenan tan bien que a nosotros mismos nos da vergüenza. El trabajo de Pedro con la gente del Instituto Nacional de la Música (Inamu, que hizo un arduo trabajo de hormiga con Aznar) es realmente extraordinario.”
Históricamente, Lebón luchó entre lo que le dicta su cerebro y lo que siente su corazón. Además, osciló entre problemas con los excesos y la vía espiritual.
“Yo no vendo estampitas –dice–. A mí enseñó una persona ya hace muchos años que estamos juntos, que el alma está acá (se toca el pecho), que cuando estás enamorado es donde se siente.”
Se refiere a Prem Rawat, nombre actual de Maharaj Ji. Hace unos años, tras haber conocido a Oviedo, Lebón alcanzó una independencia de las drogas y el alcohol que siempre le costó mantener.
Como Pete Townshend, George Harrison y otros grandes músicos, es consciente de lo opuestos entre los placeres del mundo material y la elevación del mundo espiritual, y de cómo, a veces, la segunda no es suficiente para lidiar con la realidad y sus tentaciones.
La tapa de “Lebón & Co.”, su último disco.
La idea de Lebón & Co. fue de su esposa junto con un viejo conocido, Damián Amato, presidente de Sony: “Fue el primer disco donde no trabajé; el sueño de mi vida, cantar. Sabemos que más allá no vamos a dar, y (hay que) aceptarlo”.
Las versiones son logradas: Lebón se siente cómodo entre las máquinas de Casa de arañas, junto con Lisandro Aristimuño. Eruca Sativa agrega más máquinas al inicio de Dos edificios dorados. Aznar se calza al hombro Hombres de mala sangre. Andrés Calamaro canta con orgullo Parado en el medio de la vida. Fito Páez y Lebón revisitan a dos pianos El tiempo es veloz, canción que Páez introdujo en el repertorio de Mercedes Sosa. Mundo agradable, con Ricardo Mollo, posiblemente supere a la versión original. Otros encuentros: Carlos Vives, Leiva, Julieta Venegas. También se retoman algunos temas perdidos que nunca prendieron demasiado en el público.
La grasa de las capitales, gran álbum de Serú Girán que en 2019 salió remasterizado en vinilo.
¿Y qué pasó con el artista que a principios de siglo se quejaba, desde Mendoza, de tener que presentar demos a las compañías con tanta carrera detrás o que quería grabar de manera independiente?
Estaba un poco equivocado, también, porque reconocí mi talento pero tenía un ego muy fuerte. Cuando lo reconocí era como si tuviera un diamante en el bolsillo, y me sentí muy boludo, porque con un diamante no me compré un Rolls Royce, entonces contestaba eso de una manera muy “yo tengo el diamante, yo soy Elton John, yo soy, viste, tal persona.
Y agrega: “Dejar las drogas me costó un huevo, pero lo hice. Eso me hizo muy bien a mí, a mi familia, a la gente, a mis amigos; algunos amigos se fueron antes pero me decían ‘qué bien’. No les dije que era fácil. No hay alcohol ni hay merca en mi vida. Ni nada. Porque fue mucho y perdí mucha memoria. Estoy recuperándome de todo eso y yendo hace unos años a un psiquiatra, el tipo que trató a Maradona”.
Ahora disfruta, entre otras cosas, de sus ocho nietos. “Mi abuela me decía: ‘Vas a ser feliz cuando te olvides los nombres. Hasta podés joder con eso’. A veces por ahí no tenés ganas de hablar y decís: ‘Ah, no me acuerdo mucho de quién sos’. Mi abuela era una turra, pero buena onda. Con mi vida estoy de otra manera, muy relajado.”
La guinda del postre
El 8 de febrero, David Lebón se presentará en el Teatro Colón como parte del ciclo Unicos. Y así cerrará parte del ciclo de su disco Lebón & Co.
“Va ser hermoso para mí, porque el disco será tocado por una orquesta y por nosotros. La guinda de la torta, viste”, se entusiasma.
Habrá invitados que lo acompañaron en la grabación de ese álbum, y otros clásicos de Lebón de todos los tiempos. En marzo, el músico empezará a grabar un disco con material nuevo, tal lo estipula su contrato. “Hay temas de mi cosecha mendocina”, dice.
Fuente: clarin.com