«Que hablen de mí, aunque sea mal». Aunque en esta historia que vamos a contar, en realidad son los malos quienes hablan con buenas palabras. Y es que en la loca Norteamérica de los años treinta, los gángsters terminaron por convertirse en los mejores vendedores de coches. Concretamente de sus modelos favoritos, los Ford V8.
Tanto fue así, que un buen 10 de abril de 1934 el mismo Henry Ford recibió una breve pero efusiva nota de agradecimiento por haber concebido aquel automóvil. El firmante hablaba con conocimiento de causa, pues ya había conducido hasta sus límites un buen número de ejemplares: se trataba de Clyde Barrow, el integrante masculino de la temible pareja conocida como ‘Bonnie y Clyde’.
La paradoja del villano convertido en héroe
Desde el diván del presente resulta difícil comprender cómo pudieron ser tan reconocidos y queridos unos personajes que, al fin y al cabo, llevaban vidas basadas únicamente en el robo de todo lo que tenían a su alcance y el asesinato de quienes intentaron impedírselo. Por ello, comenzaremos con algo de contexto.
En 1934 apenas habían pasado cinco años desde el crack de Wall Street de 1929. La Gran Depresión, por tanto, seguía siendo una cruda realidad para más de la mitad de la población estadounidense, formando a lo largo de todo el país auténticos núcleos de pobreza tanto en pueblos como en los suburbios de sus grandes ciudades.
De este caldo de cultivo surgiría una nueva generación de delincuentes, que poco o nada tendrían que ver con los ‘gangsters’ de los años veinte: mientras Al Capone, en su día, sólo pudo ser arrestado por evadir impuestos, Clyde Barrow había pasado la mitad de su juventud entre calabozos y prisiones, fugándose de sus trabajos forzados en Texas como primer paso en el camino que lo conduciría a la fama.
Con la cínica complicidad de la prensa amarilla de entonces, la codicia y la brutalidad de los nuevos gángsters se transformó en una suerte de lucha contra aquella desigualdad. Como unos Robin Hood del siglo XX estos criminales asaltaban bancos, comercios y cualquier local que guardara dinero o algo de valor. Y como forajidos del Salvaje Oeste, sus huidas solían tener lugar bajo auténticas cortinas de plomo.
Así, lejos de horrorizarse, una América que se sentía desahuciada de su propio sueño se dejaba embriagar por aquel relato aparentemente idílico de acción y rebelión contra el sistema, servido por medio de dramáticas narraciones radiofónicas y titulares en primera plana. Porque nada conmueve más a las ovejas que el ejemplo de aquéllas que decidieron abandonar el rebaño, aun a pesar de hacerlo a sangre y fuego.
La popularidad de gángsters como Barrow eclipsaría la de no pocas estrellas del cine o el deporte, y todo lo que tocaron se convirtió en reliquia: armas como el subfusil Thompson de 1928 y por supuesto, coches como el Ford Model 40 y su motor V8.
El mejor amigo de los enemigos públicos
Henry Ford asimiló pronto la necesidad de innovar constantemente cuando comprendió que sus modelos A y B no habían logrado unos resultados tan masivos como los del primigenio T a principios del siglo. Así pues, regresó a su especialidad: poner en la calle lo que nadie antes se había atrevido a vender.
Siguiendo su legendario instinto Ford optó por crear un coche que hiciera de las altas prestaciones algo al alcance de todo el mundo. A partir de esta idea, ordenó diseñar un compacto motor de ocho cilindros en V con el mínimo posible de componentes, para facilitar las reparaciones y mantenimientos.
El resultado fue poco menos que mágico. Con él bajo su capó el Ford Model 18 devino en el primer V8 de la saga, cuyos 65 CV de potencia superaban por mucho los 40 de los anteriores motores de cuatro cilindros. En 1934 su sustituto, el Ford Model 40, ya rendía unos impresionantes (para la época) 85 CV.
Este último fue el modelo que realmente triunfaría a lo largo y ancho de Norteamérica, ya que por aproximadamente 500 dólares entregaba unas prestaciones que no tenían rival. No en vano era capaz de acelerar de 0 a 100 km/h en unos 17 segundos y su velocidad máxima rozaba los 122 km/h, cifras que en aquel tiempo sólo podían superar los monstruosos Cadillac, DeSoto o Packard que costaban el triple.
La presencia del Model 40 en calles y carreteras aumentó exponencialmente, lo cual puso también este modelo al alcance de bandidos como Bonnie y Clyde, quienes robaron numerosas unidades para sus golpes y traslados entre Texas, Oklahoma y Luisiana.
Por contra, los cuerpos de policía y sheriff de estos estados estaban inadecuadamente motorizados para hacerles frente. Con suerte algunas unidades podían disponer de unos pocos Ford Model 18 o Chevrolet Six de seis cilindros, que aun así no gozaban de suficiente ventaja sobre su ‘presa’.
Envalentonados por esas huidas siempre exitosas Bonnie y Clyde dieron rienda suelta a sus egos, transformando su persecución en un juego macabro donde los asesinatos de policías se sucedían día tras día. La velocidad del Model 40 fue su mejor arma de ahí que Clyde, con el máximo de los desparpajos, escribiera al propio Henry Ford para darle las gracias como el ‘cliente VIP’ que era.
La carta se conserva en el Museo Henry Ford de Dearborn (Detroit), y reza así:
«Estimado señor: Mientras me quede aliento en los pulmones le diré que vaya cochazo ha hecho usted. Cuando tengo que huir con un coche, sólo conduzco Ford. Para aguantar a toda velocidad y escapar de problemas el Ford despelleja a cualquier otro coche, y aunque mis negocios no sean precisamente muy legales no le molestará que le diga lo magnífico que es su V8. Sinceramente suyo, Clyde Champion Barrow».
Viendo imposible atraparlos por velocidad, las fuerzas del orden optaron por cambiar su estrategia de caza. Finalmente el 23 de mayo de 1934, un grupo de oficiales dirigido por los Rangers de Texas Frank Hamer y Maney Gault tendió una emboscada a la pareja. Bonnie Parker y Clyde Barrow no pudieron escapar a su destino final, y perecieron ametrallados dentro de su Ford.
Con su dramática muerte, el fin de los gángsters se acercó un poco más. Mientras, los Ford V8 continuaron su propia leyenda lejos del mundo del crimen, sembrando la semilla del fenómeno cultural que llegaría a conocerse como ‘Hot Rod’. Pero para esto último, América tendría que esperar a que sus jóvenes regresaran de combatir en la Segunda Guerra Mundial. Otro tiempo, otra historia.
(Imagen principal: ‘Emboscada final’, Netflix)