Poner límites a los niños es fundamental y necesario para su felicidad, y el bienestar emocional suyo y de quienes les rodean. Pero en contra de lo que muchas personas todavía creen, los límites pueden (y deben) ponerse sin necesidad de recurrir a los premios y castigos, los azotes, o el chantaje.
Esta es la base de la Disciplina Positiva, que habla de la importancia de poner límites desde la empatía, el respeto y la amabilidad. Lorena García Vega, pedagoga, guía Montessori y educadora en Disciplina Positiva, nos da siete claves para educar a nuestros hijos de forma cariñosa y respetuosa. Porque, como ella misma afirma, «educar con amabilidad no es sinónimo de permisividad».
¿Qué son los límites y para qué sirven?
Los límites son necesarios para educar a los niños y guiarles en el camino de la vida, acerca de lo que está bien y lo que está mal. Además, a través de los límites entienden cómo deben comportarse y relacionarse sanamente con otras personas para ser felices.
La Disciplina Positiva no se basa en criar con límites impuestos por el adulto, sino que se trata de una filosofía educativa basada en la enseñanza profunda y consciente, para que sea el propio niño quien reflexione sobre las consecuencias de sus actos y busque soluciones para reparar el posible daño causado.
Pero, tal y como nos comenta Lorena, es importante ser pacientes y confiar en los resultados, pues se trata de un trabajo con objetivos a largo plazo. Así pues, y según la Disciplina Positiva, ¿cómo podemos poner límites a los niños con respeto y empatía?
1) Hacer al niño partícipe de los límites
Si tenemos en cuenta la opinión del niño a la hora de poner ciertos límites, él se sentirá respetado, escuchado y valioso, y esto generará un sentimiento de bienestar que le llevará a aceptarlos de mejor manera.
Lógicamente, los padres serán quienes establezcan una pauta coherente, además de tener en cuenta que hay ciertos límites que no son negociables, como los relativos a su seguridad y el respeto a los demás.
«Un niño va a mostrar mayor interés en aceptar un límite si él ha colaborado en establecerlo. Cuando el niño tiene un desarrollo madurativo que le permite razonar los actos que desencadenan en consecuencias positivas y negativas , a través de juntas familiares pueden acordarse límites que afecten a toda la familia en general y a cada miembro en particular».
2) Poner límites proporcionados y justos
La Disciplina Positiva es una filosofía educativa que no resulta humillante, ni para el niño ni para el adulto. Lo que pretende es que el niño aprenda a actuar bajo su autocontrol, pero para ello es importante poner límites equilibrados y respetuosos para todos.
«A pesar de que es complicado poner límites, porque en muchas ocasiones no sabemos dónde está el equilibrio, una de las claves para garantizar que los límites sean proporcionados y justos, es que no sean humillantes ni para el niño ni para el adulto«.
3) Respeto mutuo y cooperación
La Disciplina Positiva evita dos cosas: por un lado, caer en el excesivo control adulto y el autoritarismo, y por otro, caer en la permisividad, es decir, dejar al niño hacer lo que quiera. Para ello, los límites deben ser puestos basándose en el respeto, la empatía y la cooperación.
«Los límites deben basarse en el respeto mutuo y en la cooperación, de esta forma además de garantizar al niño su sentido de pertenencia e importancia, estaremos colaborando en la adquisición de habilidades para la vida, y acompañando al niño en el desarrollo de su sentido interno de control«.
4) Actuar con amabilidad, no permisividad
Lorena nos explica que cuando los padres comienzan a indagar, informarse y aplicar la Disciplina Positiva, suele ocurrir que a menudo se vuelven demasiado permisivos, pues confunden criar con cariño y «amabilidad» con la «sobreprotección excesiva», evitando que el niño viva una decepción o aprenda a gestionar la frustración.
«La amabilidad en Disciplina Positiva es sinónimo de respeto y de validación de sus sentimientos. De este modo, a través de nuestras palabras estaremos poniendo en valor lo que siente y capacitándole para encontrar una solución, al tiempo que maneja su enfado (entiendo que estés enfadado, pero seguro que eres capaz de encontrar la forma de solucionarlo)»
5) Hacer que el niño reflexione acerca de su conducta
A menudo, cuando no sabemos cómo hacer para que los límites que ponemos a nuestros hijos sean respetados, podemos caer en los premios y castigos, los gritos, el chantaje emocional, la retirada de nuestro cariño, las amenazas…
Es decir, somos los adultos quienes queremos controlar la situación a través de nuestras imposiciones, sin permitir que el niño reflexione acerca de su conducta y sus consecuencias.
«Para poder castigar o premiar, el adulto tiene que «pillar» niño en la situación, de manera que este solo experimentará consecuencias positivas o negativas cuando le vean. Mientras no le «atrapen en plena acción», el niño no aprenderá a ser responsable de su propia conducta, ya que no se le ha ofrecido la oportunidad de poder experimentar la consecuencia de sus actos sin el control del adulto».
6) Involucrar al niño en la búsqueda de una solución
La firmeza que propone la Disciplina Positiva, no está basada en castigar, dar sermones, ni que el adulto asuma el control de la situación, sino en actuar con firmeza y amabilidad para modular el comportamiento o la conducta del niño, haciéndole partícipe de sus actos y consecuencias.
«Normalmente, son los padres quienes deciden los límites a seguir, y quienes los refuerzan continuamente con castigos y sermones. Esto suele provocar la aparición de rebeldía y otras consecuencias negativas» – explica Lorena.
«Así pues, cuando un niño traspasa un límite, antes de castigarlo o darle un sermón en el que el adulto le haga ver lo que ha pasado, podemos hacerle preguntas que le involucren en sus actos y que le ayuden a razonar: ¿qué ha pasado? ¿de qué manera podrías solucionarlo?«
«A pesar de que el castigo pueda parecernos más efectivo por lo inmediato de su resultado, si el niño es capaz de reflexionar sobre sus actos y colaborar en la solución, comenzará a crear las bases de un comportamiento responsable».
7) Ayudarle a reparar lo que ha hecho
La Disciplina Positiva visualiza el error como una maravillosa oportunidad de aprendizaje, pues todos los fallos, faltas o errores, se pueden reparar. Para ello, hay que involucrar al niño en la búsqueda de una posible solución, y hacerle responsable de sus actos y de las consecuencias que éstos tienen para los demás.
«Si nuestro hijo hace alguna trastada o tiene algún comportamiento que perjudica a otra persona, en lugar de hacerle sentir mal por lo que ha hecho, sería más recomendable enfocarlo de la siguiente manera:
- Hacer que el niño piense en cómo se hubiera sentido si se lo hubieran hecho a él; es decir, trabajar la empatía.
- Por otro lado, es importante que el niño encuentre la manera de reparar o solucionar lo que ha hecho, en la medida de sus posibilidades.
«Lo primero, es pedir disculpas por lo ocurrido, pero además, dependiendo de la edad que tenga y del hecho en concreto, podría ayudar a encontrar una solución válida que contribuya a reparar el error».
En resumen: nuestra manera de actuar repercute en nuestros hijos
La Disciplina Positiva nos brinda la oportunidad de poner límites desde el respeto, la amabilidad, la firmeza y la empatía, de manera que nuestros actos repercutan en el niño de la siguiente manera:
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Involucrando al niño estamos respetando su sentido de pertenencia a un grupo y de importancia, además de hacerle sentir escuchado y tenido en cuenta en sus opiniones y sentimientos.
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Motivando al niño en su responsabilidad, le estaremos ayudando a que aprenda de sus errores.
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Confiando en él, le estaremos animando a solucionar sus errores sin sentirse mal por ello, humillado o avergonzado.
Y todo ello repercutirá positivamente en el bienestar emocional del niño, que a la larga acabará desarrollando un sistema interno de control, sin la necesidad de la imposición de un adulto.
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Agradecimientos | Lorena García Vega – ConectaEmociones