Entrevista exclusiva a Emilce Cuda (parte I)
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La teóloga Emilce Cuda, la mujer argentina que forma parte del gobierno vaticano como secretario de la estratégica Pontificia Comisión para América Latina (PCAL), advirtió que el diálogo social implica la participación de “incluidos y excluidos” y destacó la necesidad de “acciones coordinadas regionalmente” para asegurar las riquezas naturales e integrar conocimiento.
“El diálogo social no es un diálogo entre amigos; es justamente el diálogo ante el conflicto entre hermanos y eso implica la escucha. Todos tienen que hablar”, subrayó en entrevista exclusiva con Télam, en la que también analizó los grandes lineamientos del pontificado de Francisco y evaluó los antecedentes que le permitieron romper un histórico techo de cristal en el mundo vaticano.
Doctora en Teología para la Universidad Católica Argentina (UCA), Cuda es miembro del equipo consultor de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) en las áreas de trabajo y política y ejerció como docente e investigadora en la UCA y en las Universidades de Buenos Aires (UBA) y Arturo Jauretche (UNAJ).
Además, participa como especialista del programa internacional “El futuro del Trabajo” de la International Catholic Migration Commission (ICMC) y de intervenciones especiales en Boston College University, en Northwestern University y en St. Thomas University (Estados Unidos).
Cuda todavía recuerda con asombro la secuencia de mediados del año pasado que terminó con su asunción en un cargo clave: “Recibí un mensaje a las 4 de la mañana. Me dijeron: ¿usted quiere venir a servir a la Iglesia en Roma a partir de septiembre? Después corté, llamé a mi marido y a mis hijos y les dije ‘nos vamos a vivir a Roma’. Fue un shock”, reconstruye en videoconferencia entre el Vaticano y Buenos Aires.
Y revela: “Yo conocía al Papa Francisco, pero no trabajaba con él. Trabajé con (Juan Carlos) Scannone que fue profesor de Bergoglio. Él murió hace dos años. Nunca pensé que iba a estar en un cargo de gestión y continúo muy sorprendida”.
-En estos tiempos de crisis globales, de extrema desigualdad y pocas brújulas que orienten en nuevos rumbos, ¿cuáles son los principales desafíos para tratar de construir otros presentes y futuros?
-El desafío más grande lo está planteando el mismo Pontífice: él llama a escuchar. La palabra escucha tiene mucho significado y otras connotaciones, en el mundo y en Argentina. No puede haber diálogo social si no hay escucha. En la vida cotidiana las personas están esperando que alguien se calle para decir; hemos perdido la capacidad de escucha. El papa Francisco llama a escuchar, incluso se abrió ahora en la Iglesia lo que se conoce como sínodo de la sinoladidad. Esto es muy interesante porque la palabra “ecclesia” significa asamblea. En griego existían distintas palabras para nombrar al pueblo. Nosotros tenemos una sola, entonces hay una disputa por la identidad de esa palabra. Uno podría explicar hoy el momento histórico a través de esa disputa, una disputa, finalmente, de identidad.
-Siguiendo ese razonamiento, ¿qué significa hoy estar incluida o incluido en una trama social?
-Tener los derechos que, en términos modernos, llamaríamos civiles. Hay un momento en que esa parte del pueblo sin derechos se constituye en asamblea: significa que se unen y empiezan a escucharse. Y de esa escucha, que es un diálogo, se van organizando. Eso significa una iglesia: una asamblea permanente, dicho en términos más liberales, más seculares. El Papa convoca a la Iglesia Católica a la sinoladidad en un momento histórico donde uno podría decir que hay una crisis de representación. Es difícil hoy identificar un partido político, aún aquellos que se consideran un partido político. Más bien tenemos agrupaciones, movimientos, en un piso enjabonado donde parece que los representantes patinan y pasan de un lado al otro. Eso puede ser una crisis social y es muy difícil organizar la comunidad con este terreno en el que se patina tanto. Entonces, la escucha es parte de la democracia. Es el diálogo social del que habla el Papa.
Entrevista exclusiva a Emilce Cuda (parte II)
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-Hay una relación circular entre la escucha y el diálogo. ¿Cómo se aplica ese vínculo a lo social?
-El diálogo social no es un diálogo entre amigos, es justamente el diálogo ante el conflicto entre hermanos y eso implica la escucha. En el proceso sinodal que convoca Francisco, todos tienen que hablar: los que están incluidos y los que están excluidos, los católicos practicantes, los católicos no practicantes, los cristianos no católicos y los ateos. Hay que escuchar a todos. Y uno diría…¿por qué hay que escuchar a todos si no todos son parte del catolicismo? Porque no se está escuchando a la persona, sino al espíritu. Y trato de hacer una traducción secular de esto. Porque en el caso de la fe, lo que se escucha a través de las personas es lo que se llama el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. Cuando escucho, no estoy escuchando a una persona solamente: estoy escuchando una comunidad, a través de la cual está hablando el espíritu. Ahí tenemos un ejemplo de lo que puede aportar la Iglesia en este momento político donde hay varias amenazas. La primera, la crisis ambiental que no se toma en serio, y que no es algo que comienza sólo con la encíclica “Laudato Si”, sino también con la agenda 2030 de la ONU. En segundo lugar, la amenaza de entrar en un período post-secular, donde los fundamentalismos religiosos pueden llegar a ordenar el caos por un momento, pero no pueden ordenar la política en sentido democrático y se corre el riesgo de que cualquiera se convierta en deus mortalis. Las personas que estamos en estos momentos en algunos puestos dentro de la Iglesia tratamos de poner en diálogo. En mi caso en Latinoamérica. Los recursos naturales, que no son recursos en oferta para ser apropiados por cualquiera, aprovechándose del endeudamiento externo y de la crisis ecológica, son las riquezas donadas por Dios para que nuestros pueblos tengan una vida digna y feliz. ¡Y ojo! Porque los que creemos en esta teología de la creación somos cerca de 450 millones de latinoamericanos. El endeudamiento externo, causado por una voracidad de individuos capaces de tragarse al mundo en un bostezo de su improductivo enriquecimiento financiero, es la causa directa de la miseria y no la ineptitud de nuestros trabajadores, la inoperancia de nuestros políticos, la incapacidad de nuestros científicos, ni mucho menos el cálculo erróneo del Creador. Las riquezas naturales alcanzan para todos nosotros y sabemos cómo cuidarlas y desarrollarlas. Ahora, o nos unimos o nos hundimos. Se necesitan acciones coordinadas regionalmente para asegurar las riquezas e integrar conocimiento. La fuga no es sólo de divisas: también se fugan cerebros, fórmulas científicas, trabajadores, y hasta fieles. Hay que poner en diálogo a Latinoamérica con Centroamérica con Norteamérica, son millones de personas las que están migrando en las peores condiciones. En Argentina mucho no se percibe porque curiosamente Argentina es un país donde la gente desocupada no migra, se organiza. No migra, no encontramos trabajadores migrantes argentinos en el exterior, vamos a encontrar profesionales, pero no trabajadores que por falta de trabajo hicieron su maleta y se fueron.
«Las riquezas naturales alcanzan para todos nosotros y sabemos cómo cuidarlas y desarrollarlas. Ahora, o nos unimos o nos hundimos. Se necesitan acciones coordinadas regionalmente para asegurar las riquezas e integrar conocimiento. La fuga no es sólo de divisas: también se fugan cerebros, fórmulas científicas, trabajadores, y hasta fieles».
–Habla de pueblo y de escucha, en momentos en donde la polarización en Argentina y en el mundo es enorme y la no escucha parte del prejuicio. Al mismo tiempo, hay un pueblo subestimado, al que no se escucha, en un mundo concentrado en lo económico y en las ideas. ¿Cuán abarcativa es la noción de pueblo y cómo se traduce la escucha como la construcción en la acción?
-El pueblo es la unidad. Un conjunto de personas todas amontonadas no es un pueblo, es una masa. Hay pueblo cuando esas personas se unen y por eso hablamos de comunidad. Cuando lo común es la unidad, eso es la comunidad. El pueblo es una comunidad donde el bien común, lo bueno, es justamente la unidad. Sino no hay pueblo. Y la unidad va más allá de un acuerdo, no es un acuerdo en el sentido político, no es un convenio colectivo de trabajo, un acuerdo marco. Es una unidad como decisión. Hay una decisión de unirse. Porque fuera de eso, como dice el Papa, o nos unimos, o nos hundimos. El usa frases lacónicas, me parece fantástico, pero detrás de eso hay toda una teología, una filosofía. El tema de la sinoladidad, que está aplicando la Iglesia tiene que ver con escuchar la unidad. No es solamente escuchar al que está al lado, sino escuchar más allá, escuchar qué está diciendo en este momento esa comunidad. El requisito es la unidad, no se trata de juntarme al otro por un interés. El pueblo aparece en la necesidad. Es muy distinto. Lo que une no es el interés, sino la necesidad. Porque frente a la desesperación de sobrevivir hasta el día siguiente, me uno. Tomo la decisión, tengo que tomar esa decisión. Sino desaparezco.
-La escucha colectiva requiere de un discurso propio, más allá de los discursos hegemónicos…
-Allí es cuando aparece el pueblo como sujeto, es un discernimiento comunitario. Para saber qué está discerniendo o reflexionando un pueblo, tengo que escuchar. Y ahí viene el problema, porque ¿qué es lo que voy a escuchar? Voy a escuchar lo que dice el pueblo repitiendo una cultura hegemónica, donde la palabra ya está tomada. Eso es un buen ejemplo de, cuando el lenguaje como palabra repite un discurso hegemónico, no necesariamente estamos escuchando ese espíritu en el pueblo, entonces tenemos que ir a otro lenguaje. Puede ser el arte popular, el arte, el lenguaje estético, un graffiti, un rap, una obra de teatro, una novela, las redes sociales. Ahí ese espíritu va a hablar. Es escuchar esto, va más allá de escuchar una palabra que cuando repite, repite el sistema. Porque justamente el cambio viene por algo que es contra-hegemónico, esa es la escucha que permite una cultura democrática.
-¿Cómo imagina que se puede superar la crisis de representatividad en las que están subsumidas las democracias? Para que el discurso y la acción se traduzcan en representación y acción en un mundo enormemente injusto…
-Hay que pensarlo más allá de la coyuntura; a nivel geopolítico, incluso cruzando fronteras. En el caso del papa Francisco, en su anteúltima encíclica social que se llama “Laudato Si”, denuncia una crisis ecológica. No es sólo ambiental ni la solución es sólo ambiental. En su última encíclica social “Fratelli Tutti” dice qué hacer, es fundamental porque habla de “la mejor política”, y señala que tiene que llegar del subsuelo del planeta, y que ese subsuelo del planeta se expresa, se presenta, en y con sus líderes. La escucha real es escuchar lo que me están diciendo en un lenguaje que quizás yo no conozco. Y ahí viene el ruido de la comunicación: no todos dicen blanco cuando dicen blanco, como dijo (Jacques) Ranciere.
-¿Es posible una visión esperanzadora?
-Por supuesto. Tengo dos hijos grandes y tengo esperanza, claro. La esperanza, para el catolicismo, para el cristianismo, es una virtud. Es interesante esto porque ¿qué son las virtudes teologales? Hay una diferencia entre las virtudes teologales y las virtudes cardinales. Las cardinales hay que trabajar para tenerlas, para ser templado frente al deseo, frente a la tentación, para ser fuerte frente al dolor, para ser justo. Hay que practicarlo. Es un hábito de la conciencia. Entonces, si uno logró ser justo, fuerte, templado, ahí hay un mérito. Pero el cristianismo habla de las virtudes teologales, donde no se precisa hacer nada. Estas son el amor, la fe y la esperanza. Y es un regalo la esperanza. Todos tenemos esperanza. No es verdad que hay gente que no tiene esperanza, todos tenemos esperanza. Porque la esperanza es el dínamo de la mejor política, si no hay esperanza no puede haber política democrática. La persona se une para salvarse, eso es hacer política, pero porque tiene la esperanza que se puede salvar. Si no, se sentaría a esperar el fin del mundo. Entonces la esperanza no es un mérito, lo tenemos todos, y si decimos que nuestro pueblo no tiene esperanza estamos impidiendo la política.
Entrevista exclusiva a Emilce Cuda (parte III)
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-¿Y la esperanza es una construcción colectiva?
-La esperanza es comunitaria. Se ha hablado mucho de esto. Yo he hablado de la esperanza como una de las tres virtudes teologales, pero Ernest Bloch ha desarrollado lo que se conoce como el “principio esperanza”. Y ese principio es clave para la política. Sin esperanza no puede haber política en el sentido de una buena política. Puede haber una política totalitaria, una política destructora, fundamentalista, pero la verdadera política en el sentido de la politeia, de la palabra en el espacio de lo público, poniéndonos de acuerdo por una vida mejor, eso necesita un dínamo. La gente tiene que salir a la calle, la Iglesia en salida es eso, es un pueblo que sale, hay que salir. Salir a la calle es moverse y exponerse a hablar con el otro. Yo me estoy exponiendo ahora a un montón de preguntas que no sé ni quién las va a escuchar, ni en qué contexto. Pero me expongo porque tengo la esperanza de que habrá otras personas que quizás piensen de acuerdo a lo que estoy diciendo y salgan a la calle conmigo, también. Quien no habla, no se equivoca. El Papa dice hablen, hagan lío, salgan, mejor equivocarse que no hacer nada. Eso es esperanza.
-¿La invasión a Ucrania reactualiza ese debate?
-La guerra es lo contrario de la felicidad, eso lo sabemos todos. Pero no todos podemos responder a la pregunta de ‘para qué la guerra si finalmente se resolverá en una mesa de tres’. La respuesta es simple y compleja al mismo tiempo: para aniquilar la esperanza de volver a unirse y organizarse políticamente. La guerra busca aniquilar el alma antes que mutilar cuerpos. Ucrania-Rusa tienen un escenario de enfrentamiento que va más allá de esos dos países. Sería de necios tomar partido por el enemigo, el problema está en que este me presenta como enemigo a mi hermano y se oculta tras la tragedia, observando impávido, como el Belcebu de Rimbaud, el baile de los ahorcados, sobre un piso enjabonado.
“El gran cambio que trajo Francisco es que habla en un lenguaje que todos entienden”
Autora de “Para leer a Francisco” -libro que define como una caja de herramientas para acercarse a la filosofía y agenda política del Papa-, Emilce Cuda afirma que uno de los principales giros impuestos por el Pontífice es que “le habla a la gente de abajo en un lenguaje que todos entienden”.
“Creo que con los años nos vamos a dar cuenta de que el gran cambio de Francisco es que le habla a la gente de abajo, de los márgenes. Y que no hace falta que ninguno de nosotros, ninguno, tengamos que decir qué quiere decir el papa Francisco, porque es clarísimo”, afirma la teóloga argentina que hoy es Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina (PCAL) en la Curia romana.
En entrevista exclusiva con Télam, una de las mujeres clave en la estructura del gobierno vaticano diseñada por el Papa, aseguró también que el origen latinoamericano y argentino de Francisco impregna su mensaje y convocatoria al diálogo social “de manera adulta y madura”, uno de los objetivos centrales de sus intervenciones.
Luchar es más que escuchar palabras; es escuchar el lenguaje de ese pueblo, que viene de muchas maneras. Para eso, el Papa llamó y puso al mundo entero en un proceso sinodal. Vamos a ver qué pasa”, explicó al recordar la convocatoria formulada por la Iglesia Católica en octubre del año pasado bajo la tríada “comunión, participación y misión”.
-¿Cómo sintetizaría los aportes de la encíclica social “Fratelli Tutti” en términos del proceso de escucha que propone el papa Francisco?
-Lo que propone el papa Francisco en “Fratelli Tutti” es la presencia, que es distinto que la representación. Es uno de ellos, de los del subsuelo del planeta, que asume el liderazgo y habla, de cuerpo presente, de aquellas necesidades que ha padecido en el cuerpo él y su comunidad. Hay que entender que para los pueblos latinoamericanos, lograr la presencia de un Papa de la región sentado en la mesa de decisiones, implica moverse. Por eso, Francisco, en el segundo discurso ante los Movimientos Populares en San Martín de la Sierra, dice que un pueblo es una comunidad que puede convertir la pasión en acción. Eso significa que lo que se padece lo puedo convertir en: auto-destrucción, individual o comunitaria; lo puedo convertir en agresión; o lo puedo convertir en acción política. La acción política es lo que mueve a luchar por derechos, no a pedir comida, porque las personas no son mascotas. Y para pedir derechos hay que sentarse en una mesa de pares y participar de un diálogo social. Este paso de la pasión a la acción implica una unidad, pero no es que otro me va a representar, sino que todos tenemos que estar más presentes, sentados a la mesa. El Papa dice esto en “Querida Amazonia”, la mesa de pares: está llamando al diálogo social de manera adulta, de manera madura, lo que dentro del catolicismo se llama la fe madura, la fe que se encarna, que escucha. Escuchar es más que escuchar palabras, es escuchar a través del lenguaje de un pueblo, al espíritu que se expresa de muchas maneras. Para eso llamó y puso al mundo entero en un proceso sinodal. Vamos a ver qué pasa.
-¿Cuáles son las mayores diferencias de Francisco con sus antecesores? ¿Cuáles imagina que serán sus principales legados en la Iglesia, pero, principalmente, en términos políticos y sociales?
-Lo primero que diría es que no hay una ruptura entre el pontificado de Francisco y los anteriores. Hay una continuidad.
La Doctrina Social de la Iglesia se adapta a los problemas de cada momento. Cuando nace, a fines del siglo XIX, era el comienzo del modo de producción industrial donde los trabajadores se habían convertido en obreros sin ninguna protección social.
Doscientos años después tenemos un modo de producción industrial que pasa de productivo a financiero: los trabajadores dejan de ser obreros y pasan a ser captados, porque ya no pueden volver al campo a plantar nada, porque fue todo privatizado y las semillas modificadas. Ahora, entonces, lo que tenemos que poner en valor es otra cosa. Porque cómo vamos a hablar de la organización o protección de los trabajadores si no están empleados en ningún lado. Trabajan, pero no se lo reconoce como trabajo, entonces la lucha es otra: cómo reconocer toda actividad laboral humana como trabajo.
-¿Cómo se aborda esa discusión al interior del Vaticano?
-El Vaticano tiene un montón de dicasterios donde hay teólogos, comisiones teológicas, equipos de trabajo; y el tema del trabajo digno los atraviesa a casi todos. ¿Cuál es la novedad de este Papa? Yo creo que la gran novedad es la constitución que acaba de salir, “Predicate Evangelium”, la constitución, donde todo el mundo quedó asombrado porque dice que ahora un laico puede, en términos seculares, ser un ministro, lugar que antes sólo ocupaba un cardenal. Sin embargo, pienso que el elemento clave está en el preámbulo, donde el Papa explica qué es evangelizar. Dice que esta nueva prédica evangélica, esta nueva constitución tiene que ver con eso, con llegar hasta el último, nadie queda atrás. Entonces, en esta constitución el Papa está hablando de una nueva evangelización. Y uno diría, bueno, eso es tema de la Iglesia. No solamente. ¿Cuántos políticos toman contacto con la gente, con la periferia? ¿Cuántos, fuera de la campaña? ¿Cuántas veces escuchamos en palabras de nuestros representantes supuestas demandas de los sectores marginados que no son tales? Porque con mucha facilidad todos nosotros trasladamos nuestras demandas a las bocas de otros. Entonces, esto de tomar el contacto con el otro y de escucharlo parece una cosa simple, pero es la base de cualquier sistema político. Salvo que caigamos en la trampa de la política como administración. Se teme a la política totalitaria, pero yo también temería a la política como administración. No veo por qué una es peor que la otra.
-¿Cuánto influye en la impronta del Papa su origen latinoamericano y argentino, en cuánto incide en su ejercicio cercano a la comunidad?
-El Papa le habla a su pueblo y su pueblo le entiende. ¿Eso lo hace por argentino, lo hace por latinoamericano? No, lo hace porque es un pastor creo yo. ¿Tiene mucho de argentino? ¡Por supuesto! La identidad se constituye en los lugares en los que uno estudió, creció, trabajó. Lo puso en juego y gente de otros contextos, asiáticos, africanos, norteamericanos, aman esa frescura. Por supuesto que tiene un gran conocimiento de la política porque Argentina tiene una gran tradición de capacidad de organización frente al problema, frente al conflicto, frente a la amenaza. ¿Qué tiene de latinoamericano? Muchísimo. Esta filosofía y esta teología que nace en Latinoamérica y que tiene que crear sus propias categorías. Porque esto es muy interesante, ¿cómo hablar desde América latina, cómo hablar de ese sufrimiento de los cuerpos latinoamericanos con categorías que fueron construidas en otros contextos sociales, económicos y políticos? ¿Sirven las mismas palabras? ¿Lo que se entiende por izquierda en Europa es lo mismo que se entiende en Latinoamérica? ¿El liberalismo norteamericano es lo mismo que un liberal en Latinoamérica? Entonces, el Papa lleva todo un vocabulario distinto, conceptos diferentes. Y está bien. Por eso el cónclave eligió un papa, un pontífice, que venía de las periferias, que venía de América, que venía del fin del mundo como dijo él. Y, en términos creyentes, uno dice: bueno, ahí está operando el Espíritu Santo. Pero creo que también tiene que ver con el momento histórico. En el momento que en que se elige al Papa había crisis de representación en varios países del mundo: el Parlamento Europeo tardó un montón de tiempo en definirse y, en cambio, el Vaticano rápidamente, en términos seculares, pudo reconstituir nuevamente su gobierno. Entonces, no es solamente que vino Bergoglio como Guillermo el conquistador y se quedó con la silla de San Pedro. No; hay todo un acuerdo; y eso es la Iglesia Católica.
-La elección de Bergoglio como Papa puede ser leída como una sorpresa, pero forma parte de un proceso anterior…
-Por supuesto, sí, era un candidato y hay que tener presente su participación en “Aparecida”, la conferencia episcopal latinoamericana donde él fue el último relator y donde uno ve mucho. No se lee más ese documento, pero ahí está clarísima la diferencia entre la cultura de la muerte y la cultura de la vida. Prácticamente el programa pastoral que define el pontificado del Papa Francisco, “Evangelii Gaudium”, uno podría releerlo a partir de “Aparecida”. Y “Aparecida” es el resultado del discernimiento de los obispos de América Latina. Y hubo una negociación también, como en todo documento. Eso también habla de la escucha y de lo que pudo haber sido Bergoglio en el contexto argentino, bonaerense, a lo que está hoy invitado y casi desafiado en un contexto mundial. Pero creo que con los años nos vamos a dar cuenta de que el gran cambio de Francisco es que le habla a la gente de abajo, de los márgenes. En el lenguaje en que todos entienden. No hace falta que ninguno de nosotros, yo la primera, ninguno, tengamos que decir qué quiere decir el Papa Francisco, porque es clarísimo.
“Las conquistas siempre son colectivas”
Al frente de la Comisión Pontificia para América Latina del Vaticano, la teóloga argentina Emilce Cuda forma parte del grupo de mujeres que fueron ganando un lugar en una estructura históricamente dominada por hombres.
El papa Francisco designó, desde el inicio de su pontificado en 2013, a varias mujeres en lugares clave de la Curia romana.
Esa lista incluye a la periodista, también argentina, Silvina Pérez en la coordinación de la edición en español del diario oficial del Vaticano, L´Osservatore Romano.
Además, en un claro mensaje de cambio de época, el Pontífice nombró a Barbara Jatta y Francesca Di Giovanni como responsables de los Museos Vaticanos y la Oficina de Relaciones Multilaterales de la Secretaría de Estado, respectivamente.
-¿Qué cambios debieron ocurrir en el mundo y particularmente en la Iglesia para que, siendo mujer y laica, acceda a ser parte del gobierno vaticano?
-Las conquistas son siempre conquistas sociales. Yo estoy acá porque hubo un montón de mujeres, que hace 200 años vienen abriendo camino. Para que yo esté acá, primero tuve que haber entrado a una universidad, y antes las mujeres no podían hacerlo. Tuve que haber podido ser profesora en una universidad, antes las mujeres no podían. Participar en paneles, publicar en revistas científicas, cuestiones a las que las mujeres tampoco accedían. Entonces llegar a una posición en un Estado como es el Vaticano, porque esa es mi posición, integrar la curia romana, implica haber logrado otros puestos que no son mérito propio, las conquistas siempre son colectivas.
-¿Cuáles son las deudas de la sociedad y de la Iglesia con las mujeres y cuál es la forma en que se intenta repararlas?
-Estamos muy lejos de saldar la deuda. La deuda social con las mujeres va a estar cubierta cuando las mujeres estén en condiciones de igualdad con los hombres. Su visibilización no pasa por sentarla en un panel para dar el cupo de género. La visibilización debe ser legal y económica; que haya algunas mujeres en puestos altos no habla del verdadero reconocimiento, en el plano social. Más allá de que haya mujeres presidentas, secretarias de Estado o algunas sentadas en los directorios de empresas. Hasta que la última no esté reconocida en sus derechos, no sólo por ser mujer, sino también por su condición humana. Entonces, eso es lo que hay que defender y me parece que todavía falta muchísimo. La Iglesia está formada por hombres y mujeres, y aunque hasta ahora la jerarquía de la Iglesia estuvo conformada por hombres, hay muchísimas mujeres que forman parte de ella, en la base. Latinoamérica está organizada por mujeres de fe, que hoy arman las ollas populares o construyen la primera barrera contra el narcotráfico, porque se llevan a sus chicos de 14 años. Están atendiendo a la catequesis, dando clases en los colegios, trabajando en los ministerios. Entonces, hay muchas mujeres en la Iglesia -que no estén en puestos jerárquicos es otro tema- y creo es muy importante reconocerlas. Porque si decimos, hasta ahora no hay mujeres en la Iglesia… ¿cómo que no hay? Yo me doy vuelta y hay un montón, el tema es si están reconocidas legal y económicamente como en cualquier otra institución. Me parece que en este aspecto la Iglesia es parte del momento histórico y da respuestas a la par de otras instituciones. Ni más rápido ni más lento.