‘El Camino: Una película de Breaking Bad’ es un regalo para fans que funciona como epílogo sin grandes ambiciones

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El hecho de que ‘El Camino’, recién estrenada en Netflix, continúe a renglón seguido lo que veíamos al final de ‘Breaking Bad’ (por supuesto, spoilers de la serie y leves de la película a partir de aquí) deja bien claras las ambiciones de Vince Gilligan al producirla. El showrunner de la serie y director y guionista de esta película no ha querido reescribir lo ya contado, sino ofrecer un capítulo más.

‘El Camino’ podría funcionar perfectamente como capítulo extra de la quinta temporada de ‘Breaking Bad’, tal es su afan continuísta y su sintonía con la estética y narrativa típica de la serie. Quizás su estilo general sea algo menos sofisticado y se permita menos proezas visuales (aunque una imagen concreta queda para el recuerdo: la de Jesse desdoblándose en el tiempo para registrar un piso en un soberbio plano cenital), pero encaja con el tono crepuscular de la película.

‘El Camino’ se centra en Jesse Pinkman justo en el momento en el que lo dejamos: recién liberado del cautiverio al que ha estado sometido durante varios meses por un grupo de neonazis que le han obligado a cocinar metanfetamina y le han sometido a constantes abusos físicos. Su primera opción es descansar oculto en casa de sus amigos Skinny y Badger, que por un momento devuelven a la película al terreno de ese humor sordo basado en discusiones sobre las bondades de distintas marcas de desodorante y colonias para hombre, aquí con el contrapunto de un Pinkman que está para pocas leches.

Las intenciones de Jesse Pinkman a corto plazo son desaparecer del mapa, y para ello necesita dinero. Un apropiado flashback a sus tiempos de cautiverio y a su extraña relación con el sobrinísimo Todd (Jesse Plemons) da algunas pistas acerca de las coordenadas por las que se moverá la película. En la más clásica tradición de ‘Breaking Bad’, una mala decisión conducirá a otra dejando unos cuantos cadáveres por el (nunca mejor dicho) camino.

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‘El Camino’: Desaparecer no es fácil

Aunque la película de ‘Breaking Bad’ podría haber tenido perfectamente una estructura de road movie zambullendo a Jesse en una continua persecución policial, Gilligan prefiere quedarse en Albuquerque, lo que propicia el regreso a escenarios que conocemos, el reencuentro con algunos personajes que quedan vivos y algún que otro difunto vía flashback. También deja clara la dependencia absoluta de su precedente: ‘El Camino’ no es una nueva etapa, es el cierre definitivo de la anterior.

Pero… ¿hacía falta? La eterna pregunta aplicable a cualquier secuela o remake. Particularmente, creo que el último plano de Jesse en ‘Breaking Bad’ perdiendo los estribos en el coche que da nombre a esta película, recién liberado, dejando a sus espaldas una masacre a plomo y fuego, habiéndolo perdido todo y saliendo absolutamente traumatizado del proceso, era suficiente. Dejaba claro que Jesse Pinkman era una una última víctima, la más grave, de Walter White.

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Pero claro, acababa en alto, con un alarido interrogante, no con un cierre absoluto de sus cabos sueltos. Y eso es lo que define ‘El Camino’, paradójicamente una película que ignora el legado de la serie que le precede, una de las más innovadoras y arriesgadas de la historia de la televisión, para plantear un producto que de partida, es mucho más conservador: prefiere confortar a los fans que lanzarles preguntas.

‘El Camino’ es efectiva y es un perfecto regalo para seguidores de la serie (los últimos flashbacks no tienen más función que esa): sin duda Aaron Paul demuestra estar a la altura de un personaje icónico y aunque ya ha extirpado todo rastro de comedia de su caracterización, quienes hayan seguido su periplo desde el principio sabrán apreciar los matices de desesperación y vacío total en su mirada. Un cierre adecuado y que no molesta pero que, en última instancia, queda como un experimento algo superficial.