30 años de “¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado” el cuarto álbum de estudio de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

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La salida de ¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado, el cuarto disco de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota editado hace 30 años, los primeros días de octubre de 1989, determinó el final de la etapa under que la banda había iniciado a comienzos de esa década con las visitas esporádicas a los pequeños pubs de la Ciudad de Buenos Aires. En febrero de ese año, unos días después de que se produjera el Asalto al Cuartel de La Tablada organizado por el Movimiento Todo por las Patria, en medio de un clima de tensión social que desencadenaría en la renuncia del entonces presidente Raúl Alfonsín, los músicos se encerraron durante dos semanas en el estudio Del Cielito a grabar el álbum que los alejaría del sonido pop de los primeros trabajos discográficos.

“Se nos ocurrió Del Cielito porque estaba apartado del mundanal ruido, en Parque Leloir. Tenía pileta, podíamos quedarnos internados ahí. De ese modo, no te desconectabas para reencontrarte otra vez durante la noche siguiente”, dijo Indio Solari, que por aquellos días seguía con atención la cobertura mediática de los acontecimientos políticos que se producían en la Argentina, en su biografía Recuerdos que mienten un poco, de 2019. “Tenía la sensación de que podía pasar cualquier cosa. Había mucho olor a pólvora. Por eso imaginé que hasta te podía fusilar la Cruz Roja. Era una forma de sugerir que no había que confiar en nadie”.

Recluidos en las comodidades que ofrecía el estudio, una experiencia que el Indio comparó con la de los Stones en la grabación de Exile on Main St., y con la certeza de que algunas canciones que venían tocando en vivo como “La Parabellum del buen psicópata”, “El snifa” (luego “Rock para los dientes”), “Maldición, va a ser un día hermoso” y “Ropa sucia” formarían parte del álbum, los Redondos descartaron temas inéditos que habían integrado la lista de los últimos shows, como “Nene nena” y “¡Qué mal celo!”, y sumaron “Esa estrella era mi lujo”, que compusieron en Del Cielito. “El Indio tenía dando vueltas una especie de armonía y bueno, la sacamos con la viola, entramos a ver de qué manera arreglarla”, le contó Skay a la revista El Musiquero, en 1989. “Él le buscó la melodía arriba, le metió la letra y quedó”.

La estadía en el estudio transcurrió en un clima de vida en comunidad, entre desayunos acompañados de lecturas y tardes jugando a la pelota. El proceso de grabación comenzó por el registro de las bases: guitarra, bajo y batería, con la idea de replicar el sonido homogéneo que habían logrado afianzar en la sala de ensayo. “Los discos anteriores tenían temas buenísimos, pero sonaban muy blandos”, dice a RS Gustavo Gauvry, que comenzó a trabajar como ingeniero de sonido del grupo a partir de ¡Bang! ¡Bang!…. “No tenían un sonido de rock, sino más de pop”.

“Héroe del whisky” y la marcha “Nuestro amo juega al esclavo”, que no tuvo letra hasta último momento, eran dos canciones que venían zapando en los ensayos y se terminaron de cerrar en las jornadas de grabación. “Hacíamos tres turnos”, recordó Skay. “Nos levantábamos al mediodía, mateábamos un rato, comíamos algo y nos metíamos para el primer tirón, que sería más o menos entre las 12 y las 17. Parábamos un rato a descansar, comer algo (risas), y nos metíamos entre las 18 y las 19, y a las 21. Y después el último era aproximadamente entre las 23 y las 2 de la mañana. El primer horario era lindo, porque teníamos las ideas frescas”.

La arquitectura del estudio, con predominio de paneles de vidrio y mucha madera, y la utilización de micrófonos ambientales durante toda la grabación les aportaron a las nueve canciones que integrarían el disco una cuota natural de reverberancia, que terminó definiendo el sonido sucio y garagero del álbum. Gauvry se encargó de las cuestiones técnicas, la grabación, mezcla y sugirió algunos arreglos, como el solo de saxo del final de “Ropa sucia” que, según contó Skay, la banda incorporó en las últimas tomas.

Obsesionados por conseguir el sonido de los ensayos, la dupla Solari-Beilinson consumió las primeras jornadas probando registrar las canciones con todos los músicos tocando juntos. Pero el resultado final no fue el esperado y optaron que la voz del Indio, los coros y el saxo se grabaran en el final. Durante la segunda semana, las canciones comenzaron a salir en menos de cinco o seis tomas. “La idea no era hacer un LP pulcro y prolijo, sino sobre todo que sea emotivo, y que salga un poco esa frescura”, dijo Skay. “Lo que fue un poco más complicada fue la parte del saxo, porque el Indio se había puesto también super obsesivo con eso”.

Dawi hizo toda la sección de vientos con saxos tenor, alto y soprano, Semilla grabó el bajo por micrófono y línea, Skay dobló varias guitarras en casi todos los temas con una Ibanez Roadstar II y la histórica Gibson SG manteniendo el mismo dibujo y haciendo melodías al unísono con el saxo para que las canciones sonaran más contundentes. “Esa estrella era mi lujo” tiene la particularidad de ser una de las pocas canciones en las que se puede escuchar la voz del guitarrista de forma natural en segundo plano, sin efectos.

A pesar de la insistencia de Skay para que el Indio metiera las voces a medida que iban terminando las partes instrumentales, el cantante prefirió dejar su tarea para el final. “[El Indio] Estaba muy nervioso”, contó Poli en una antigua entrevista con el periodista Claudio Kleiman. “Todos habían hecho lo suyo y él se preparaba, se preparaba, y cuanto más se preparaba más tenso se iba poniendo”. A diferencia de los discos anteriores, el Indio grabó la voz de una, sin doblarla, y en muy pocas tomas.

Por aquellos días en Parque Leloir, mientras los Redondos ajustaban los últimos detalles de la grabación, Luis Alberto Spinetta y Pappo pasaron a saludar a Gauvry, como hacían habitualmente, y se produjo un breve encuentro entre Solari y Spinetta. “Recuerdo que Luis apareció una tarde o noche y los presenté”, dice Gauvry. “Estábamos los tres afuera del estudio. Ellos conversaron un minuto, fue medio picante, hasta que Luis se fue. Unos días después apareció Pappo sin avisar, y le pregunté a los Redondos si lo podía dejar pasar, pero me dijeron que no porque estaban muy concentrados en lo suyo”.

Para el arte de tapa, Rocambole trabajó sobre la idea de la obra “Los fusilamientos del 3 de mayo”, del artista español Goya, a la que le agregó la figura de un hombre con gorra que, a través de una ventana, mira el cuadro. El primer título tentativo que manejaron para el disco fue Olor a tigre (nombre que tomarían para el documental que registraron ese mismo año), pero finalmente ¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado ganó la pulseada.

Más allá de algún inconveniente físico de Walter Sidotti, que venía de una reciente operación y por momentos le imposibilitaba tocar la batería con la característica fuerza que demostraba en vivo, el problema más importante de todo el proceso de grabación se produjo en el momento final de la mezcla. Las diferencias entre el resultado obtenido por Gauvry y lo esperado por el Indio y Skay generaron un momento de tensión. “Ellos estaban obsesionados por los arreglos, al sonido no le daban mucha bola -dice Gauvry-, y yo me había matado por lograr un sonido sucio, cavernoso, muy comprimido, con muchos agudos y graves, de un mundo del que ya no se podía volver porque la tecnología de aquella época no lo permitía. Lo único que me había dicho el Indio al momento de la mezcla fue que su voz estaba muy adelante, pero yo le decía que era el único cantante y no la podía meter atrás”.

Gauvry recuerda que, unas semanas después de entregar la mezcla, Poli lo llamó para decirle que querían hacerla de nuevo. “Fue como un baldazo de agua fría”, explica Gauvry. “Le recomendé que entonces lo mejor era que la hiciera otra persona, Mariano López, que trabajaba con Soda Stereo”.

En su biografía, el Indio confesó que la mezcla de Gauvry nunca terminó de gustarle demasiado, pero la que hizo después López le agradó mucho menos. Por eso finalmente decidieron quedarse con la primera. “Después de leer el libro del Indio estuve en su casa y le pregunté si al final mi mezcla le había gustado o no”, dice Gauvry. “Y me dijo que si no le hubiese gustado, jamás habría salido. Pero él tenía otra idea, quería sonar más pop porque creía que la cuota de rock la ponían ellos. Y reconoció que quizás pudo haberse equivocado, porque finalmente el disco les sirvió. Para haber sido grabado hace 30 años, creo que fue muy audaz. Tiene mucha personalidad y eso me gusta. En el arte hay que romper los lugares de confort y hacer cosas novedosas”.

Las dificultades de la época para conseguir la materia prima necesaria que requería la producción de una gran tirada de discos en vinilo hizo que la salida del álbum se retrasara hasta comienzo de octubre. Dos semanas después se presentaron en Satisfaction, donde en cuatro funciones reunieron a un total de 16.000 personas, y el desembarco del grupo en el hasta entonces resistido Estadio Obras, que retenía a los grupos durante un largo tiempo la recaudación, se convirtió en una necesidad indispensable. “Yo no dije eso que han puesto en mi boca tantas veces, de que no pensábamos tocar nunca ahí”, aclaró el Indio en su libro. “Lo esencial era que no nos cagaran, siendo productores independientes, para poder seguir haciendo la música que nos importaba: eso era lo primordial.”

El año de ¡Bang! ¡Bang!… terminó con un show multitudinario en el campo de hockey del club Obras, ante más de 25.000 personas, en un concierto caliente que finalizó con el escenario corrido un metro del lugar donde había sido montado y marcó la despedida de los Redondos del under.

Fuente: lanacion.com.ar