‘Psicosis’ de Gus Van Sant: un atrevido experimento pop que se revela como una joya incomprendida

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¿Es ‘Psicosis’ (1960), dirigida por Alfred Hitchcock, la mejor película de la historia? No me voy a meter a fondo en semejante fregado, pero sí que puedo asegurar fuera de toda duda que se trata de uno de los clásicos más revisables de la historia del cine: su modernísima estructura narrativa, lo perverso de sus interpretaciones y su mensaje, su estética blindada para no pasar de moda, lo icónico y matemáticamente rodado de todas sus secuencias, la multitud de detalles que se revalorizan con cada visionado…

Es decir, se trata de una película llena de significados deslumbrantes aún hoy, y de hecho muy recientemente el documental ’78/52′ desmenuzó a fondo solo la secuencia de la ducha. Una película que (como todos los clásicos, podría decirse, aunque todos sabemos que hay unos clásicos que envejecen mejor que otros) se presta al juego, a la reformulación. Es decir, es materia idónea para el planteamiento teórico de ‘Psicosis’ de Gus Van Sant, un remake comandado por un autor con una visión propia y criado en el cine independiente. Un autor perfecto para entender la naturaleza mutante y compleja del original.

Pero entonces… ¿qué falló? Desde su mismo anuncio, espectadores, cinéfilos y críticos se echaron encima de Universal clamando la futilidad, por no hablar de la vanidad, de rehacer un clásico absoluto como el de Hitchcock. Es posible que lo que Van Sant y Universal no tuvieron en cuenta fue precisamente la modernidad de ‘Psicosis’: la película original es igual de efectiva hoy día que en 1960, por tanto… ¿para qué molestarse?

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La respuesta de Van Sant (que quizás estaba de acuerdo con la raíz de esas quejas, lo que sin duda le envalentonaba aún más) fue siempre la misma: «Porque se puede». «Para ver qué pasa». Es decir… ¿por qué no? Pronto descubriría que el halo de impenetrabilidad de ‘Psicosis’ era mucho mayor de lo que él mismo había previsto, y que su atrevimiento sería castigado no solo con un clamoroso fracaso de taquilla (sesenta millones de presupuesto, treinta de recaudación), sino con un halo de malditismo que condenó al proyecto desde su propia concepción. Sin embargo, ‘Psicosis’ de Gus Van Sant es una película interesantísima.

El interés de Van Sant en ‘Psicosis’ puede rastrearse desde sus inicios como director: en 1979 recreó la escena de la ducha en una pieza cómica filmada para un grupo teatral de comedia llamado Our Lady of Laughter, y era una parodia con el anuncio de un champú llamado ‘Psycho Shampoo’ como excusa. Van Sant afirma que desde 1988 sabía que en Universal tenían una lista de películas de serie B disponibles para rehacer con medios actuales, pero claro, ‘Psicosis’ era intocable.

Todo cambió en 1997, cuando recaudó 225 millones de dólares con ‘El indomable Will Hunting’, una película que le valió la nominación al Oscar a Mejor Director… a partir de un presupuesto de solo 10 millones. Universal prácticamente le dio carta blanca para escoger un proyecto a su gusto, y Van Sant propuso rehacer uno de los clásicos indiscutibles de la casa sin tocar ni una coma de su guión, a modo de experimento.

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Conviene recordar que el propio Hitchcock no era ajeno al tema remakes: rehizo su propia obra con la fantástica segunda versión de ‘El hombre que sabía demasiado’, con James Stewart. Y volvió una y otra vez sobre temas recurrentes que le obsesionaban: del falso culpable a las dobles personalidades, pasando por la mentira, la mirada voyeurista o el sexo reprimido. La propia hija de Hitchcock habló con Van Sant cuando se anunció el remake para decirle que su padre estaría conforme con el remake, y posiblemente no iba de farol.

La propuesta de Van Sant

En cualquier caso, no hay que contemplar ‘Psicosis’ como un remake al uso, desde luego no en el mismo sentido que ‘Un crimen perfecto’ con Michael Douglas (según ‘Crimen perfecto’) o ‘La ventana de enfrente’ con Christopher Reeve (según ‘La ventana indiscreta’). ‘Psicosis’ de Gus Van Sant parte del guión original de Joseph Stefano (al que se contrató para que llevara a cabo pequeñas actualizaciones de su propio texto, como subir la cantidad de dinero que roba Marion) para, oficialmente, rodar la misma película. Pero el resultado es distinto.

Van Sant se da cuenta sobre la marcha, como se percata el espectador, que yo diría que se va sorprendiendo al mismo ritmo que Van Sant, que no por replicarlo todo tal cual sale la misma película. ‘Psicosis’ de Van Sant resulta ser peor que ‘Psicosis’ de Hitchcock… ¡por supuestísimo que lo es! Le falta el espíritu transgresor genuíno, el ritmo calculadísimo, el sentido del riesgo natural y nada forzado de la película del 60, la matemática sutilísima de las interpretaciones. Y ese es su auténtico valor: de forma nada discursiva ni intelectualizada, con un ejemplo claro y directo (la película que se despliega ante tus ojos), ‘Psicosis’ de Van Sant te demuestra que el arte no es replicable, no es industria, no es imitable. Cada creación es única, hija de su tiempo y de su autor, y Van Sant usa todas las armas de una major para crear el mejor ejemplo posible.

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¿Es entonces ‘Psicosis’ un aparatoso error que nosotros, veinte años después, reinterpretamos para darle el «mensaje» que nos conviene? No exactamente, porque Van Sant no es tan torpe ni tan inocente, y para empezar pone en pie su obra con la ayuda de una serie de autores con su propio criterio creativo: Pablo Ferro imitó los títulos de crédito originales añadiéndoles color, pero no era un cualquiera: suyos son los de ‘Telefono rojo, ¿volamos hacia Moscú?’ de Kubrick. Rick Baker recreó la momia de la madre de Norman. Danny Elfman reinterpretó la mítica banda sonora de Bernard Herrmann, y el músico experimental Wayne Horvitz diseñó el sonido. En uno de los cambios más notables y directos, el guitarrista Bill Frisell reinterpretó la melodía para los créditos finales.

Y por encima de todos, el extraordinario director de fotografía Christopher Doyle, famoso por sus colaboraciones con Wong Kar-wai. Doyle llevó a cabo una impecable labor de actualización de la fotografía en blanco y negro original inyectando a las imágenes una vida renovada y otorgándoles nuevo significado. Por ejemplo, la luz blanca del baño donde muere Marion adquiere un valor casi sobrenatural, como una zona apartada del mundo. El resultado es una de las películas más vibrantes en lo visual de la década de los noventa, lo que no deja de ser sorprendente teniendo en cuenta su naturaleza.

¿Qué quiere decir esta retahila de nombres propios? Que Van Sant podía no prever el subtexto de su película (que te pongas como te pongas, ‘Psicosis’ solo hay una), pero no fue tan inocente de querer hacer simplemente una réplica: en el equipo del que se rodeó hay una intención autoral, como la hay en la elección del casting, el detalle de este remake que sin duda más lo distancia de la película de Hitchcock. Y es ahí donde podemos ver con más claridad qué hace genuínamente especial a este peculiar experimento.

La importancia de llamarse Norman Bates

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Todos conocemos ‘Psicosis’. Sabemos de qué va. Podría decir «cuidado, spoiler», pero a quién quiero engañar, estamos todos al tanto: Norman Bates mata en la mitad inicial del metraje a la aparente protagonista de la película, Marion Crane, que ha huido tras robar una gran cantidad de dinero de su jefe. Aparentemente ha sido la madre de Norman, pero en realidad la madre está muerta: Norman toma su personalidad para castigar los deseos de la carne que no puede gestionar con normalidad.

Aquí son Anne Heche y Vince Vaughn quienes dan vida a Marion y Norman. La primera otorga un punto antipático a la protagonista, no deja que nos encariñemos con ella y subraya con sus gestos ariscos lo impulsivo y estúpido de su robo. Vaughn es mucho más agresivo que el Norman Bates de Anthony Perkins: aquel era un muchacho apocado, tímido; éste mantiene una relación mucho más agresiva con Marion, a la que desea sexualmente de forma abierta. Lo mismo le sucede con su madre, a la que ataca y defiende de forma mucho más ácida, incluso cuando toma su personalidad. Todo lo que en Perkins eran movimientos suaves que sugerían un subconsciente femenino, en el caso de Vaughn se convierten en gestos agresivos de una personalidad dividida. Por no hablar de la obvia y directa escena de la masturbación, otro de los cambios menos sutiles de la película.

Esto sucede porque Heche, Vaughn y Van Sant conocen la película original, y no pueden evitar reinterpretarla (les pasa también a Viggo Mortensen y a Julianne Moore, no tanto a William H. Macy). Es decir, no pueden, ni posiblemente quieren, evitar que su creación sea un comentario acerca de ‘Psicosis’. Saben que sabemos que Marion va a morir, y por eso no se molestan en hacerla empática para el espectador, porque no va a servir de nada. Saben que sabemos que Norman es el asesino, y por eso no hay que otorgarle un disfraz inofensivo para engañarnos, puede comportarse como se comportaría alguien capaz de cometer actos tan terribles. ‘Psicosis’ de Gus Van Sant conoce el significado de la película original, y la replica desde ese punto de vista.

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Veámoslo de esta manera: ‘Psicosis’ de Van Sant es similar a lo que sucedería si alguien lee el ‘Quijote’, lo memoriza y se lo da a leer a otra persona. Y entonces, una vez este segundo lector ha acabado, el primero recita lo que recuerda. Por una parte, el contenido original se verá modificado por su propia memorización, y por otra, por la experiencia lectora de la segunda persona. Se trata de un conglomerado de visiones, reformulaciones, reinterpretaciones… lo de menos es que alguien haya sido capaz de memorizar el ‘Quijote’. Es una proeza, sí, pero, ¿es lo único a lo que merece la pena prestarle atención?

‘Psicosis’ de Gus Van Sant es un artefacto interesante, primero porque su propia existencia replantea la idea de los clásicos como vacas sagradas. ¿Tan intocables son? ¿Por qué ‘Psicosis’ no y otras películas del mismo autor y la misma época sí? ¿Quién dibuja la línea roja de lo «intocable»? Pero sobre todo es interesante porque funciona como reflexión acerca de nuestro papel activo como espectadores, que va más allá de un mero sentarse a consumir una película. ‘Psicosis’ de Gus Van Sant es como es porque sabe que ya hemos visto la versión de Hitchcock, y eso, pese a replicar plano a plano la original, la transforma en direcciones imprevistas.

Van Sant nos cuenta que el espectador es lo que realmente construye, potencia y da valor a una obra maestra. Nada mal para una película cuyo único valor, en teoría, era que calcaba un clásico…