El contraste entre la calle y la pasarela es cada vez mayor. Las tallas de la gente corriente crecen para adaptarse a cuerpos más anchos, mientras los atuendos de las modelos son cada vez más estrechos. Algunas gráficas como prueba.
Tallas cada vez más grandes.
Misses cada vez más delgadas.
Sobrepeso en la calle e infrapeso en la pasarela.
En 2004, Dove lanza su famosa campaña para denunciar esta situación. Propone ampliar los estrechos cánones de belleza y romper con la tiranía de esta delgadez extrema. Defiende a una mujer real, cuyo atractivo no se deteriora por unos kilos de más. La belleza viene en múltiples formas y tamaños.
¿Funcionó? Como estrategia de marketing, desde luego. Sus ventas se dispararon y sus videos se viralizaron.
Pero un artículo de investigación reciente, titulado “El (irónico) efecto Dove“, cuestiona su aporte a la sociedad. Tras analizar varios estudios, los autores sugieren que “si los cuerpos grandes se consideran más aceptables socialmente, la gente demuestra menos motivación para adoptar hábitos saludables y consume mayores porciones de alimentos perjudiciales“.
Tiene sentido. Los humanos somos seres sociales, miramos al grupo para guiar nuestro propio comportamiento. En este sentido, la obesidad es contagiosa (estudio, estudio).
Más allá de la publicidad…
Si la extrema delgadez en mujeres y los músculos imposibles en hombres son el objetivo al que aspirar, el resultado es frustración y ansiedad cuando chocamos con la realidad.
Pero la solución no es irnos al otro extremo y normalizar la obesidad (aunque sería el sueño de la industria alimentaria, los estómagos grandes son más rentables). Los argumentos de los que apoyan esta normalización pretenden evitar la estigmatización social, un objetivo que comparto, pero creo que hay un mejor camino.
El argumento que quiero desarrollar es que la respuesta social actual es equivocada. La sociedad es muy tolerante con los entornos poco saludables pero es muy cruel con las personas que sufren las consecuencias.
Intentaré explicar por qué debemos hacer justo lo contrario: aceptar a las personas pero ser crueles con el entorno.
La sociedad acepta (fomenta) malos hábitos…
Cualquier esfuerzo por mejorar tus hábitos es resistido por el entorno.
Muchos niños empiezan el día con Cola Cao, cereales y zumo, siguen con bollycao a media mañana y con galletas en la merienda. Para completar la faena, yogures de sabores como postres de comida y cena. Esto viene a representar cuatro veces más azúcar que el máximo recomendado por la OMS, sin contar el resto de problemas de los alimentos industriales. Pero es socialmente aceptado. Casi un 50% de sobrepeso infantil no nos alarma.
Sin embargo, si los padres preparan a sus hijos huevos para el desayuno, les dan fruta para el recreo y dejan los lácteos azucarados para momentos señalados, pareciera que están cometiendo maltrato. Son considerados los raros.
Si tomas la decisión de desterrar los alimentos ultraprocesados y basar tu alimentación en comida real, te mirarán como a un talibán. Te enviarán artículos donde explican los peligros de la ortorexia.
En resumen, la sociedad no solo acepta, sino que fomenta, hábitos perjudiciales. Sin embargo, aquellos que ganan más peso del permitido reciben su castigo.
… pero la sociedad castiga a los obesos
Para la mayoría, la obesidad es un problema de disciplina: el exceso de peso refleja un déficit de voluntad.
Si no tienes voluntad para adelgazar tampoco la tendrás para trabajar o cumplir tus compromisos. A mayor obesidad asumimos menor capacidad. Es un hecho, estigmatizamos a los obesos (estudio, estudio, estudio).
Algunos creen que esta especie de “presión social” puede animarles a cambiar, pero suele producir el efecto contrario: más sufrimiento, más aislamiento social y más refugio en la comida (estudio, estudio).
¿Quién es culpable de la obesidad?
No estoy diciendo que las personas no tengan control sobre su situación. Nuestras decisiones impactan nuestros resultados, pero esas decisiones están muy influenciadas a su vez por el entorno. La obesidad es un problema muy complejo.
Nuestra fuerza de voluntad no ha cambiado en los últimos 50 años, y sin embargo la obesidad se ha disparado. Claramente el culpable principal no es un colapso de la disciplina a nivel global, sino un cambio radical del entorno.
En el fondo, la obesidad es un problema de mismatch, de incoherencia entre nuestra programación genética y nuestro entorno.
Nuestros genes están programados para comer más y moverse menos. Cualquier otra estrategia evolutiva hubiera significado una corta vida. Nuestros ancestros debían asegurar que el gasto que hacían para obtener su comida era menor que la energía obtenida (detalle).
En el entorno moderno, el gasto necesario para obtener alimentos tiende a cero, y la comida es cada vez más energética pero menos saciante. En este escenario, los genes de Homo Sapiens se transforman en Homer Simpson.
En resumen, culpar a alguien por su obesidad es como culparle por sus genes (o el embarazo de su madre, su microbiota o su cerebro). En gran medida no es una decisión consciente.
Debemos aceptar a las personas y estigmatizar al entorno.
Estigmaticemos el entorno
Dejemos de culpar a las personas y empecemos a culpar (y cambiar) el entorno obesogénico que nos rodea. Algunas ideas para empezar a estigmatizar:
- Asociaciones de salud que avalan productos poco saludables a cambio de dinero (ejemplos).
- Universidades que venden sus espacios para cátedras de la industria alimentaria (ejemplo).
- Hospitales que ofrecen galletas y bollería en las comidas o tienen máquinas de vending cargadas de basura (ejemplos).
- Deportistas que patrocinan nocilla y patatas fritas (ejemplo).
- Profesionales pagados por la industria para divulgar ciencia sesgada (ejemplo).
- Gobiernos que promueven campañas para fomentar hábitos saludables, pero dirigidas por las empresas que las financian (ejemplo, ejemplo).
- Y una larga lista adicional, pero este sería un buen punto de partida.
Es difícil, pero se ha logrado antes. Hace 60 años fumar era socialmente aceptable. Los médicos anunciaban tabaco y se vendían cigarrillos en los hospitales. Se podía fumar en los aviones y los profesores lo hacían en la clase.
Actualmente esto sería impensable. En consecuencia la tasa de fumadores se ha reducido drásticamente (detalle).
El guión de actuación de Big Food es una copia del seguido por Big Tobacco (detalle). Debemos usar por tanto las mismas estrategias de defensa.
No podemos mirar hacia otro lado mientras la obesidad sigue aumentando. No culpemos a nuestros genes de un problema ocasionado por nuestro entorno. Cambiemos el entorno.
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