La transformación del trabajo está sobre la mesa tanto en Europa como en Asia, aunque lo que ocurre en cada lado del mundo parece sacado de universos paralelos. En España, el modelo híbrido de jornada laboral, una mezcla de teletrabajo y presencialidad avanza con paso firme, mientras que en China ha surgido una tendencia que muchos calificarían de surrealista: personas que pagan por «ir a la oficina y fingir que trabajan».
En España, el debate sobre la jornada híbrida ha dejado de ser una promesa para convertirse en algo real. Según un artículo de El País, el teletrabajo ya alcanza cifras récord, y el modelo híbrido se perfila como la forma predominante: el 15,4 % de los empleados trabajan desde casa al menos de forma ocasional, combinando días en remoto con días en oficina.
Las empresas han aceptado que obligar la presencia cinco días a la semana ya no tiene sentido para muchas actividades, y los trabajadores lo agradecen. Pero, ojo: no todo es coser y cantar. Si bien la jornada híbrida promete varios beneficios como una mayor satisfacción del empleado, reducción de desplazamientos, mejor conciliación, incluso algún que otro ahorro para la empresa.
En otras palabras, España está en plena transición hacia un modelo más flexible pero aún con las zapatillas atadas al suelo de la oficina.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, en China, la escena laboral hace un plot twist radical: un negocio que parece sacado de la imaginación se está expandiendo. Oficinas donde no se trabaja y donde se paga por «parecer que trabajas». Compañías que ofrecen escritorios, wifi, café y almuerzo por entre 30 y 50 yuanes (unos 4 a 7 dólares) al día para que los desempleados o personas ajenas al ámbito laboral de la oficina puedan «ir a trabajar» sin tener un empleo real.
Pero hay más aún: algunos de estos espacios crean tareas ficticias, supervisores controlando, e incluso escenificaciones de rebeldía contra el «jefe».
El origen del fenómeno
En China, la combinación de una tasa de desempleo juvenil elevada por encima del 15 % para edades de 16 a 24 años y una fuerte presión social para tener un empleo estable, ha generado un mercado de «oficina simbólica». En otras palabras, para muchos, la apariencia de trabajar se vuelve más soportable que la realidad de estar sin empleo y tener que explicarlo.
Y con 4 a 7 dólares al día, «ir a la oficina» parece, al menos para algunos, la solución híbrida invertida: remoto de empleo real, presencial de simulacro.
El contraste entre los dos países no es solo geográfico, es de mentalidad y de función. En España, la digitalización y la confianza están permitiendo que el trabajo se libere de la oficina, se afloje el traje tradicional de 9 a 5 y se busque flexibilidad razonable. En China, el modelo laboral oficial no cambia tanto como la ilusión de que lo hace: si no puedes tener empleo, al menos puedes «vivir» el empleo.
Para España, las lecciones están en la gestión del cambio: acompañar al talento, formar a los mandos para liderar en remoto, establecer políticas claras y asegurar que la tecnología y cultura empresarial estén alineadas. Para China, la señal de alarma es más profunda: cuando el empleo real es tan difícil que pagar por simulacros tiene sentido, algo grave está pasando en el mercado laboral y en el tejido social.
En los dos casos, la jornada presencial se replantea: donde antes «estar en la oficina» era sinónimo de compromiso y trabajo, ahora puede ser flexibilidad, o incluso ficción.
Foto de Gatot Adri en Unsplash
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