Los acuerdos de Minsk, un fallido proceso de paz para resolver la crisis en Ucrania

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Telam SE

Las tensiones, amenazas y desmentidas que en los últimos días coparon la agenda internacional por la crisis en la relación entre Rusia y Ucrania -alguna vez repúblicas hermanas en lo que fue la Unión Soviética- se originan, básicamente, en una situación conflictiva relacionada con regiones prorrusas que quedaron en territorio ucraniano y que no pudo ser resuelta por un acuerdo de paz firmado hace ya siete años.

Aquel armisticio, que en principio logró poner fin a diez meses de guerra en el este de Ucrania, se firmó en 2015 en Minsk, la capital de otra antigua república soviética, Bielorrusia, y fue el segundo intento de lograr la paz en la convulsa región del Donbass, luego de que fracasara un entendimiento similar alcanzado un año antes.

Los dos proyectos de paz fueron impulsados por los mismos actores, el denominado Cuarteto de Normandía: Rusia, Ucrania, Francia y Alemania, que en este comienzo de 2022 se encuentran con que cayeron en letra muerta y jamás se cumplieron, o al menos no al punto de garantizar la paz en la región.

Según cifras de la ONU, desde 2015 a la fecha unas 14.000 personas murieron a causa del estado de violencia latente que sobrevivió a los pactos.

En esencia, los acuerdos firmados en Minsk suponían que las autoridades ucranianas se comprometían a reformar la Constitución para conceder una amplia autonomía a Lugansk y Donetsk –las dos ciudades rebeldes de amplia mayoría rusoparlante-, así como la celebración de elecciones locales en ambas regiones.

A cambio, Moscú aceptaba retirar a sus tropas y armamento de la zona. Desde entonces, la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europea (OSCE) supervisa un frágil alto el fuego, vulnerado cada tanto por escaramuzas varias, en general con muertos de ambos bandos.

«Los temores del Gobierno de Rusia pasan básicamente por la posibilidad de que Ucrania se incorpore a la OTAN, y esa desconfianza se tradujo en una movilización masiva de efectivos y pertrechos militares a la frontera»

La primera piedra en el camino la encontró el presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, que en el intento de darle autonomía a las región del Donbass chocó con violentas protestas callejeras y durísimos debates en el Parlamento. Los acuerdo de Minsk contaban con apenas 12% de aprobación ciudadana.

Entonces, Rusia pasó de ser uno de los países garantes del acuerdo a proveedor de dinero y de militares a las milicias prorrusas bajo la justificación de que el Ejército ucraniano se había rearmado, probablemente con apoyo exterior, para acallar las voces independentistas.

Con la suba de la tensión entre prorrusos –apoyados por Moscú- y ucranianos apareció en escena un nuevo-viejo actor: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la alianza militar de occidente que se creó para enfrentar a la Unión Soviética pero no se desarticuló cuando el bloque socialista dejó de existir.

Los temores del Gobierno de Rusia pasan básicamente por la posibilidad de que Ucrania se incorpore a la OTAN, y esa desconfianza se tradujo en una movilización masiva de efectivos y pertrechos militares a la frontera que hacen sospechar a Estados Unidos y algunas potencias europeas que una invasión a Ucrania es prácticamente segura.

El día a día en el conflicto está marcado ahora por decenas de declaraciones de unos y otros, muchas veces reiterativas y al mismo tiempo contradictorias, mientras las poblaciones civiles tanto de la zona del Donbass como del resto del territorio ucraniano temen lo peor.

El presidente ruso, Vladimir Putin, ha insistido en que no tiene intención alguna de invadir a su vecino, pero no está satisfecho con que ni Estados Unidos ni ninguna otra potencia de occidente le presentó aún sobre la mesa un compromiso escrito de parte de Ucrania de que no será parte de la alianza atlántica.