Es complejo calibrar el éxito de ‘Batman’ de Tim Burton dentro de la cultura pop, pero quizás una sencilla comparativa de cifras nos permita hacernos a la idea: costó 40 millones de dólares, recaudó más de 400. A nivel industrial, redefinió la importancia del primer fin de semana en taquilla, acortó la ventana del vídeo doméstico y asentó la idea de merchandising (¡y de hype!) que tenemos en la actualidad. Y a nivel creativo, demostró a los estudios que quizás en sus catálogos de viejas glorias estaba el éxito que llevaban años buscando.
De ahí la obsesión por encontrar el «siguiente Batman» que asoló los estudios. Series como ‘Flash’ o ‘Lois y Clark: Las nuevas aventuras de Superman’ intentaban aprovechar el filón de los héroes DC, mientras que, quizás espoleados por los orígenes de Batman como un héroe de cómic inspirado en la literatura pulp (ficciones publicadas en la primera mitad del siglo XX en revistas muy baratas), se sucedieron adaptaciones como ‘Dick Tracy’, ‘Rocketeer’, ‘The Phantom: El hombre enmascarado’ o esta ‘La Sombra’ (‘The Shadow’), de 1994, quizás la más afín en estética a la película de Burton.
La estrategia de Universal está clara en su intento de emular a Batman. Es sencillo, ya que el personaje del Hombre Murciélago está claramente inspirado en el personaje original de La Sombra, nacido de la imaginación de Walter B. Gibson en 1930: Lamont Cranston (Alec Baldwin) es, como Bruce Wayne, un playboy despreocupado que entre fiesta y fiesta vive una doble vida como justiciero. Uno que se aprovecha de que los villanos son tontos supersticiosos que les temen a las sombras, moviéndose entre ellas y aprovechando la ominosa arquitectura art-decó de una Nueva York llena de penumbra y callejones.
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El origen de los poderes casi sobrenaturales de Cranston (puede nublar la mente a sus enemigos y hacerse casi invisible, a excepción de su sombra) está en una temporada que pasó como implacable traficante de Opio en Oriente, hasta que fue entrenado por un monje budista para hacer el Bien. Y tiene chófer. Como se ve, un batiburrillo de elementos que en la película están claramente inspirados en distintas versiones de Batman (sobre todo de las iniciales de los años cuarenta, cuando era casi un vengador implacable), pero con su propia y oscura dimensión.
La Sombra sabe
Como imitación de Batman, ‘La Sombra’ lo hace regular (posiblemente, de ahí su fracaso en taquilla, a partir de un presupuesto similar): con muchos menos medios y apretándole las tuercas al humor descocado, a las soluciones de guión tronadas, a los secundarios excéntricos y al ser muy consciente de que hay graves problemas en tomarse en serio la idea de la gente que se enmascara para hacer el bien por la ciudad. Pero cuando encuentra su propia personalidad y pasa de ser un imitador (¡una sombra!) a abrazar sus propios orígenes pulp, la cosa va sobre ruedas.
Y ese abrazo se produce a través de una filosofía totalmente desprejuiciada, que encadena elementos de aventura exótica (un discípulo de Genghis Khan) con comedia muda (una bomba esférica dando tumbos por las escaleras de un hotel), pasando por los inevitables toques macabros (la muerte en el Empire State Building, graciosísima si no fuera tan terrible) o las ideas de bombero, de purísima novela barata de aventuras (hipnotizar a una ciudad entera para esconder una guarida a plena vista). Lo inaudito es que el batiburrillo funciona a buen ritmo, porque la película nunca se pasa de lista y sabe tomárselo todo con un punto de ironía y otro de solemnidad.
Pero es que además, ‘La Sombra’ ofrece un buen surtido de delicias extra que demuestran que sus dos artífices principales han disfrutado en el trayecto: el guionista David Koepp, por entonces triunfando con el guión ya estrenado de nada menos que ‘Parque Jurásico’ (‘Jurassic Park’) y, ese mismo año, el de ‘Mission: Impossible’. Y también Russell Mulcahy, en la que posiblemente es su mejor película: el director de ‘Los inmortales’ (‘Highlander) no siempre ha dado en el blanco, pero cuando está entonado (ésta, la tremenda ‘Resurrección’, ‘Resident Evil: Extinción’ o la reciente ‘Give’em Hell Malone’), hila bastante fino.
El resultado va más allá de lo esperable en una simple adaptación de un clásico semi-olvidado de la cultura pulp de los años treinta (y no sólo: su fama fue tan grande que protagonizó seriales radiofónicos, adaptaciones cinematográficas y comics): la banda sonora de Jerry Goldsmith es épica y contiene uno de los mejores temas principales de su carrera, actores como Tim Curry, Ian McKellen y John Lone están divertidísimos, y hasta los efectos especiales son apropiadamente nostálgicos (salvo el horrendo CGI de la daga voladora, pero a estas alturas podemos disculparlo).
Es cierto que hay algunas soluciones de guión algo traídas por los pelos: algunos de los poderes de La Sombra, entre ellos el de cambiar extrañamente de aspecto, parece que están solo para cubrir el expediente. Y habría sido de esperar más Sombra y menos Cranston. Pero al final todo queda supeditado a una devoción por la montaña rusa de emociones sin mirar atrás que funciona muy bien. Hasta la absurda relación entre Cranston y su némesis, que no transpira peligro en ningún momento, funciona a favor de ese tono pulp, y la imponente y algo descreída presencia del vozarrón carcajeante de Alec Baldwin consigue darle cohesión a esta joyita.