Mar Chiquita quiere ser el parque nacional más grande del país

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Es una de las lagunas saladas más extensas del mundo que convoca una gran diversidad de aves en sus agotadoras migraciones. Toda esta porción del noreste cordobés -alrededor de 700.000 hectáreas- va camino a ser declarado parque nacional y será el mayor de la Argentina.

Una bandada de patos gargantilla sobrevuela la laguna. Fuente: Lugares – Crédito: Pablo Rodríguez Merkel

Mar Chiquita es el nombre de la laguna. La laguna, tan grande hasta donde la mirada logra abarcar, se antoja ilimitada, como el mar. Y como el mar, el agua es salobre o, según las circunstancias, saladísima. Conclusión: laguna por tamaño, mar por salada y, por breve, lo dicho. Mar Chiquita. La gente de la región se refiere a esta superficie acuática de 660.000 holgadas hectáreas como “la mar”. La mar esto y la mar aquello.

Los recién llegados en los albores del siglo XX, italianos y alemanes, se afincaron a su vera y sobre la orilla sur. Para finales de 1910, de los sanavirones que habitaban estos pagos no quedaba uno y dizque los colonos “se encargaron de correrlos”. A partir del 18 de noviembre de 1924, fecha legal de la fundación de Miramar rubricada por Roca, el incipiente enclave se soñó próspero, y como tal creció. El pejerrey despertó la afición por la pesca y su consumo, el campo se planteó como recurso económico inevitable, y quienes vieron el potencial turístico no lo dudaron. La oferta hotelera superó el centenar de opciones, e incluso hubo deslumbramientos que se imaginaron inmarcesibles, como los del Grand Hotel Viena, sinónimo de buena vida con baños de barro y sal que eran un derroche de efectos benéficos. Felices aquellos que rindieron culto a la fangoterapia cinco estrellas en esa Córdoba oriental y norteña que, no sería serrana, pero se daba el lujo de tener salida a un mar propio.

El tanque de agua del Gran Hotel Viena. Crédito: Pablo Rodriguez Merkel

¿Qué sucedió con ese esplendor? Sucedieron las grandes crecidas. En 1978, miles de hectáreas quedaron bajo agua, y los dos súper hoteles que se afirmaban en la costa, el Viena y el Miramar, sufrieron las consecuencias. Fue devastador.

Con 81 km de norte a sur por 96 km de este a oeste, y una profundidad promedio muy variable, Mar Chiquita es la cuenca cerrada más grande de la Argentina, el mayor lago salado de Sudamérica y el quinto del mundo, si bien su tamaño puede modificarse según las circunstancias climáticas. A fines del siglo XIX, los niveles eran bajos. En el siglo siguiente, la aparición de los diques -en 1920, San Roque; en el 40, Los Molinos, y en el 70, Termas de Río Hondo- profundizó el problema. En 1951 fue sequía total; la depresión había quedado sin agua, absolutamente vacía. “A caballo se la cruzaba, pasaban los carros, la mar había desaparecido”, cuenta Matías Michelutti, al frente de una empresa familiar que ofrece servicio de excursiones en la laguna. A partir del 76 sucedió el fenómeno a la inversa: a las crecidas del Dulce, se sumaron los efectos de la corriente del Niño. En el 78, la laguna pasó de dos mil kilómetros cuadrados a cinco mil. “Los habitantes perdieron el campo; sus abuelos, el hospedaje”, añade Matías, 35 años, casi biólogo. Y señala que “en 2004 se estudia geológicamente la zona”.

Hoy, Miramar ocupa un lugar clave en la oferta turística de Córdoba: cada verano convoca locales y vecinos de Santa Fe. No son los únicos; fotógrafos, birdwatchers, científicos y amantes de los espacios naturales se dejan ver por acá, atraídos por la gran concentración de aves. Mar Chiquita, también llamada de Ansenuza, es punto de encuentro de millares de flamencos que en sus largas migraciones llegan hasta aquí en busca de su alimento esencial: la Artemia franciscana, minúsculo crustáceo propio de ciertas aguas saladas.

Hembra de Martín Pescador en la laguna de Mar Chiquita. Fuente: Lugares – Crédito: Pablo Rodriguez Merkel

A CAMPO MARE

Somos un grupo de seis. Matías, nuestro faro en esta salida náutica; Andie Filadoro, ingeniera agrónoma, coordinadora del programa Tierras en Córdoba para Aves Argentinas; el biólogo y ornitólogo Walter Cejas, del ente provincial Agencia Córdoba Turismo; Dante Piovano, propietario rural, vecino de Balnearia y apasionado del birdwatching; Pablo, el fotógrafo, y quien suscribe. Mientras nos dirigimos a Campo Mare, no se habla de otra cosa que del atajacaminos rescatado durante la navegación. Quizás un ave rapaz pudo haberlo sorprendido y en su huida voló hacia el camino equivocado. Para cuando llegamos a destino, al suroeste de la laguna, su suave y moteado plumaje ya está seco, pero el cansancio persiste; le damos de beber agua, lo tenemos en observación hasta que empieza a dar señales de querer reanimarse. La oscuridad es su aliada y a partir del atardecer sale a cazar insectos voladores de buen tamaño. Lo dejamos junto al monte que bordea el barranco, a la sombra y en el suelo, entre la hojarasca, que es donde habita y anida, mimetizado.

Colores crepusculares sobre la laguna, en Campo Mare. Fuente: Lugares – Crédito: Pablo Rodriguez Merkel

Campo Mare es una propiedad privada; da fe el maíz que prolifera más allá del barranco, delimitado por un alambrado. Abajo, la playa es una calma apaisada que se despereza e invita a la caminata. Aguas adentro, brillan, resecas e irregulares, las siluetas de lo que alguna vez fueron árboles, quizás arbustos; hasta ahí llegaba la laguna antes de 2003, cuando el nivel volvió a subir. Nuestros pasos van dejando huellas efímeras sobre el limo mórbido. Andamos como quien busca, la vista clavada en el suelo, algún tesoro varado. Por donde se mire se multiplican las evidencias de un pasado abundante de almejas, almejitas, caracoles, caracolitos, la nívea blancura de las osamentas que van dejando las aves, una oda al carbonato de calcio.

LOS PUEBLOS DE LA MAR
Miramar tiene sus íconos. El primero, la Colonia Müller. Luego, el Grand Hotel Viena, que empezó a funcionar dos años después de iniciada su construcción (1941-1947); le siguió el Hotel Alemán -hoy renombrado Punta Encanto- y, en cuarto lugar, la Capilla San Antonio, donde los padres franciscanos croatas albergaron a los hijos huérfanos de la Segunda Guerra Mundial. Esta localidad y las otras poblaciones, que despuntaron un poco más tierra adentro, conforman un mapa regional que las hermana en una identidad propia: la región de Ansenuza. La promesa de un futuro parque nacional despertó el interés en cada una y todas se preparan para una nueva forma de vida, inspirada en el turismo.

Relax junto a la laguna, en la costanera de Miramar. Fuente: Lugares – Crédito: Pablo Rodriguez Merkel

Al salir de Miramar, no importa cuál dirección se tome, siempre hay que pasar por Balnearia (12 km al sur) donde, a partir de 1911, ya se podía llegar en tren. Balnearia es el nudo de un cruce de caminos que, por la RP 17, conduce a Altos de Chipión (al este), a Marull (al oeste) y, de aquí, a La Para.

La Para tiene su pequeño museo regional, como cada uno de los pueblos de esta región. En los antiguos galpones del ferrocarril se refugia una fauna de proyección jurásica en tamaño macro, destinada a ornamentar el futuro parque pleistocénico que habrá de funcionar en el lugar del museo del Trabajo. Pero lo que importa en este pueblo de unos cinco mil habitantes es el reciclado de desechos, compromiso vigente hace más de 25 años. Un riguroso Ariel Toledo, Secretario de Ambiente, muestra los resultados en el Parque Agroecológico; huertas fértiles y áreas de plantines por un lado y, por otro, la transformación del plástico, esa pesadilla del siglo XX que no afloja, en ladrillos de probada eficacia.

El pequeño arcón de los deseos que se guarda en el museo de La Paquita. Fuente: Lugares – Crédito: Pablo Rodriguez Merkel

En 2011, La Paquita cumplió un siglo y lo celebró con la reinauguración del museo Remembranza, devenido en histórico, con sede en la ex estación ferroviaria. Y como corresponde a su condición, alberga las memorias pretéritas previsibles en estas ruralidades minifundistas: útiles de labranza y de la vida cotidiana, mobiliario de época, entre otros íconos evanescidos. Aquí se guarda una suerte de cofre, cuyo contenido llena de orgullo a las fuerzas vivas de La Paquita. que no se develará hasta 2111. No es metáfora: dentro de cien años este arcón de los deseos, pergeñado por las instituciones del pueblo, será abierto para que sus habitantes sepan qué se espera de ellos. Y que el cielo proteja pendrives y CDs que ahí dentro guardaron, porque deberán sobrevivir a su propia e insoportable brevedad y a los sistemas de lectura del futuro.

Cunde la buena energía en La Paquita. En El Bajo, Rosanna Pussetto y Ángel Omar Maranzana se preparan para organizar paseos en sulky y a caballo. Este programa puede completarse con una opípara merienda en La Rosa Amarilla, establecimiento rural de Estela Gavotto en manos de su hija Melisa Ghersi.

Máscara, de Ana Mazzoni, en el museo regional de Morteros. Fuente: Lugares – Crédito: Pablo Rodriguez Merkel
Morteros está cerca de la frontera santafecina, pero cabe dentro del área de la laguna a la que se vincula por un acceso directo y de la que la separan escasos 20 km. Loable ejemplo de comunidad rural productiva, su fortaleza económica es la industria láctea; en toda la cuenca hay mil tambos, con una producción diaria de dos millones de litros de leche. Gustavo Despontin la dignifica con la elaboración de los helados más famosos del norte cordobés y sus amplios alrededores. Polo es la empresa familiar que inició su abuelo, su padre consolidó y él amplió. A mediados del siglo pasado, Morteros tuvo su fábrica de aviones que hasta se exportaron a Brasil. En el presente, un activo aeroclub propone sobrevolar la laguna.

MONTE Y PASTIZAL
Próximo objetivo: La Rinconada, severa realidad que se detecta al norte del vasto espejo de agua salada y más allá, en pleno humedal del río Dulce. Entre La Posta y Las Arrias el monte se hace visible a despecho de los cultivares, amenaza latente de los ecosistemas. Otros cucos los acechan: la quema sistematizada, la ganadería, la caza furtiva que se practica sin necesidad de esconderse y a menudo inducida por los mitos que, llegado el caso, costará desactivar.

En el terreno de atrás de una casa explota una abigarrada plantación de tunas, jardín inverosímil de espinas idas en vicio. ¿Para qué tanta tuna? Pregunto. “Para hacer arrope de tuna”, responde Andie, “una tradición local”.

El museo de Las Arrias, en la antigua estación, está cerrado. Después vuelve el monte, el polvo del camino, los quebrachos blancos, el mistol. Los palos de luz soportan nidos inverosímiles de cotorras en innumerable cantidad. El monte va cediendo lugar al pastizal y aparece el espartillo, acá de uso habitual para forraje. “Señal de que ya estamos bien en el norte”, advierte Andie. Es el camino que va de Sebastián Elcano -dominio agrícola- a La Rinconada, que es zona de bañados, característico de los bañados del río Dulce. Agua por acá y por allá, pero la que se acumula a los costados del camino es salada, no sirve: aflora del suelo. Bandadas de tantas aves matizan la quietud del llano húmedo. A unos 50 km de La Rinconada ya es Santiago del Estero.

Atardecer en el monte de La Rinconada. Fuente: Lugares – Crédito: Pablo Rodríguez Merkel

Cuando la represa que está ahí nomás, a pasos del caserío, tiene agua, la gente se siente rica. Y eso que el agua de ahí nomás no llega a domicilio, es preciso acarrearla. Pero con la seca, que puede durar meses, el agua es una entelequia.

En La Rinconada, la mañana límpida registra aleteos del pato gargantilla, de los cuervillos, de las garcitas, de los teros, del cutirí, del jote cabeza colorada, del macá común. Un paraíso para ornitólogos y aficionados.

PARQUE NACIONAL A LA VISTA
Mar Chiquita se formó hace unos 50.000 años como consecuencia de una falla geológica que, a modo de dique, contuvo las aguas del río Dulce. Es una laguna endorreica, o sea, una cuenca cerrada cuyo nivel se reduce sólo por evaporación y crece según el régimen de lluvias, más el aporte, en este caso, de los ríos Primero (o Suquía) y Segundo (o Xanaes) de Córdoba, y sobre todo del río Dulce.

Flamencos en vuelo sobre la laguna. Fuente: Lugares – Crédito: Pablo Rodriguez Merkel

Todo el complejo de laguna y bañados del noreste cordobés abarca alrededor de un millón de hectáreas, área protegida desde 1994 y reconocida como Reserva Provincial de Uso Múltiple. Definir los límites del futuro Parque y Reserva Nacional Ansenuza está en manos de la Unidad Ejecutora oficial, que lidera el Ministerio de Agua, Ambiente y Servicios públicos de la provincia de Córdoba. Las mesas de trabajo están integradas por un equipo interdisciplinario en el que participan Parques Nacionales, la Secretaría de Ambiente y Cambio Climático provincial, la Agencia Córdoba Turismo y otras reparticiones provinciales, más la colaboración de Aves Argentinas. De esta ONG cabe el valioso aporte de un equipo interdisciplinario en lo que atañe a trabajos de investigación científica, relevamientos territoriales y catastrales, educación ambiental y otras capacitaciones en las comunidades vecinas, junto a reparticiones técnicas de la provincia, enfocadas en la educación ambiental, la promoción de la diversificación productiva regional con énfasis en el ecoturismo y la ganadería sobre pastizales naturales, y el aporte de los fondos necesarios para la compra de tierras o el proceso de expropiación, según corresponda.

La región está expectante. Y los protagonistas de este proyecto, más que deseosos de alcanzar la meta antes de que el año expire.

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